A lo largo de las últimas semanas hemos ido haciéndonos eco del mal comportamiento que han tenido la inmensa mayoría de los hedge funds y fondos de inversión tradicionales. Esto aspecto no debería extrañar al inversor puesto que la inmensa mayoría de activos arrojaron rentabilidades negativas.
Si bien en el caso de los fondos de inversión tradicionales este mal comportamiento es hasta cierto punto comprensible (la mayoría de ellos son “long only”, es decir, invierten sólo al alza y, por lo tanto, su rentabilidad está muy relacionada con el comportamiento de los índices bursátiles), en el caso de los hedge funds no debería ser así. Precisamente se trata de vehículos concebidos para generar rentabilidades positivas descorrelacionadas con el mercado y que deben mostrar todo su potencial en períodos bajistas y de elevada volatilidad. Sin embargo, la realidad es completamente distinta. Como podemos apreciar en el gráfico inferior, 2018 fue el peor año para el sector desde 2008, ya que un 60% de los mismos generó rentabilidades negativas para sus partícipes (en 2008 la cifra se disparó hasta el 75%).
(Fuente: Bloomberg)
Casos como el de Greenlight Capital de David Einhorn han sido muy sonados, al caer en 2018 un 34%. Pero aunque la gran mayoría de hedge funds han generado pérdidas, existen destacadas excepciones a esto, como las ya comentadas de Crescat Global Macro, o los fondos de Ray Dalio y Crispin Odey.
En consecuencia, parece que el objetivo inicial para el que fueron diseñados este tipo de productos (baja volatilidad, rentabilidades positivas y baja correlación con los mercados) está muy lejos de conseguirse. Y no es una buena noticia para el sector, que ha visto como en los últimos años y meses muchos de ellos han tenido que cerrar, por lo que si las caídas bursátiles vividas durante los últimos meses persisten, no sería de extrañar que estos malos resultados se deterioraran aún más en los años venideros.
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