Las crisis bursátiles son recurrentes. Desde 2007 ha habido cinco de ellas: la financiera de 2007-2008; la del euro de 2011-2012; el ciclo de 2015-2016 con el dieselgate, el crac de la bolsa china y el Brexit; la de 2018 (guerra comercial de Estados Unidos con China) y la de 2020 (pandemia de la Covid-19).
Para el inversor, esos episodios impactan de lleno en su rentabilidad a largo plazo. Por poner un ejemplo, el IBEX 35 con dividendos habría ganado un 14,14% anual en los diez años de marzo de 2011 a marzo de 2021 si la rentabilidad en los períodos de crisis hubiera sido nula pero en realidad ganó solo un 2,55% anual debido a esos retrocesos.
Por tanto, una estrategia de inversión no puede pecar de ingenua en el sentido de creer que las crisis son cosa del pasado. Al contrario, debe tener la vista puesta en la posibilidad de que una tendencia positiva pueda truncarse en cualquier momento.
Algunos inversores pueden pensar que un buen criterio tal vez sea ir vendiendo los valores que más suben y comprar los más rezagados para evitar el desplome de los primeros y apuntarse a una recuperación de los segundos.
Sin embargo, en los cuatro ciclos bajistas habidos en los últimos diez años, los peores valores en los seis meses previos al inicio de una crisis han vuelto a ser los peores durante la misma. En el caso del IBEX, el grupo de diez peores valores antes de un cambio de tendencia perdió de media diez puntos porcentuales más que el índice.
Otra opción sería invertir en los valores más baratos según un ratio de valoración relativo, por ejemplo la relación precio - beneficio o ratio PER.
Esta estrategia hubiera producido resultados mejores al del mercado de entre 4 y 11 puntos en las crisis de 2012, 2015 y 2018 (no tengo datos para la de 2020). Si bien en 2018 la pérdida habría sido moderada, en las dos primeras habría seguido siendo significativa.
Pero si en vez de centrar el foco en la evolución de los precios o en lo caras que pueden estar las acciones, lo hacemos en la calidad de su balance de situación, sí es posible reducir las pérdidas al mínimo, e incluso obtener ligeras ganancias, en cada crisis.
Según un estudio que he realizado con empresas del mercado continuo español en el período 2011-2021, una selección de diez empresas con balances sólidos habría evitado la totalidad de las pérdidas en los tres últimos ciclos y solo habría perdido moderamente en el primero.
Este resultado resulta tan cierto como paradójico en un mundo donde la gran mayoría de los participantes está continuamente pendiente de los beneficios de las empresas. A menudo vemos cómo unas acciones se desploman debido a unos resultados peores a los esperados (o no tan buenos como se preveía) a pesar de que el balance de la compañía ha mejorado. A la inversa, vemos cómo unas acciones se disparan gracias a un aumento de beneficios mientras que sus ratios financieros muestran signos de deterioro o continúan empeorando.