Recientemente se han cumplido diez años de la quiebra de Lehman Brothers, fecha que es considerada como el punto álgido de la crisis financiera. En este momento merece la pena echar la vista atrás y comparar cómo está el sistema financiero en relación a hace 10 años.
En opinión de Gillian Tett, periodista del Financial Times, la situación es un poco “sorprendente”. Señala que si observamos cómo han evolucionado las finanzas, hay al menos cinco aspectos que parecen contraintuitivos, incluso extraños, a la luz de la narrativa de aquellos días de pánico en que colapsó el mercado tras la caída de Lehman Brothers.
La situación del sistema financiero mundial diez años después la crisis
El primer aspecto es la deuda. Hace diez años, los inversores y las instituciones financieras tuvieron que volver a aprender de la forma más dolorosa posible que el exceso de endeudamiento puede ser muy peligroso. Por lo tanto, parecería natural pensar que los niveles de deuda se redujeran, ya que tanto los deudores como los acreedores resultaron fuertemente afectados.
Pero nada más lejos de la realidad. Si bien el sector privado en general, y el mercado hipotecario y sector bancario estadounidenses en particular, experimentaron cierto desapalancamiento, la deuda global sigue en máximos históricos: el año pasado se situó en el 217% sobre el PIB, casi 40 puntos porcentuales por encima de los niveles alcanzados en el año 2007. En el gráfico inferior, se puede apreciar claramente cómo la deuda de las empresas financieras, no financieras, familias y gobierno aumentaron de forma sincronizada desde el año 2000 hasta el estallido de la crisis financiera en 2008. Sin embargo, el progresivo desapalancamiento llevado a cabo por empresas y familias ha sido neutralizado por el gobierno, que ha aumentado la deuda de forma drástica desde entonces.
(Fuente: Financial Times)
Una segunda sorpresa que nos deja la crisis financiera es el tamaño de los bancos. Los efectos colaterales de quiebra de Lehman Brothers dejaron claro el peligro que representan las instituciones financieras demasiado grandes para quebrar (en inglés se emplea la expresión “too big to fail” o demasiado grande para caer) con concentraciones extremas de poder de mercado y riesgos. Como era de esperar, hubo peticiones y llamadas para separarlos y que fueran entidades más pequeñas que no pusieran en jaque al sistema financiero en caso de problemas.
Sin embargo, estos grandes bancos son en la actualidad aún más grandes: en el último recuento, los cinco bancos principales de los Estados Unidos controlan el 47% de los activos bancarios, en comparación con el 44% de 2007. Así, no está claro si el regulador ha resuelto ese problema que se proponía atajar.
Una tercera consecuencia contraintuitiva de la crisis está relacionado con el poder relativo del sector financiero estadounidense. Teniendo en cuenta que la raíz de la crisis estuvo en las hipotecas subprime y el sector financiero estadounidense, podríamos suponer que éste último iba a sufrir posteriormente y tener menos poder a nivel mundial. Pero nada más lejos de la realidad. Los bancos de inversión estadounidenses están eclipsando a sus homólogos europeos en casi cualquier métrica (rentabilidad económica, revalorización de las cotizaciones, etc.), y los centros financieros de Nueva York y Chicago continúan creciendo a medida que los problemas en la City londinense se acumulan como consecuencia del Brexit.
Otro aspecto que merece la pena destacar son las compañías financieras no bancarias. Hace una década, en pleno estallido de la crisis, los inversores descubrieron la existencia de lo que se denomina “banca en la sombra” (shadow banking), es decir, un vasto ecosistema oculto de vehículos de inversión relativamente opacos con multitud de riesgos sistémicos. Los reguladores se comprometieron a tomar medidas drásticas para controlarlos. ¿Qué ha sucedido desde entonces? Pues que la “banca en la sombra” se ha multiplicado su tamaño. Algunas estimaciones señalan que en el año 2010 tenía un tamaño de 28 billones de dólares, cifra que ha aumentado hasta situarse en la actualidad en 45 billones de dólares, controlando en torno a un 13% de los activos financieros mundiales. Como apunta Gillian Tett, una mayor presión regulatoria en los bancos tradicionales ha traído aparejado un importante impulso a estas actividades.
La quinta y última consecuencia a tener en cuenta a raíz de la crisis es el tema del castigo a aquellos que estuvieron en el origen de la misma. Cuando los prestamistas entraban en quiebra (ya que los prestatarios no podían hacer frente a sus deudas), parecía natural esperar que algunos banqueros también terminaran en la cárcel. Después de todo, hubo cientos de juicios y procesamientos después de los escándalos que hubo. Pero mientras que los bancos fueron sancionados en la última década con multas por un importe total de más de 321 billones de dólares, casi los únicos banqueros que han pasado por la cárcel son aquellos que cometieron crímenes que no estaban relacionados de forma directa con la crisis, como los que manipularon el Libor.
A la vista de esto, muchos individuos, como apunta Gillian Tett, podrían pensar que estas cinco consecuencias de la crisis muestran cuán poderosa sigue siendo la élite financiera de Wall Street. Podrían argumentar que refleja un claro fracaso de esas autoridades que aspiraban a reformar la economía y proponer alternativas diferentes.
Reflexiones finales
Han transcurrido diez años de la crisis financiera más dura que ha golpeado al sistema económico y financiero mundial desde la Gran Depresión de los años 30. En aquel momento, la mayoría de autoridades a nivel mundial prometieron realizar profundas reformas para evitar que una crisis similar golpeara de nuevo y pusiera en jaque al capitalismo. Sin embargo, la realidad es muy diferente. Todos aquellos aspectos que prometieron cambiar y que estuvieron en el origen de la crisis, no sólo no han cambiado sino que se han mantenido e incluso se han hecho más grandes.
Anticipar las consecuencias de una futura crisis es complicado, aunque muchos analistas señalan que el principal problema es el ingente volumen de deuda que hay en el sistema. Hasta la fecha ha podido ser mantenido gracias a los bajos tipos de interés que han implementado los bancos centrales así como a los programas de flexibilización cuantitativa llevados a cabo a nivel global. Esto ha permitido que los sectores públicos hayan aprovechado la barra libre de dinero “casi gratis” para aumentar su endeudamiento de manera peligrosa.
Por ello, y como señala Warren Buffett, “sólo cuando baja la marea se sabe quién nadaba desnudo”. Así pues, sólo queda esperar a ver qué sucede en la próxima e inevitable crisis y qué medidas toman las autoridades políticas y monetarias para mitigar sus efectos. En esta línea, Ray Dalio señaló hace escasas semanas que éstas tendrán muy poco margen de maniobra y escasa efectividad, algo que le preocupa y piensa podría hacer la próxima crisis más severa.
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