En un artículo del 10 de octubre en Telegraph del Reino Unido, el veterano corresponsal económico Ambrose Evans-Pritchard puso al descubierto la verdad de la casi universal aceptación actual de la inflación como una panacea económica. Mientras los políticos, los directores ejecutivos y los economistas hablan sobre estímulos a la demanda y de evadir una trampa deflacionista, Evans-Pritchard nos recuerda que la inflación se trata siempre del manejo de la deuda.
Cada año los niveles de deuda pública como porcentaje del PIB continúan subiendo más y más, tanto para los mercados emergentes como para las economías desarrolladas. Mientras estos niveles alcanzan alturas astronómicas, particularmente en el sur de Europa, la habilidad de inflar la deuda a través de la monetización sigue siendo el único medio disponible para posponer la falla que se avecina.
Evans-Pritchard cita a un analista del Bank of America que dice que aun la “baja inflación” (sin mencionar la actual deflación) es “la mayor amenaza a las dinámicas de la deuda pública”. La Directora General del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, intensificó el discurso cuando recientemente dijo al Club de Prensa de Washington que “la deflación es el ogro que debe ser combatido firmemente”. En otras palabras, los Gobiernos necesitan que haya inflación para continuar siendo viables. Es la droga que simplemente no pueden dejar.
Pero como es demasiado vergonzoso admitir esta simple verdad, los políticos y banqueros centrales —y sus apologistas académicos, periodísticos y financieros— han tramado una variedad de teorías rebuscadas de por qué la inflación no solo es buena para los Gobiernos excesivamente endeudados, sino también un bien económico esencial para todos. En una victoria propagandística que hasta el mismo Goebbels envidiaría, ahora es algo ampliamente aceptado que el poder adquisitivo debe disminuir para que una economía crezca.
A pesar de siglos de evidencia económica que atestiguan lo contrario, ellos argumentan que si los precios no crecen al menos un 2% anual, los consumidores no gastarán, las empresas no contratarán y las economías caerán en un mortal e insuperable espiral deflacionario. Para prevenir esto, recomiendan a los Gobiernos gastar sin aumentar los impuestos. Tal acción no solo implicaría un estímulo directo al incrementar el gasto público, sino que el dinero impreso por el banco central para financiar el déficit hará subir los precios, lo que según argumentan, es muy saludable para la economía. “Qué conveniente”, como La señora de la iglesia solía decir.
Ofrecer a los votantes algo por nada es el Santo Grial de la política. Pero como se trata de la realidad, los votantes deben saber que un almuerzo gratis siempre viene con un costo.
Cuando el gasto público se financia con impuestos más altos, los trabajadores se dan cuenta de que sus salarios han sido reducidos. Esto proporciona una clara evidencia de que el gasto público viene con un costo. Sin embargo, esto es mucho más difícil de ver cuando el gasto se financia con la inflación (imprimiendo dinero). Pero el impacto neto sobre los consumidores es el mismo. |
La inflación no reduce el importe nominal que uno recibe como salario, pero el aumento de precios reduce la cantidad de bienes y servicios que se pueden comprar con él. Entonces, cuando los Gobiernos incurren en déficits, los trabajadores son quienes deben pagar la factura. Ya sea que paguen mediante impuestos más altos o con la inflación, su estándar de vida disminuirá. La diferencia más importante es que los trabajadores saben culpar al Gobierno por el aumento de impuestos, lo cual explica por qué los políticos prefieren la inflación.
Lo único que la inflación puede hacer es ayudar a los Gobiernos a gastar. Las economías estarían mucho mejor sin la distorsión de una política inflacionaria. De hecho, la inflación puede resultar económicamente más dañina que el gravamen de impuestos. Al ocultar la conexión entre un gasto público más alto y un poder adquisitivo reducido, es menos probable que el público se oponga a la expansión del Gobierno.
Y en esto yace la verdad. La inflación no se necesita para hacer crecer a las economías, sino para hacer crecer a los Gobiernos.
La inflación sólo es buena para determinados grupos de interés, que son muy poderosos:
1)Los altos ejecutivos, porque les resulta más fácil mantener los beneficios constantes con inflación. Sólo tienen que subir los precios poco a poco.
2)Los bancos, porque necesitan que haya inflación para que sus préstamos sean sostenibles. Solamente se pedirán hipotecas cuando el valor de las casas sea mayor mañana que hoy, por ejemplo.
3)Los gobiernos, porque usan la inflación para reducir el valor de sus viejas deudas. Acaban pagando menos por lo que pidieron.
La inflación no es conveniente porque fomenta el desequilibrio entre ahorro y consumo, y anima a gobiernos y bancos a aumentar las deudas.
Excepcional. Gracias.
Peter Schiff también necesita inflación, que se dedica a los mercados del oro y de la plata... jaja!
Ahora en serio, una situación deflacionaria estaria muy bien con unas economias poco endeudadas. Y aquí no entra solo la deuda pública, sino también la privada, que es de proporciones gigantescas (en España en una proporción de 3 a 1, más o menos). En una situación así, la deflación no hace más que incrementar la deuda, aunque uno recorte de manera que no se endeude más. Llegados a este punto de la historia, pocos caminos hay donde elegir: Poco crecimiento con baja inflación, deflación sin crecimiento, quitas masivas y hacer un reset (con el colapso que ello implica) o lo que proponen las autoridades, crear inflación de la nada. Difícil elección
La elección siempre es difícil, cara y socialmente dolorosa cuando se ha dejado pudrir durante años.
A más retraso en encarar los problemas, más dolorosas las soluciones. Ahí están los casos contrapuestos del Presidente Rajoy y de Mas, por ejemplo.
Por cierto, el oro y la plata son lo que son porque la naturaleza humana es lo que es: aprendemos poco porque nuestra vida es muy corta.
Que el oro y la plata estén relativamente baratos es una bendición en estos momentos de turbuléncias. Si yo en estos instantes fuese un griego con algunos ahorrillos (ya no digo rico, porqué está claro que solo visitaria Grecia de vacaciones) iria blindando mi relativa riqueza comprando oro y plata. Por si las moscas...