En un mundo en el que es posible conocer las
cotizaciones de las empresas del NASDAQ o el último dato del índice de
producción industrial chino en cuestión de segundos, el papel de las
expectativas pasa a un segundo plano. De alguna forma es un suceso lógico
puesto que el ser humano, por condición, prefiere pruebas fehacientes de los
acontecimientos que no aproximaciones etéreas y difícilmente cuantificables.
En su empeño por ejercer el control, el hombre
se ha dedicado siempre a cuantificar y ordenar sistemáticamente los hechos. En
economía, el pionero fue William Petty (1623-1687) quien utilizó por vez
primera aproximaciones científicas para estudiar el desarrollo de la actividad
económica. La historia que sigue es la de una ciencia social, la economía, empeñada
en convertirse en una ciencia formal con sus leyes y axiomas. Una ciencia
envidiosa de las leyes de Newton y la teoría elegantemente formulada de la
matemática. Una ciencia muchas veces engañada a si misma.
La aparición de las nuevas tecnologías y el
proceso de integración económica han contribuido enormemente al engaño que
hemos descrito haciéndonos pensar que la economía se podía cuantificar y que la
riqueza de las naciones obedecía a unos cuantos teoremas y modelos. Si bien es
cierto que el progreso tecnológico ha contribuido al desarrollo de la ciencia-
algo que ya hemos defendido en anteriores artículos- la mala interpretación de
éste puede acentuar la mentira. A los economistas les pesa más la condición
humana que su afán científico: prefieren encomendarse a una mentira para no
perder la sensación de control que admitir que la economía se mueve por
expectativas y percepciones.
Las expectativas son un elemento introducido por
John Maynard Keynes en su Teoría General (1936) para hacer referencia al estado
de ánimo de los agentes económicos. El término se inspira en una idea
incipiente de David Hume si bien es Keynes quien le da una verdadera motivación
económica.
Nuestra atención por las expectativas radica en
el hecho de que con la gran cantidad de datos e indicadores que disponemos hoy
en día parece que hayamos olvidado el carácter social de la economía. Un
ejemplo frecuente lo encontramos en la afirmación: “hemos salido de la crisis
porque el crecimiento vuelve a ser positivo y muestra una tendencia al alza”.
Efectivamente, los datos parecen incidir en esa dirección, sin embargo, el
estado de ánimo de inversores y consumidores podrían revertir esa situación
rápidamente. Esto es algo que los indicadores no pueden mostrarnos. El estado
de ánimo es una percepción difícilmente cuantificable, de las que no nos gustan
como economistas y que solemos dejar fuera de los modelos. De esta forma,
seguimos contribuyendo al autoengaño al que hacíamos referencia anteriormente.
Llegados a este punto, uno empieza a darse
cuenta de que la importancia de la información y market data de Bloomberg es relativa. Tiene su alcance, pero
relativamente. Que las acciones de Oracle suban y que en el tercer trimestre el
crecimiento del PIB se haya acelerado es consecuencia de las acciones de unos
determinados agentes económicos. Sin embargo, puede haber otros que ni conozcan
dichos acontecimientos y el estado de ánimo de los cuales empeore y, en
consecuencia, las acciones de Oracle bajen y el PIB del siguiente trimestre se desacelere.
A grandes rasgos, los animal spirits pueden
modular el comportamiento de la economía y sin embargo, se les presta muy poca
atención. Preferimos cifras en rojo y verde que intuir el estado de ánimo de
unos agentes a los que ni conocemos.
Las expectativas tal y como las entendemos para
nuestro ejercicio se alejan de las expectativas usadas como anticipo a un
suceso futuro. Estas sí han jugado un papel importante en varios modelos
macroeconómicos (Modelo de Cobewb, Cagan, Lucas, modelos de política
monetaria...). Nuestro concepto se asemeja más al propuesto por Keynes y que
recoge el estado de ánimo, la confianza y la seguridad del agente económico. Es
en esta versión cuando entendemos, son tan determinantes. Buena prueba de ello
son los episodios conocidos como pánicos bancarios. Pese a no haber un riesgo
real, basta con el rumor de que un banco no es solvente para sembrar una
hipotética crisis financiera. Seguramente los datos macroeconómicos eran
positivos, la cotización del banco estaba en números verdes y sin embargo, las
expectativas de determinados agentes condujeron a una serie de actuaciones que
acabaron con la caída del banco.
Con esta reflexión, queremos reivindicar el
papel de las expectativas en la economía. Pensamos que muchas veces se le
concede demasiada importancia a los datos y se ignora la apreciación que puedan
tener los ciudadanos. Al fin y al cabo, éstos no son economistas y no tienen ni
idea el rendimiento del PIB, la tasa de desempleo o la inflación subyacente. La
mayoría de agentes simplemente se mueven por su propia percepción de la
realidad, que seguro, se alejará de las cifras cambiantes de Bloomberg que
nosotros consultamos constantemente. Porque no podemos cuantificarlas, las
expectativas son frecuentemente ignoradas en nuestras descripciones de la
realidad. Ni siquiera Keynes en su Teoría General le prestó suficiente atención
a sus animal spirits cuando verdaderamente
podríamos estar ante la piedra filosofal de la economía.