Seguramente le hayan dicho alguna vez, quizás en una sucursal bancaria, que las grandes compañías son más seguras. Existe el término de “Blue chip” para referirse a éstas. En España podríamos hablar de Santander, Inditex o Iberdrola. Desde luego, muy malos ejemplos para defender que son menos arriesgadas que las más pequeñas. Pero la opinión general parece seguir siendo ésa.
En Estados Unidos el equivalente puede ser una Procter & Gamble, o una General Electric, el gigante industrial. ¿Cómo puede menguar en bolsa de forma significativa una empresa de esta envergadura? Se plantean muchos. Pero la realidad es muy tozuda, y sigue proporcionándonos ejemplos de que lo improbable (o lo que la mayoría considera improbable), ocurre.
General Electric (GE) ha llegado a caer cerca de un 60% desde 2016, pero la magnitud de esta caída se amplifica si en lugar de porcentajes se utiliza el dato de pérdida de valor bursátil absoluto. Éste ha sido mayor del doble del que se perdió cuando Enron colapsó en 2001, y más que la capitalización conjunta perdida por la quiebra de Lehman Brothers y General Motors durante la crisis financiera.
Este hecho llevó al The Wall Street Journal a abordar el aspecto humano de este desplome, dada la importancia de la empresa en muchas carteras de antiguos empleados que confiaron en ella su jubilación. En concreto, el reportaje se centra en uno de ellos, que tras trabajar en la compañía durante 40 años y mantener buena parte de sus ahorros en acciones de GE, hoy se ve en la necesidad de encontrar un trabajo para compensar la pérdida sufrida de su patrimonio.
Sin entrar a valorar el sufrimiento de estas personas, Barry Ritholtz, columnista de Bloomberg y fundador de Ritholtz Wealth Management, señala en uno de sus últimos artículos que el desplome de General Electric es una buena oportunidad para examinar una serie de errores y sesgos psicológicos que tienen un impacto determinante en nuestras inversiones. Este tipo de episodios han ocurrido muchas veces y seguramente volverán a ocurrir en el futuro. Existen muchas fuerzas que siguen impulsando estos errores, por lo que reconocerlos y entenderlos es crucial.
-Sesgo de supervivencia: el ser humano tiene una tendencia natural a evaluar el mundo que le rodea según aquello que ve y recuerda. El problema de este comportamiento es que puede llevarnos a tener una visión distorsionada del comportamiento de la renta variable a largo plazo.
Ritholtz señala que uno de sus ejemplos favoritos de este comportamiento es el caso de las acciones compradas y guardadas en el cajón del olvido durante años o décadas. Un clásico ejemplo de esto es el hombre que en el año 2.000 descubrió que poseía acciones de la compañía de almacenamiento de datos EMC. Este inversor había comprado 3.000 acciones de la compañía en el año 1987 por un importe aproximado de 16.000$ gracias a un consejo de un primo suyo. Al poco tiempo tuvo que vender 2.000 acciones para hacer frente a los gastos derivados del colegio de los hijos, pero olvidó que tenía 1.000 restantes en cartera. Sin embargo, cuando se dio cuenta años más tarde de que aún conservaba las citadas 1.000 acciones, éstas tenían un valor aproximado de 5 millones de dólares. Un ejemplo más moderno es aquella persona que compró Bitcoins al principio de la creación de esta criptomoneda (hacia principios de 2009), y con las estratosféricas revalorizaciones que ha sufrido el Bitcoin, ahora descubre que su compra se ha revalorizado de forma más que significativa.
La supuesta lección que debemos extraer de este caso real es que si sólo compras una buena acción o activo (piensen en Amazon) y te olvidas de ello durante muchos años, puedes volverte rico. Barry Ritholtz sospecha que eso es lo que probablemente muchos empleados de General Electric y otras compañías con una estructura de remuneración similar estaban pensando cuando sobrecargaron sus cuentas o planes de jubilación con acciones de esta compañía.
Pero aquí está el problema con este concepto: este tipo de historias realmente sólo son de interés periodístico cuando muestran una gran creación de riqueza. Sin embargo, nadie escribiría un artículo sobre personas que descubrieron que tenían en el olvido acciones de Enron o Lehman Brothers, por citar algunas de las compañías quebradas en los últimos años, y que evidentemente perdieron toda su inversión.
Este es el clásico ejemplo de sesgo de supervivencia, el cual puede sesgar fuertemente las expectativas de los inversores sobre la rentabilidad futura de las inversiones.
-No apreciar los beneficios de la diversificación: por diversas razones, la gente no comprende el valor de tener una cartera ampliamente diversificada. Tal vez creen que hacerlo sería una muestra de falta de lealtad corporativa hacia su empresa o tal vez refleja una mentalidad de “billete de lotería”, en la que piensan que las acciones de la empresa en la que trabajan se convertirán en el próximo Apple, Amazon o Google. Este pensamiento ilusorio puede sugerir a algunos inversores que con la diversificación se está renunciando a una fortuna potencial.
Pero cada trabajador que recibe acciones de la compañía también recibe un salario de ese mismo empleador, lo que significa que tienen una concentración muy intensa de riesgo financiero. Para estos trabajadores, la diversificación de la cartera, incluyendo inversiones en fondos índice por ejemplo, sería un enfoque mucho más prudente. No se convertirán en el próximo Jeff Bezos, la persona más rica del mundo en la actualidad, pero seguramente tendrán una jubilación financieramente sólida.
-Rentabilidad y riesgo son dos conceptos íntimamente relacionados: para Barry Ritholtz esta es la regla más importante de la inversión. Para obtener mejores rentabilidades que la media, es necesario estar dispuesto a aceptar niveles de riesgo elevados, a veces mucho más elevados. Esto significa que en ocasiones, obtendrás bajas rentabilidades e incluso pérdidas, pero así es como funciona la inversión.
Lo opuesto significa que si quieres seguridad y asumir pocos riesgos, debes aceptar la inevitabilidad de las bajas rentabilidades. No entender estos sencillos principios es el mayor error que la mayoría de inversores individuales cometen.
-No crear un plan financiero: todo esto que hemos comentado hasta el momento nos lleva de nuevo a la pregunta básica sobre los motivos por los cuales invertimos en el mercado de valores. Si nuestro objetivo es hacernos ricos, las probabilidades son realmente bajas, sobre todo si aspiras a hacerlo en un plazo corto. Pero la meta más racional para la mayor parte de los trabajadores de las grandes compañías es tener objetivos más comedidos: ahorrar para comprar una vivienda, pagar la universidad de los hijos y, lo más importante de todo, asegurarse una cómoda jubilación.
La fuerte caída en la cotización de General Electric ha causado mucho dolor en un gran número de inversores, pero si esos empleados hubieran tenido un plan financiero sólido a largo plazo, hubiera sido obvio para la mayoría que estaban asumiendo más riesgos de los necesarios para alcanzar esos objetivos. En buena medida, este dolor podría haberse mitigado de haber seguido algunos de estos consejos básicos. Se trata de consejos fáciles de seguir y entender que no requieren de grandes conocimientos financieros.
Si tuviéramos que resumir la forma de actuación que podría evitarnos desastres como el de General Electric, habría que aconsejar al inversor que fuera cauto y realista pero, por encima de todo, que diversifique. Una correcta diversificación así como unos objetivos de rentabilidad realistas pueden proporcionarnos una jubilación más que satisfactoria evitando problemas como los que acabamos de ver.
[Nota: este artículo es parcialmente una traducción del original publicado por Barry Ritholtz en Bloomberg. El lector puede seguir al autor en Twitter.]
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