Comentaba Daniel Lacalle en su última columna en Cotizalia que "La deuda es una droga. Una droga muy potente, porque nubla la prudencia analítica ante la vaga promesa de un futuro en el que todo se repaga con crecimiento, y hace que se obvien las alarmas que nos indican que la cosa va mal." En torno a la deuda gira esta entrada.
Uno de los calificativos que ha recibido la presente crisis es el de crisis de deuda, debido al espectacular crecimiento de la deuda durante la última década. Pero quizás lo más problemático no fue tanto que los niveles de deuda aumentaran en cantidad, sino que su calidad empeoró notablemente. En efecto, durante los años de boom se fue creando una montaña de deuda, buena parte de la cual era de mala calidad.
Dicho de otra manera, que la capacidad de atender el pago de la deuda global de la economía era cada vez menor, como han puesto de manifiesto los acontecimientos de los dos últimos años, con una explosión de las tasas de impagos y morosidad de los créditos.
En consecuencia, el fenómeno del endeudamiento ha salido muy criticado de esta crisis. Sin embargo, tampoco se debe caer en extremos de considerar a la deuda como un mal en sí mismo, como el mayor peligro para la sostenibilidad económica. De hecho, los niveles y calidad de la deuda global suelen ser función de las características de las instituciones que gobiernan la actividad económica, en particular, el tipo de sistema monetario/financiero vigente -ya sea un sistema de dinero fiduciario, uno respaldado y convertible al oro (patrón-oro), dependiendo de la elasticidad del crédito, etc-.
Por ello, restringir el endeudamiento a base de regulaciones y decretos gubernamentales no atacaría la raíz de los problemas que sufre el sistema financiero internacional, y que llevan abocando a las economías avanzadas a ciclos económicos y crisis financieras periódicas.
Para expertos monetarios como el profesor Antal Fekete (ver entrevista de Gabriel Calzada), la deuda es de hecho una “espada de doble filo”. Sostiene Fekete que la deuda puede ser un importante pilar del progreso capitalista, pero si se abusa de ella, puede generar su colapso. Por un lado, “el gran papel creativo de la deuda se encuentra en el hecho de que hace posible la iniciativa empresarial humana, independientemente del lugar de nacimiento accidental. En este sentido, la deuda es un agente de libertad”.
Pero, por otro lado, si se usa de manera errónea y se permite que su acumulación crezca exponencialmente, puede llegar a ser un “agente de servidumbre”, generando más efectos dañinos que positivos. Por esta razón, apunta este profesor, la deuda debería ser tratada con suma cautela, y su “retirada ordenada ser promovida por todos los medios posibles”.
Desgraciadamente, en la situación actual Fekete piensa que estamos más en el segundo escenario, es decir, la deuda como una “gran maldición para la sociedad” (en otros términos, que se ha sobrepasado con mucho el umbral del modelo de saturación de deuda, como comentaba Daniel en su artículo). Y no es descabellado, dado los quebraderos de cabeza que ha causado recientemente y los que, muy probablemente, causará en el futuro. Según este analista, los problemas de fondo yacen en la misma naturaleza del sistema monetario internacional, y el carácter fiduciario y no convertible del dinero que predomina en todo el mundo, lo que tiene implicaciones sobre los tipos de interés, etc.
Así, “el dinero inconvertible hace que la reducción de la deuda total sea imposible”, conduciendo a un proceso de crecimiento acumulativo de la deuda que “está condenado a acabar en desastre”. Por el contrario, argumenta Fekete, estos problemas no existirían en un sistema monetario basaso en el patrón-oro, en el que el crecimiento de la deuda estaría mucho más controlado (salvo que los políticos lo hicieran saltar por los aires).
Resumiendo, e independientemente de si uno piensa que el patrón oro es un sistema al que convendría acercarse: la deuda puede ser un elemento tanto positivo como negativo. Como el vino, depende del cómo y el cuánto. Pero yendo más allá: el fondo de la cuestión no es el nivel de endeudamiento en sí mismo, sino lo que hay detrás: qué incentivos existen para que los agentes económicos decidan o no endeudarse (políticas monetarias y tipos de interés, elasticidad del crédito que viene regida por factores institucionales del sistema bancaro/financiero, bonificaciones fiscales, políticas de rescate a la imprudencia sistémica...).
Si se quieren evitar crisis de exceso de (mal)endeudamiento futuras, me da a mí que se deberían atajar estas cuestiones de raíz, y no que si aumentamos los ratios de capital, ponemos un tope a la deuda privada, o establecemos una regulación aquí y otra allá...
Me permito hacer la predicción de que esto no se va a hacer, y que en cuanto nos recuperemos de ésta y nos montemos otra vez en el dulce e ilusionante viaje de la euforia y la exuberancia irracional (alimentada por bancos centrales y gobiernos), una nueva crisis asomará de nuevo, cuando el FMI y la FED menos se lo esperen.