Esta entrada quizá sorprenda a algún lector, ya que no es un tema tratado habitualmente desde esta perspectiva científica en este blog. Pero es una introducción para comprender posteriormente los importantes efectos económicos y sociales que pueden tener los distintos tipos de políticas emprendidas para mitigar el calentamiento global, algo que espero desarrollar en posteriores entradas.
El mundo está inmerso en un gran problema global, el cambio climático, que parece que da lugar a fenómenos climáticos más frecuentes e intensos con sus consecuentes daños económicos y vidas perdidas.
Este proceso se ha atribuido principalmente a la acumulación de CO2 en la atmosfera como resultado de las emisiones derivadas de combustibles fósiles desde la fase preindustrial, los años 1850-1900.
Indudablemente en el calentamiento global influyen muchos factores, pero la relación entre CO2 acumulado y temperatura parece bastante evidente (figura siguiente).
Figura.-NOAA. Temperature Change and Carbon Dioxide Change.
La gráfica hace referencia a los últimos 800.000 años, en los que se considera que los datos son más fiables que en periodos más antiguos de la tierra.
Otra cuestión es si esta relación no variará a partir de determinado nivel de CO2, pudiendo incrementarse o reducirse el incremento de temperatura con respecto al incremento de la concentración de CO2.
El equilibrio entre concentración de CO2 y temperatura ha variado de forma muy significativa a lo largo de los 4.540 mill de años de la historia de la tierra, llegando a presentarse concentraciones de CO2 de entre 3.000-9.000 ppm (siendo en la actualidad de casi 420 ppm) hace 500 mill de años, pese a lo cual, la temperatura terrestre era solo de unos 10ºC superior a la actual. Si bien existían otros factores que condicionaban la temperatura, como la intensidad del sol y la órbita terrestre.
En la historia reciente, la NASA ha contabilizado un incremento de 0,08ºC por década desde 1880, aunque la tasa media desde 1981 ha sido de 0,18ºC, más que doblando las tasas de incremento previas.
Además, tenemos que contemplar que la concentración de CO2 atmosférica es el resultado de un equilibrio entre emisiones, ahora principalmente antropogénica según el IPCC, y absorción, como la llevada a cabo por el océano y la vegetación.
Según British Petroleum (BP), las emisiones globales de CO2 han sido de 31.983,6 mill de Tn en 2020, reduciéndose como resultado de la menor actividad económica consecuencia de la pandemia desde los 34.039,8 mill Tn de 2019.
El océano ha absorbido entre el 20% y el 30% del total de las emisiones antropogénicas de dióxido de carbono en las últimas décadas (entre 7.200 y 10.800 millones de toneladas métricas por año) . Y ha dado lugar a que los océanos contengan más de 60 veces la cantidad de carbono de la atmosfera, habiéndose observado un paralelismo entre los cambios atmosféricos y en los océanos, y aunque estos últimos cambian más lentamente, juegan un papel importante sobre los niveles atmosféricos.
Y en cuanto a los efectos sobre el clima, al evaluar las emisiones también debemos tener en cuenta que existe un retraso entre las emisiones y sus efectos sobre el calentamiento terrestre, que se ha estimado en 50 años.
Indudablemente, además del CO2, también existen otros gases que contribuyen al efecto invernadero, como el metano y el oxido nitroso, y todos ellos han incrementado su concentración en la atmósfera en las últimas décadas. , pero su efecto sobre el calentamiento global es distinto en función de su vida media en la atmósfera y de su potencial de calentamiento global (GWP- Global Warming Potential), que mide la energía que una Tn de gas absorbe en comparación con una Tn de CO2 en un periodo de tiempo determinado que suele ser de 100 años.
Por definición al ser referencia, el CO2 presenta un GWP de 1, mientras que el metano (gas natural) lo tiene de 28-36, y el óxido nitroso (N2O) de 265-298. Pero la vida media de cada uno de ellos es muy distinta, ya que mientras el CO2 puede permanecer miles de años en la atmósfera, el metano está 12,4 y el N2O unos 121.
Según el IPCC, la superficie global ha incrementado su temperatura en 1,09ºC desde 1850-1900 al periodo 2011-2020, siendo la última década el periodo más cálido desde hace 125.000 años, atribuyéndose a la actividad humana el incremento de 1,07ºC, el 98% del incremento.
El IPCC también estima que en el periodo 1850-2019 se han emitido 2.390+/- 240 Gt de CO2 antropogénico, dando lugar a que el presupuesto de carbono (el presupuesto de carbono es la cantidad de carbono que podemos permitirnos emitir para no sobrepasar un incremento de temperatura determinado) en enero de 2020 era, para con una probabilidad del 50% evitar sobrepasar un incremento de temperatura de 1,5 o 2ºC, respectivamente de 500 y 1.350 Gt CO2.
Podemos estar de acuerdo en la mayor o menor importancia de la actividad antropogénica en el cambio, o la necesidad de alcanzar un incremento determinado de temperatura global o en cuanto tiempo, pero parece claro que se está produciendo un cambio que se manifiesta por una mayor concentración de CO2 atmosférico y una subida de la temperatura global, que se ha correlacionado con una mayor frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos extremos.
implicando estos fenómenos pérdida de vidas y daños materiales. Según el World Economic Forum (WEF), entre 1998 y 2017 más de medio millón de personas perdieron sus vidas y se generaron daños por valor de 3,47 bill de $ en paridad de poder adquisitivo. Y los datos del Centro Nacional de Información Medioambiental Americano (NOAA) sobre el coste en precios constantes de los daños producidos por fenómenos climáticos extremos corrobora este hecho. (figura siguiente).
Figura.- NOAA: Billion-Dollar Weather and Climate Disasters: Time Series . Coste de eventos climáticos extremos en USA en dólares ajustados por IPC.
Sobre la evolución del número de fenómenos climáticos adversos, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), ha publicado un atlas sobre mortalidad y pérdidas económicas entre 1970 y 2019, indicando que el número de desastres se ha quintuplicado.
Según el informe, el número de desastres naturales desde 1970 ha sido de 22.326, de los que 11.072 pueden atribuirse a fenómenos climáticos como olas de calor, inundaciones, incendios, huracanes, etc.. ; y el resto geofísicos, como terremotos, accidentes, etc..
Un crítico de estos datos es D Soriano, que en un artículo de Libertad Digital subraya que estos datos son falsos, indicando que actualmente existe una mayor información, y que el incremento es debido a que anteriormente muchos de estos fenómenos pasaban desapercibidos.
Siendo esto cierto, creo que no se puede negar que los fenómenos climáticos extremos no hayan incrementado su frecuencia, ya que para ello, no es necesario que se quintupliquen.
Pero en cuanto a los efectos del cambio climático, quizá también se subestimen, ya que en contra de lo mencionado por Soriano, algún estudio indica, aunque es bastante discutible, haciendo referencia al periodo posterior a la última glaciación, que no se puede descartar que el cambio climático influya sobre fenómenos de carácter geofísico como terremotos o mayor actividad volcánica, resultado de un proceso denominado rebote isostático.
En cualquier caso, los fenómenos climáticos adversos se miden por sus daños económicos y vidas perdidas. Las vidas perdidas se han reducido muy significativamente como resultado del desarrollo tecnológico e inversión en infraestructuras, pudiendo relacionarse mayor inversión con menor mortalidad, lo que podría interpretarse como una adaptación al entorno.
Entre los factores que reducen el número de muertes podemos considerar los avances médicos y mejores infraestructuras, pero también medios de acceso rápido a zonas de catástrofes, medios que por cierto consumen combustibles fósiles, que contaminan pero salvan vidas.
Otro argumento de los detractores es que ponen en duda los efectos del calentamiento global en base a que el coste de los desastres naturales, medido como porcentaje del PIB, se mantiene constante. Sin embargo, no creo adecuado medir el coste de los desastres naturales como porcentaje de PIB, ya que si bien es una medida de que el esfuerzo por paliar los efectos de los desastres naturales no aumenta, la frecuencia e intensidad de los desastres y su coste no dependen del PIB. Y esas inversiones tienen un coste de oportunidad y de crecimiento.
Y en cualquier caso, habría que comparar el coste actual de evitar el calentamiento global con el valor actualizado del coste de no enfrentarse a este, lo que dependerá de las estimaciones, en base a modelos, de la frecuencia e intensidad de los fenómenos climáticos adversos, así como de la tasa de descuento utilizada, y acertar parece bastante complejo.
En este entorno, la política está condicionando a la sociedad y los ciudadanos. Se ha creado un entorno de alarmismo climático, quizá intencionadamente, ya que el alarmismo climático vende y constituye una herramienta de manipulación ideológica, facilitando la creación de un pensamiento colectivo que pueda, en un caso extremo, llegar a limitar las libertades individuales bajo el pretexto de la seguridad colectiva.
No implica ello que no exista un cambio climático, que el hombre no haya ejercido gran influencia sobre él, y que no haya que actuar enfrentándonos al mismo, pero no en base a sentimientos, sino a datos y argumentos que contribuyan a crear una estrategia sensata, no precipitada, y eficiente.
En este sentido, y en la actualidad, la transición pretende llevarse a cabo en base a las reglas de mercado, basadas en el hecho de que el incremento de precios derivado de los combustibles fósiles impulsará el desarrollo de inversiones dirigidas a energías alternativas, fundamentalmente renovables.
El precio de estas ya las ha hecho competitivas, pero no ha resuelto el gran problema de la mayoría de ellas, la no gestionabilidad, que se solucionará mediante sistemas de almacenamiento de gran capacidad, como baterías e hidrógeno, pero que actualmente son tecnologías inmaduras, tanto técnica como económicamente.
La cuestión es que la transición energética requerirá ingentes cantidades de inversión y gasto público para “no dejar a nadie atrás”. Y la inversión en llenar todo de placas y molinos no será la solución.
Este hecho implica que la voluntad política por si misma no puede garantizar ninguna transición verde si en paralelo la ciencia no desarrolla sistemas alternativos. Es decir, poner la política por encima de la ciencia no es solución. Cuando además, no sabemos cuándo la ciencia logrará una solución, ni siquiera si lo logrará, aunque previsiblemente sea así.
Y ante la alternativa de no lograr los avances tecnológicos necesarios, se ha planteado que salvar el mundo implica el decrecimiento económico para emitir menos gases de efecto invernadero y preservar el clima. La cuestión es que ello implica menor calidad de vida y puede dar lugar a free riding.
Lo que da pié a plantearse si realmente la estrategia que pretende llevarse a cabo es la adecuada, algo que pone en duda el reciente incremento de los precios de la electricidad en el conjunto de Europa, reflejo de que los mix de generación no son apropiados y de que la capacidad de interconexión entre países es escasa.
Por tanto, cabe preguntarse: ¿Es eficiente la imposición al CO2 dada la situación? ¿Es necesario llevar a cabo la transición energética tan rápido sin tener soluciones para gestionar la oferta? ¿Debemos perder calidad de vida para evitar el calentamiento global?
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