A estas alturas todos hemos oído hablar de Moody´s, Standard & Poor´s y Fitch. Son las agencias de calificación de crédito. Jugaron un papel muy importante en la última crisis financiera. Sin embargo, incluso después de que algunas de sus calificaciones se demostraron equivocadas (por decir algo suave), su poder en el mundo financiero parece poco disminuido. Por ejemplo, se han considerado como noticias importantes cada vez que las agencias calificadoras de crédito han degradado la deuda soberana griega. Y por supuesto ahora se considera la madre de todas las noticias que una de estas agencias haya rebajado el rating a la deuda norteamericana desde AAA hasta AA+.
Pero, ¿por qué nos importan tanto estas calificaciones?
Los mercados de capitales crecieron y prosperaron durante cientos de años sin que las agencias de calificación crediticia emitieran sus opiniones (ya que no existían). Los modernos analistas de acciones y bonos en realidad no empezaron a ser algo común hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Por aquél entonces se entendía que los analistas estaban prestando un servicio a los inversores. Es decir, que iban a los inversores y les decían; "mira, este dato interesante que hemos visto esta semana, en nuestra opinión podría afectar a sus inversiones." Pero nada más. Prestaban un servicio, eran falibles y así se entendía.
Pero en los años setenta, el análisis de valores y el análisis de bonos se bifurcó y tomaron caminos muy diferentes.
Las autoridades federales norteamericanas, necesitadas de definir qué tipo de capital federal se podía tener en cuenta dentro de los límites reglamentarios, concedió la condición de Organización Nacional Reconocida de Calififación Crediticia (NRSRO por sus siglas en inglés) a las entidades de análisis Fitch, S & P y Moody´s. Posteriormente, el gobierno refrendó estas entidades NRSRO, como los únicas determinantes de qué tipo de activos de las compañías financieras podrían acaparar para cumplir con ratios de capital exigidos. Y de está forma se gestó un gran cambio que afectó a toda la industria. Su simple condición de casas de análisis falibles (con capacidad de errar como todos los analistas) se dejó de lado y dado el apoyo gubernamental y legal, se las invistió de un aura de infabilidad.
Sin embargo, cuando nos movemos no en el campo de las ciencias exactas sino en el de las ciencias sociales, determinar por ley que alguien no puede estar equivocado, se convierte en un juego peligroso. Estas agencias erraron totalmente al calificar los productos de crédito estructurados en la última crisis. Y no debería sorprendernos si leemos la descripción sobre tu trabajo que la propia agencia S&P publica en su página web, "basado en el análisis realizado por profesionales con experiencia para evaluar e interpretar información de una multitud de fuentes, las calificaciones de crédito ofrecen una opinión detallada sobre el riesgo de una corporación." Observen que las palabras claves aquí son: profesionales, interpretar y opinión. No han dicho que son máquina que ofrecen un resultado matemático exacto y fuera de toda duda u opinión. Las agencias de calificación no dejan de ser personas, al igual que tú y yo, pensando y especulando y que por supuesto son propensos a equivocarse como cualquier otro.
Ahora, todo esto no quiere decir que las agencias de calificación crediticia no saben lo que están hablando. Están dotados de personas inteligentes, capaces, e informadas. Pero los analistas del mercado de valores también son bastante inteligentes y todo el mundo entiende que es imposible acertar siempre. También los analistas bursátiles emiten sus propias calificaciones sobre activos de renta variable cuando opinan si una acción se ha de comprar, vender o esperar. No es muy diferente de lo de AA o BB +. Y, sin embargo, aun también siendo analistas, cuando un tipo dice que ya no le gusta MIcrosoft y que en vez de comprarla hay que venderla, eso no genera titulares. Eso es debido a que la recomendación de acciones es vista como una guía, una sugerencia, o una recomendación como otra cualquiera. Pero no como una calificación infalible dictadas desde la atalaya de una poderosa agencia que tiene al poder gubernamental - y la legitimación de las leyes- detrás de sí.
Analizados los hechos y visto el papel tan patético jugado por las agencias de calificación crediticia, el que se abra un debate sobre su papel está más que justificado. Y desde luego deberíamos pensar sobre los auténticos orígenes de la crisis. Una vez más, vemos que la causa última siempre es una acción-intervención de las autoridades (conferir legalmente la capacidad de opinión) sobre la vida de las persoans o la economía, cuando deben ser los individuos y las empresas, libremente y sin coacción, quienes decidan que es bueno o malo para sus carteras.