Este artículo fue publicado previamente en mi columna mensual de El País / Cinco Días.
Llamadme iconoclasta, pero lo que muchos llaman inversión indexada, o incluso mal llaman “inversión pasiva”, no es la solución a todos los males de los inversores como si del quijotesco bálsamo de Fierabrás se tratara. De hecho, la indexación no es una novedad, no la inventó John Bogle en 1976, está de moda porque los mercados estadounidense lo han hecho muy bien en las últimas décadas y no es una estrategia sencilla de seguir por los inversores, como muestran décadas de experiencia. La indexación es meramente un argumento más de ventas por parte de la industria de inversión. Un argumento bien esculpido pero no por ello parcialmente falaz. O, si se prefiere, matizable.
Cuando digo que no es una novedad, me refiero a que muchos inversores en España creen que la indexación es reciente porque comercialmente ha ganado popularidad en este país durante la última década. O muchos son los que creen que nació en 1976, cuando John Bogle lanzó al mercado el primer fondo indexado para inversores particulares, cuando ya existían para inversores profesionales desde 1971. Lo cierto es que la indexación ha existido desde siempre. En la burbuja de los años veinte, antesala del gran crac de 1929, se podía leer incluso en revistas femeninas cómo comprar el mercado en su conjunto para aumentar el patrimonio personal. Un ejemplo es el de John Raskob, que en la revista Ladies Home Journal llegó a decir que, si se invertían 15 dólares al mes, se podrían obtener 80.000 dólares en 20 años –para lo que harían falta rentabilidades del 23,4% anualizadas, algo que no ha conseguido ni el propio Warren Buffett a lo largo de su carrera–. La guinda del pastel de esta anécdota es que, por lo visto, Raskob vendió todas sus acciones antes del crac, mientras sus lectoras seguían comprando a largo plazo como él recomendaba. Simplemente, no hay nada de novedoso en la inversión indexada; además, es hermana de un estilo tan viejo como el buy and hold o comprar y mantener.
Las casas de inversión que ofrecen la indexación a sus clientes esgrimen una verdad para vender su producto, pero se sustentan en una falacia que olvidan mencionar. La verdad en la que apoyan su estrategia comercial es que la enorme mayoría de los fondos de inversión, cerca del 90%, no son capaces de batir a sus índices de referencia. Si bien esto es cierto y es algo que merece consideración, las casas de productos indexados olvidan deliberadamente decir que los inversores particulares son aún peores inversores y que generalmente, ni siquiera como conjunto, suelen superar la mera inflación debido a su elevada falta de disciplina.
Como resultado de todo esto, en el mundo real de los hechos, lo que tenemos es que las casas que comercializan productos indexados les están diciendo a su clientes que, como los gestores de forma agregada no baten ni por los pelos a los índices de referencia, lo mejor es ir a pecho descubierto y exponerse al riesgo de renta variable a través de un índice como el S&P 500 o el Ibex 35. Pero la realidad es que los ahorradores particulares, cuando por fin llegan lustros seguidos de pérdidas –algo que con el tiempo ocurre a todos los índices–, tienden a vender sus inversiones en el peor momento, cuando las Bolsas ya han declinado, algo que no haría casi ningún profesional. Sumarse a una estrategia ganadora cuando lo ha hecho muy bien es psicológicamente fácil. E indexarse ahora es sencillo porque ha acumulado algo más de una década con grandes retornos, gracias al fuerte empuje de las Bolsas estadounidenses. Sin embargo, cuando en vez de en una década ganadora se está al final de una década perdedora, ocurre lo contrario: seguir indexado se vuelve extremadamente difícil.
Cuando se acumulan diez o más años de pérdidas, cuando las noticias económicas y políticas son terribles, cuando los periódicos hablan un día y otro de calamidades, entonces la psicología de los inversores se vuelve pobre y acaban vendiendo en el peor momento, justo antes de que las Bolsas se recuperen. O también ocurre que, cuando llega una crisis, los inversores no pueden mantener la disciplina de la indexación porque pierden su empleo y necesitan hacer uso de su dinero. Históricamente los inversores no han guardado la disciplina inversionista tras años de malos retornos, y esto es una verdad tanto para inversores en crecimiento, en valor y, por supuesto, para los indexados, ahorradores de carne y hueso sujetos a las mismas gravedades que impone la psicología de masas y los sesgos conductuales. Para realmente sacar provecho de una estrategia indexada, la realidad es que hace falta mucho conocimiento histórico y financiero, mucho patrimonio y disciplina, todas cosas de las que carecen la mayoría de ahorradores particulares.
Por último, merece la pena mencionar que la inversión indexada que se comercializa en España de forma especializada por algunas casas tiene un precio desorbitado. En muchos casos cobran el 0,50% anual o incluso hasta el doble por “seguir pasivamente” al mercado, cuando hay ETF a los que pueden acceder los inversores particulares que cuestan solo un 0,07% anual. Estas casas de productos indexados te dirán que invertir en fondos de inversión es fiscalmente más eficiente que los ETF. Pero lo cierto es que un fondo cotizado utilizado de forma indexada pasiva para el largo plazo tiene una tributación igual a la de un fondo de inversión: cuando necesitas el dinero y liquidas tu posición pagas el mismo impuesto de ganancia patrimonial. Y aquí no cabe el argumento de que con un fondo puedes pasar a otro sin pagar impuestos, porque, recordemos, es una inversión pasiva y no caben cambios de idea.
La indexación no es ni positiva ni negativa por sí misma. Es una estrategia más como cualquiera, con sus luces y sombras. Una estrategia que por supuesto puede ser interesante para los inversores, pero no libre de retos difíciles de superar en el mundo real.
Nota: recuerda que puedes leerme con frecuencia en el Club Bursátil Confidencial