Ver el futuro negro por la crisis del coronavirus es irracional: el mundo sigue siendo tuyo

El 16 de enero de 1991 me eché a llorar. En la tele retransmitían casi en directo el inicio de la Operación Tormenta del Desierto con la que comenzaba la Primera Guerra de Irak. Nunca antes se había televisado una guerra de esa manera, tan de cerca, al momento. 

Al ver los bombardeos como pequeñas luces verdes sobre fondo negro, en donde los americanos atacaban las posiciones iraquíes, mi madre dijo que aquello era una crisis y que podía terminar en una guerra mundial y que había que ir urgentemente al supermercado a hacerse con aceite y azúcar (de papel higiénico no dijo nada). Yo, 8 años, impresionado por el dramatismo de la tele y el de mi madre, me puse a llorar pensando que había llegado el fin del mundo, o algo así. 

El tiempo pasó, mi feliz vida de niño continuó sin ningún cambio en lo que muchos recuerdan ya como los felices años noventa. Años después, con todo el beneficio de la retrospectiva y un mayor entendimiento como adulto, está claro que dicha guerra a nivel personal no me tenía que ni haberme quitado el sueño. Era sólo una guerra entre la potencia hegemónica, con todos los países del mundo apoyándole y un dictatorcillo que años después moriría atrapado como una rata. Una guerra menor en plena Pax Americana. 

El 11 de septiembre de 2001 estaba viendo las noticias cuando de repente informaron de que una "avioneta" se había estrellado contra una de las Torres Gemelas. Mientras informaban en directo de ello, la otra torre explotó y en las siguientes horas y días vivimos uno de esos momentos distópicos, más propios de una película de Hollywood que de nuestra realidad cotidiana. 

En esta ocasión contaba con 18 años, pero mi mente seguía siendo impresionable. Y aunque todos teníamos claro que el mundo había cambiado e iba a cambiar en muchas cosas, durante un buen tiempo me sumí en una especie de pesimismo nihilista, mitad propio de adolescente, mitad causado por sobreinterpretar la realidad según las noticias del momento. Ese pesimismo me cegó y me hizo no ver las cosas como realmente son. Me arrepiento de algunas cosas y actitudes de aquella época, aunque también me perdono porque ¿qué culpa tiene un chiquillo de esa edad por haber malinterpretado el mundo?

Con toda la retrospectiva que da el tiempo y una mente más madura, estaba claro que esos eventos no me tenían que haber quitado el sueño. Cualquier persona razonable y con entendimiento, podía analizar que aunque el mundo fuera a cambiar en algunas cosas, Al Qaeda no dejaba de ser un grupo terrorista más, que había conseguido un gran atentado muy llamativo y "jugoso", pero que su capacidad de acción era totalmente limitada y el mundo seguiría su marcha, más o menos como siempre. 

Tiempo después, cuando se me fue el pesimismo y entendí como había sobrerreaccionado emocional y psicológicamente a ese evento y cómo dicha sobrerreacción me había llevado a tomar malas decisiones, me convencí de que tenía que aprender más sobre cómo funcionaba realmente el mundo, entendiéndolo en la medida de lo posible y siendo realista. O hiperrealista a poder ser. 

Me jodía cómo me había engañado a mí mismo siendo un niño de 8 años o cuando tenía 18. No es que no deseara volver a ser pesimista, sino que no quería ser pesimista sin razón. No quería volver a verme interpretando la realidad de forma tan equivocada. El objetivo no era evitar errores, sino no ver como negro algo que en realidad era blanco o casi blanco. 

Y con el tiempo entendí que un hiperrealista, en el mundo de hoy, por definición sólo puede ser optimista. No una maldita cheerleader de la vida como esos que abundan y que dan vergüenza ajena, sino optimista racional porque este no deja de ser el mejor mundo que la humanidad ha conocido. 

Y ese mundo, en el fondo tan bueno como el mundo en el que vivimos, afortunadamente, no va a cambiar con la crisis del coronavirus. Sí, van a morir personas, aunque a eso estamos muy acostumbrados porque la muerte siempre nos rodea. Sí, la situación económica, política y social se va a poner muy fea en los siguientes meses y trimestres. El impacto económico, imposible de valorar exactamente ahora mismo, va a ser drástico y profundo, dejando muchos perdedores por el camino. 

Pero a nivel individual no es racional volverse pesimista. Es, de hecho, una gran estupidez porque el pesimismo te puede cegar y no ver las oportunidades que seguirán existiendo. Y eso sí que sería un error enorme, porque evitarlo está en tu mano, a diferencia de muchas de las cosas que están ocurriendo estos días y que por definición están fuera de nuestro control.

Primero, no vivimos en la edad oscura donde no sabemos qué está ocurriendo, esto no es la peste negra donde va a morir el 25% de la población en medio de una profunda ignorancia sin saber por qué ocurren las cosas. Gracias al gran avance tecnológico y científico en el que vivimos, conocemos perfectamente lo que está ocurriendo y en muchos lugares hay una carrera de toda velocidad por inventar la vacuna que frene esta pandemia. Los ensayos en humanos ya han comenzado.

Segundo, el impacto económico va a ser tremendo. Las cosas se van a poner difíciles. Pero también se recuperarán porque la gente va a necesitar seguir viviendo. La gente querrá comer, viajar, moverse, educarse y disfrutar de los bienes y lujos del mundo. La recesión es inevitable, pero la próxima recuperación también es absolutamente inevitable. Si te vuelves pesimista o crees que las cosas se pueden poner muy feas y que no hay nada que hacer al respecto, entonces no vas a ver la realidad del mundo en el que vivimos y te vas a perder ese nuevo ciclo, esa nueva recuperación, ese nuevo mar de oportunidades que te está esperando.

En el gran esquema de las cosas, esta crisis no cambia nada. El mundo se encontraba y se encuentra en su mejor momento de toda la historia, su momento de mayor luz y conocimiento, el momento más alejado de la oscuridad y la ignorancia que la humanidad jamás ha conocido. Los números que demuestran esto están por todos lados, a pesar de que como personas seamos muy dados a centrarnos en los aspectos negativos y fácilmente olvidemos la verdad profunda de las cosas. 

Si lo ves todo pesimista estos días, no lo hagas. El futuro es brillante. Si eres joven e impresionable como yo lo era en 1991 o 2001, despierta y razona las cosas e intenta observarlas con la máxima perspectiva, porque no vamos a peor sino a mejor. El mundo sigue siendo tuyo, con todas las cosas que hay en él.