Una de las 5 pautas para ahorrar e invertir a largo plazo con éxito que recogía en un artículo anterior, señalaba la importancia de invertir el ahorro a largo plazo en activos reales. Los activos reales reflejan la propiedad sobre «algo» –o sobre parte de «algo»–. Si ese «algo» es demandado de forma relativamente estable a largo plazo por la sociedad, invertir nuestros ahorros en ello tenderá a protegernos contra la inflación. Pero, ¿en qué tipo de activos reales deberíamos invertir? Mi primera respuesta sería clara: en aquellos que entendamos. Como he señalado en otras ocasiones, salir del propio círculo de competencia es el primer paso hacia una inversión ruinosa.
Las familias españolas sufrieron una inflación crónica relativamente alta a lo largo de las décadas anteriores a la entrada en circulación del euro. En el siguiente gráfico se puede ver cómo, en los 25 años anteriores a su entrada en circulación, el precio de la canasta familiar considerada en el cálculo del IPC se multiplicó casi por 7 –lo que equivale a una tasa anualizada del 8%–. ¡1.000 pesetas de diciembre de 1976 habrían perdido en diciembre de 2001 el 85% de su poder de compra!
Probablemente como consecuencia de ello, los españoles han invertido históricamente la mayor parte de su ahorro en activos reales. Más concretamente lo han hecho en aquél que entendían en mayor medida: la vivienda, cuyo precio ha tendido a batir razonablemente al IPC a largo plazo. En el siguiente gráfico se puede ver cómo lo ha hecho en EEUU. Esto es especialmente cierto si a su precio –recogido en el gráfico– se le suman las rentas derivadas de la propiedad de la vivienda –ya sean obtenidas por alquiler a terceros o imputadas por el uso propio de la vivienda–.
Se podría decir, entonces, que las familias estadounidenses que hayan invertido históricamente sus ahorros en vivienda han conseguido, en general, protegerse contra la inflación a largo plazo. Es importante remarcar que esto no significa que toda inversión en vivienda tenga por qué tener éxito en dicho objetivo. Como señala Enrique García Sáez en un artículo esta semana, cada inversor debería hacer sus propios cálculos antes de tomar una decisión de compra.
Tal como propone Francisco García Paramés en su libro «Invirtiendo a largo plazo» –cuya lectura recomiendo a cualquier persona que se esté iniciando en el mundo de la inversión–, los distintos tipos de activos reales se podrían clasificar sobre una recta en función de lo únicos que sean. De hacerlo así, cerca de uno de los extremos se encontrarían las materias primas –entre las que se encuentra el oro–, fácilmente replicables y cuya extracción se va haciendo más eficiente conforme se van desarrollando mejoras tecnológicas. Cerca del extremo opuesto se situarían aquellas empresas que, protegidas por «fosos defensivos», ofrezcan un producto o servicio que no pueden ofrecer sus competidores.
Los inmuebles se encontrarían entre estos dos extremos, básicamente en función de su localización –un piso en el centro de Madrid es menos replicable que uno perdido en las afueras–. En mi artículo de la semana pasada, resumo las que para mí son las principales ventajas e inconvenientes de la inversión en vivienda. Justamente por los inconvenientes que señalaba en ese artículo creo que, para alguien con la suficiente disciplina para ahorrar periódicamente y con las ganas suficientes de ampliar algo –tampoco hace falta mucho– su círculo de competencia, existen mejores formas de invertir sus ahorros a largo plazo. El siguiente gráfico muestra los rendimientos totales reales –ya descontada la inflación–, a lo largo de los últimos dos siglos, de las principales alternativas a la vivienda en que un ciudadano medio de EEUU hubiese podido invertir sus ahorros. Es importante señalar que la escala del eje vertical es logarítmica.
Se puede comprobar que el conjunto de las acciones americanas –que no son otra cosa que un título de propiedad sobre una parte proporcional de una empresa– ha ofrecido un rendimiento total real del 6,6% anualizado a lo largo de los últimos 210 años, batiendo a largo plazo de forma espectacular no sólo a la inflación, sino también a los bonos, las letras y el oro.
Es verdad que, en periodos relativamente cortos, otros activos han batido a las acciones. Tal y como comenta Jorge Alarcón en un artículo del pasado octubre, en cada una de las 4 fases en las que podríamos dividir el ciclo económico hay un tipo de activo que históricamente ha tendido a hacerlo mejor que el resto. Sin embargo, no es fácil acertar haciendo «market timing» –i. e. intentando batir al mercado comprando y vendiendo en el mejor momento–. No digo que no pueda conseguirlo nadie, pero tal y como señalaba Ángel Martín Oro en un artículo del mes pasado, debido a sesgos naturales en el ser humano, los inversores suelen obtener peores resultados a largo plazo que los activos en los que invierten: guiados por sus emociones, suelen comprar caro y vender barato.
¿Cómo luchar contra estos sesgos? Una solución fácil es la que señala Javier García Pérez en su último artículo: el «Dollar Cost Averaging». Tal y como se resume en el citado artículo, este método consiste básicamente en «invertir de forma periódica, en fechas predeterminadas, la misma cantidad y en productos muy similares, de tal forma que evitas comprar demasiado caro, [y compras] al promedio del periodo».
Si, por ejemplo a la luz de los resultados históricos, decidimos invertir de forma periódica nuestro ahorro a largo plazo en empresas mediante la compra de acciones, el siguiente paso será decidir a través de qué vehículo hacerlo. Veamos, a continuación, las tres opciones que considero principales.
Es importante señalar, además, que la inversión en fondos tiene en España una ventaja nada despreciable frente a la inversión directa en acciones: permiten diferir el pago de impuestos. Si vendemos acciones en las que hemos invertido de forma directa y hemos obtenido beneficios, Hacienda nos reclamará ese mismo ejercicio una parte de esos beneficios. Esa parte no la podremos, por lo tanto, reinvertir. Si eso mismo lo hace un fondo, vendiendo algunas de sus acciones para comprar otras, no tendrá que pagar esos impuestos, por lo que podrá seguir invirtiendo la cantidad total obtenida por la venta de esas acciones. Si se trata de un fondo traspasable, no tendremos ni si quiera que pasar por la caja de Hacienda si traspasamos directamente nuestra inversión de uno a otro fondo. Sólo tendremos que pagar los impuestos cuando realicemos un reembolso.
En resumen, si eres capaz de ahorrar de forma periódica una cierta cantidad que no vas a necesitar en los próximos 5-10 años, probablemente lo que te reporte mejores resultados a largo plazo sea la inversión a buen precio en un cierto número de buenas empresas capaces de generar, de forma sostenida, más valor para sus accionistas que sus competidoras. Si no dispones de tiempo, ganas y conocimientos suficientes para ir encontrando este tipo de empresas, quizás puedes dedicar algo de tiempo a la búsqueda de uno o varios equipos gestores –en cuyas estrategias confíes– que lo hagan por ti a través, por ejemplo, de fondos de inversión. Si no los encuentras, o no quieres dedicar tiempo a buscarlos, invertir de forma pasiva en una cartera de fondos índice, representativos del conjunto global de empresas cotizadas, tenderá a proporcionarte un rendimiento razonable a largo plazo. Además, lo hará con unas comisiones significativamente más bajas.
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Disclaimer: Este artículo es de carácter meramente divulgativo y no pretende ser una recomendación de compra o venta de producto alguno.
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