Decía en la primera entrada de esta serie sobre el gasto público y los impuestos que cada empleo generado por la “bendición” del gasto público esconde un empleo destruido por los impuestos. Y dejaba para esta segunda parte la discusión de si es mejor o no ese empleo que ha sido generado por gasto público o su equivalente que no habría sido destruido (porque Juan Pérez sí se habría comprado el libro, o los pantalones, o habría salido a cenar, o simplemente lo hubiera ahorrado para el horno que tenía pensado comprar para mejorar su obrador).
La discusión no es sencilla, a poco que se reflexione sobre ello. Tenemos que decidir sobre la creación y destrucción de empleo, y parece que incluso podemos decidir dónde hacerlo.
Cuando el Estado decide, por ejemplo, realizar una obra pública, está decidiendo crear empleo en un determinado lugar y para unas determinadas empresas.
Cuando el Estado decide construir un AVE entre Ciudad_A y Ciudad_B, las implicaciones son enormes. Una infraestructura de alta velocidad entre estas dos ciudades ¡qué duda cabe que será un maná caído del cielo que favorecerá la economía de ambas! Y no solo será una bendición para ellas, sino también para sus zonas geográficas más próximas y para todas las ciudades intermedias por las que pase.
- Qué maravilla que es viajar a Sevilla –dice encantado el pasajero en viaje de trabajo. – Cada vez que me toca ir me llevo una alegría. Casi compensa los disgustos que me llevo cuando me toca Galicia. Menudo rollo de viaje en avión. A veces pienso que me compensaría ir en coche ahora que sí llega la autopista.
También decide el Estado a qué empresas encarga la construcción del AVE. Por medio de concursos públicos se adjudican diferentes partes del proyecto a diferentes empresas, tratando de que el resultado sea el de mejor calidad posible con el menor precio. El equipo jurado del concurso decide, con su mejor criterio, qué empresas realizan el proyecto. Las empresas que reciben la adjudicación tienen que contratar nuevos trabajadores para realizar las obras. Muchos nuevos empleos que antes no existían se crean ahora.
Esto es lo que se ve en una obra pública, pero el mismo ejemplo de razonamiento sencillo podríamos usar para la mayoría de los gastos que realiza el Estado. (Permítame, estimado lector, dejar por ahora fuera de la discusión los gastos en seguridad y defensa, educación, sanidad y justicia. Merecen un razonamiento específico). Esto es “lo que se ve”, el campo de acción de D. Maleconomista Bienintencionado. Nada malo hay, aparentemente, en todo lo anterior. Solo vemos prosperidad.
Pero debemos continuar el análisis estudiando si hay algo “que no se ve”.
Por ejemplo, no se ven las quejas de Ciudad_C, que juzgan injusta la decisión. O al menos eso dicen sus habitantes:
- Es lo mismo de siempre. Nadie se acuerda nunca de esta ciudad – dice desesperanzado el vecino de Ciudad_C - ¿Cómo vamos a salir adelante si ningún gobierno se acuerda nunca de nosotros para las infraestructuras? No hay buenos ferrocarriles, las carreteras apenas han mejorado… así estamos condenados a no salir del agujero nunca.
Tampoco se ven las quejas de la Empresa_C, que tiene su sede en Ciudad_C, y que no tiene nada que ver con construir ferrocarriles, porque construye carreteras.
- No sé qué manía les ha dado con el AVE. Son unos tarugos que no se enteran de nada. Con una buena autovía se arreglaban todos los problemas de Ciudad_C. Y si me apuras de la toda la Comunidad – argumenta no sin razón el empleado de Empresa_C, que ve en riesgo su puesto de trabajo -¿¿Es que no se dan cuenta de que si no hacen algún proyecto aquí vamos a quebrar?? ¿Es que no les da pena todo el paro que hay y que se podría arreglar con solo decidir que fuera una carretera buena en lugar de ese gasto faraónico que es el AVE para que luego viajen cuatro pasajeros?
Cómo podemos resolver este aparente dilema? ¿Qué debe decidir el Estado? ¿A y B? ¿A y C? ¿El AVE? ¿La carretera? ¿Ciudad_A por ser más grande? ¿Ciudad_C porque si no nunca saldrá del atraso?
Y si lo anterior parece complejo, no lo es nada comparado con el problema de verdad. Aún más escondidos están los efectos causados por los impuestos que se recaudarán para pagar el AVE. Recuerda, estimado lector, lo que vimos en la primera parte de esta serie. ¡Miles de Juan Pérez no se comprarán un libro, ni pantalones, ni saldrán a cenar, ni ahorrarán para el horno que tenían pensado comprar para mejorar su obrador! ¿Qué es mejor, pues? ¿El puesto de trabajo de un obrero en el ferrocarril o el de un librero, el de un obrero de la empresa textil, el de un camarero en un restaurante?
La decisión arbitraria del Estado sobre un gasto público tiene como primer problema que es, por definición, arbitraria. El Estado no pide permiso para coger el dinero de la nómina y gastarlo en el AVE. Simplemente lo hace, y esto ya es un pecado original insalvable. Porque cuando cada persona decide el uso de su dinero, lo decide libremente. Decide si prefiere el libro, los pantalones, ir a cenar o ahorrar para mejorar su negocio. Es su libre decisión. Los impuestos, no (por eso se llaman así).
En segundo lugar, cuando el Estado decide lo hace de manera ineficiente porque es imposible que conozca la respuesta correcta. Porque la respuesta correcta, como vimos en la segunda parte de “la destrucción creadora”, es que algo sea “más o menos útil a la sociedad”.
Si una empresa quiere construir un AVE entre Ciudad_A, B o C o donde quiera, se juega el dinero de sus accionistas. Si funciona bien, será una empresa de éxito y habrá acertado. Si funciona mal, hará todo lo posible por mejorar. Y si no lo consigue, quebrará y sus activos se liquidarán. Sus trabajadores buscarán trabajo en otro lugar que sea más útil a la sociedad.
Si nadie quiere construir un AVE entre esas ciudades pero sí una autopista, será porque estima que eso sí será de más agrado para sus futuros clientes. Pensará que hay más gente que irá por la autopista pagando el peaje que en el fecorraril pagando el billete. Y por tanto que esa decisión es “más útil a la sociedad”.
Si nadie la construye, será porque piensa que no será suficientemente útil comparado con los libros, los pantalones, los restaurantes, o los nuevos hornos para mejorar los obradores. Piensa que no tendrá suficientes clientes.
Y este es el punto más importante de toda esta argumentación. No se trata de que el AVE o la autopista sean útiles o no. Se trata de si lo son más o menos que otras alternativas para el uso de ese dinero. De si son más o menos útiles a la sociedad.
No hay otra forma de tomar estas decisiones. Y por tanto debemos concluir que el Estado es necesariamente ineficiente en la toma de decisiones de gasto público: es sencillamente imposible que se pueda meter en la mente de todos los posibles futuros usuarios (o no) de sus servicios.
Sin embargo, cuando la iniciativa privada toma decisiones, lo hace de otra manera.
En primer lugar se juega libremente su dinero. Es más fácil jugarse el dinero de los demás (lo que hace el Estado) que el propio. Si te juegas el propio, te lo piensas dos y tres veces. ¿Cuántas tiempo dedicas, estimado lector, a cada decisión de inversión?
En segundo lugar, si no funciona, la iniciativa desaparece y se reasignan los recursos (empleo y capital) a otro lugar más útil para la sociedad. Y así de manera continua la destrucción creadora asigna de manera eficiente los recursos, porque tiene en cuenta de manera continua millones de decisiones individuales: los clientes eligiendo qué prefieren y qué no.