¿Sabes por qué el tiempo pasa cada vez más rápido a medida que tu vida avanza? Según una explicación es una mera cuestión matemática y de perspectiva. Cuando tienes diez años, un año de vida representa el 10% de tu experiencia. En realidad mucho más, ya que la consciencia y la memoria no se afianzan hasta una determinada edad. Pero un año cuando tienes 40, apenas representa un 2,5% de tu experiencia vital. El día a día puede ser más o menos igual para todos, pero al mirar hacia atrás, el tiempo se percibe de forma distinta por esta regla.
La vida está llena de curvas que aceleran y desaceleran. Cosas como las hormonas, la ilusión, el misterio, el esfuerzo, la energía, las ganas, la procrastinación. Y así una innumerable lista de cosas que van a más o van a menos. Todo cambia.
Por supuesto, una de esas cosas que varían es el dinero que se tiene. Y aún más espectacular en su variación, es el valor subjetivo que le asignamos al dinero.
3.000 pavos a los 18 (hablamos de gente normal, no cuando eres un niño de papá) tienen un valor espectacular por la cantidad de oportunidades y experiencias que te pueden dar en un mes o un verano.
Y, sin embargo, ¿qué cantidad de dinero te haría emocionarte de igual forma cuando tienes 40? Piensa en ello. 300.000 € a esa edad, la que en unos meses tendré, si te llegan de sopetón siempre alegran algo, pero la emoción que generan apenas es una penumbra borrosa de lo que 3.000 € hacían cuando estabas descubriendo el mundo. ¿Tres millones entonces? siempre alegrarán ¿pero de igual forma que 3.000 € que cuando tenías 18? Creo que en mi caso para que me genere la misma emoción, tendrían que ser como 30 millones, que es algo así como decir que el dinero ha perdido su capacidad de emoción en mí.
Sea como fuere, lo importante es que básicamente para todo el mundo el dinero pierde su valor subjetivo muy rápidamente. Demasiado rápidamente. No tengo dudas de que Warren Buffett daría toda su fortuna por volver a tener 30 años. ¡Qué caray! Incluso la daría entera por volver a tener 65. Por un factor 100 o incluso 1.000, el dinero más allá de darte lo básico, con la edad pierde muchísima importancia. Claro que hay que sobrevivir y ser independientes y por ello el dinero es de valor y es de máxima importancia en todo momento y lugar. Pero más allá de la supervivencia, el dinero se vuelve en buena medida papel mojado. Una herramienta tan apasionante como un destornillador de estrella.
Hay un momento en el que el dinero no paga un mejor colchón, una mejor ropa, una mejor comida y, por supuesto, una mejor experiencia. El lujo existe, pero no es un bolso de Chanel. El lujo es espacio, comodidad, tiempo y tranquilidad. Hace falta algo de dinero para eso, pero no millones. No hay nadie más pobre (o mentiroso o idiota) que el que dice que no tiene tiempo.
Quizás el principal factor por el que el dinero se devalúa en poco tiempo por un factor 100 o 1000 en la percepción humana, es que uno se da cuenta de cuáles son las cosas importantes en la vida. Normalmente son aquellas que el dinero no puede comprar, principalmente porque no existen en ningún mercado, no hay fábrica que las produzca o servicios que las entreguen.
Obviando todos los clichés que por serlos no dejan de ser verdades (no hablaremos hoy del amor), hay multitud de cosas que aumentan de valor con la vida, precisamente porque uno se da cuenta de lo maravillosas que son, y también por su escasez y rareza y porque como precisamente el dinero no puede comprarlas, aumentan en valor con respecto a la depreciación del billete. Normalmente todas estas cosas son las que apelan a las emociones y al espíritu humano, aquello que lo conmueve y agita y le hacen sentir vivo.
La satisfacción de las cosas bien hechas. El orgullo de tener un hijo que ha logrado su meta, la pasión, el esfuerzo y la constancia de los ganadores...pero también de los perdedores que lo han intentado sin desfallecer. El no rendirse, ¿hay algo más bello que eso? Y lo contrario, la templanza y compostura de un gran ganador, que emociona más que la victoria en sí. La elegancia personal que no depende del barrio en el que se nace. El padre o la madre que lucha por su familia aún a costa de joderse la vida en el intento. La forma en la que esa chica recoge los papeles que se le han caído al suelo. Las disculpas sinceras y rápidas de quien comete un error y no suelta mierda por la boca. La sutil impuntualidad de la amada, la explícita puntualidad de los demás. El rumor del mar en las rocas una cálida noche de verano. Una persona inteligente que no es consumida por su inteligencia porque sabe perfectamente que en el fondo no es más que otro pobre diablo de la creación. La bellísima franqueza de una opinión emitida para ayudar, que busca la precisión con la que ni herir ni adular.
Todas estas cosas son las que tienen valor de verdad y se aprecian exponencialmente con el tiempo y el dinero no puedo ni imaginar comprarlas.
Hacer las cosas bien con lo que se tiene, no depende del dinero. El orgullo no sale de ninguna billetera. El saber perder y ganar no se adquiere en Amazon. El no rendirse y la elegancia personal son condiciones del alma. El amor a tu familia, la sinceridad, el respeto, la delicadeza, los momentos bellos y fugaces, no hay cheques en blanco que los compren. O son o no son. O están o no están. Según tu vida avanza, estas son las cosas que se aprecian y empiezas a pensar mucho en ellas y muy poco en el dinero, aunque éste nunca dejará de ser importante porque es nuestra supervivencia.
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