Esta entrada está inspirada en un artículo interesante del País: “Un momento decisivo en la historia de Europa” que firma, entre otros, nuestro presidente.
El sXXI está demostrando que la historia siempre nos depara situaciones inesperadas a las que debemos hacer frente. Siendo este siglo pródigo en estas situaciones, dado que hemos vivido la Gran Recesión, la pandemia y ahora la guerra de Ucrania, y todo ello salpicado con las consecuencias de un cambio climático y una estrategia de transición energética que pretende hacerle frente.
Y ello acompañado de un entorno geopolítico en tensión que amenaza la globalización. Un entorno condicionado por autocracias como Rusia y China, que se han beneficiado de su incorporación a la economía global en un mundo diseñado por las democracias occidentales
Un mundo que ahora dichas autocracias pretenden cambiar. Y en este entorno surge la duda de si la UE estará a la altura de las circunstancias y será un actor en el diseño de la arquitectura global, porque una cosa es querer, y otra poder. Y poder implica una UE políticamente y económicamente fuertes.
Y las socialdemocracias europeas presentan sus fortalezas y debilidades. Ya que si bien se protegen los derechos fundamentales, el estado de bienestar, y la libertad individual y de mercado, estos presentan ciertos límites y equilibrios que pueden no ser apropiados
Uno de los pilares fundamentales de las socialdemocracias europeas es el estado de bienestar. Un concepto utilizado políticamente como herramienta que ha contribuido a crear clientelismo político y un cambio de expectativas sociales que dificultan el progreso. Me explico:
Bajo el paraguas de las políticas del estado de bienestar se ha creado un sentimiento de dependencia social hacia la política. Nos hemos convertido en sociedades, por lo menos la española, en que la cultura del esfuerzo, emprendimiento y responsabilidad se está sustituyendo por la del subsidio.
Un concepto de estado de bienestar que procura la igualdad de resultados, no la de oportunidades, lo que al mismo tiempo alimenta el clientelismo político y degrada la democracia.
Y en este contexto nos tenemos que enfrentar a la guerra de Putin y el cambio climático. La UE está en guerra, una guerra económica contra las autocracias que indudablemente hay que librar, pero que tiene y tendrá un elevado coste, tanto por las ayudas a Ucrania como las sanciones a Rusia.
Al mismo tiempo que esta situación ha provocado una revulsión global que cambiará la estructura geopolítica global, incrementado el gasto en defensa y animando a países hasta ahora neutrales a alinearse, como Suecia y Finlandia, que han solicitado su ingreso en la OTAN.
En un contexto en que la estrategia de Putin trata de minar la cooperación europea desestabilizando la solidaridad entre países, al mismo tiempo que promueve la inestabilidad social a través de la inflación, lo que deriva en inestabilidad política haciendo surgir extremismos populistas.
Curiosamente, el artículo hacer referencia al peligro que representa el populismo de extrema derecha, obviando el peligro que representan de igual modo las políticas comunistas, que arruinan el futuro de los países y por tanto su capacidad de actuar como actores mundiales.
Y en cuanto al segundo punto mencionado, el sector energético, principal origen del problema de inflación, se argumenta la necesidad de cambiar el modelo de mercado que elimine los windfall profits. Ello supone intervencionismo, quizá lógico, en un momento excepcional como el actual
Pero hay que ponderar mucho que tipo de intervencionismo es más adecuado, y cambiar de estructuralmente el modelo marginalista puede no serlo. Al mismo tiempo que puede suponer una situación de inseguridad jurídica que desincentive la inversión necesaria para conducir la transición energética
Indudablemente, lograr la independencia energética y no depender de autocracias, es esencial, y al mismo tiempo complicado, ya que uno de los países que domina los minerales estratégicos necesarios para dicha transición es China.
Por tanto, la UE se enfrenta a retos importantes en que la política tiene que tomar decisiones difíciles. Esperemos que sean las adecuadas, nos jugamos el futuro de las próximas generaciones.