Los que me llevan siguiendo un poco sabrán que, con
mayor o menor intensidad, en general, siempre me he mostrado más bien confiando
con respecto las perspectivas de la economía china. Esta mayor
confianza no se debe tanto a un tema de percepción o menor aversión al
riesgo sino una manera distinta de aproximarse al problema.
Un punto crítico para la comprensión del nivel de deuda en
China, pero al que rara vez le prestamos atención, es el hecho diferencial de
que una gran parte de este endeudamiento del país esta contraído consigo mismo: es
decir, se trata de deuda contraída entre diferentes entes gubernamentales pero que, en última instancia, dependen del Estado. Desde el punto de vista de los préstamos, como es sabido la mayor
parte del sistema bancario es de titularidad pública (tanto los cuatro grandes
–también llamados “bancos de política”–, como los muchos bancos comerciales que
han ido proliferando en la última década y que, en mayor o menor medida, están
controlados por los diferentes gobiernos locales y central). Del mismo modo,
prácticamente la totalidad de los prestatarios son empresas de propiedad
estatal (State-owned
enterprises) o gobiernos locales. Dicho de otra forma, el gobierno
chino se debe dinero así mismo. Así, si hacemos un netting entre los diferentes activos y pasivos
que se acumulan en los distintos niveles de gobierno, comprobaríamos que el
apalancamiento total de la economía china se reduce substancialmente.
Hay varios elementos que ayudan a entender estas dinámicas. En
primer lugar, las entidades gubernamentales han tenido (y siguen teniendo hoy)
una mayor facilidad de acceso al crédito; un acceso que no tiene la economía privada donde se concentra el poderoso sector exportador chino. Es por esto que, a día de hoy,
el apalancamiento medio del sector privado es muy bajo: tan solo un 30% del
total de la deuda de China –que se estima en un 220% sobre el PIB– aunque este representa aproximadamente
el 80% del PIB del país. De igual manera, la deuda de los hogares también es
relativamente baja en comparación a cualquier país de nuestro entorno
situándose a niveles cercanos al 35% sobre el PIB. De hecho, el ahorro de las
familias, en forma de depósitos
bancarios, equivale a más del doble de los pasivos. De esta forma, los hogares
chinos cuentan ciertamente con un más que solvente colchón de liquidez para hacer frente a
posibles contingencias.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, los inversores preocupados
por una hipotética crisis de deuda china básicamente pueden argumentar riesgos en la medida que el gobierno central no pueda, o no quiera, mantener el
crédito hacia ciertas SOEs o gobiernos locales que, estando en situación de
insolvencia, no pudiesen, en consecuencia, hacer frente a sus obligaciones de pago. Esto, a mi
juicio, tampoco es una preocupación si atendemos a los datos.
Las últimas
estimaciones con respecto a la deuda del gobierno central son de un 15% sobre el
PIB, una cifra relativamente muy baja y que, además, no tiene en cuenta las
ingentes reservas de divisas que posee la nación y que ascienden a unos 4
billones de dólares (c. 40% del PIB).
Con las cifras en la mano, parece evidente que los líderes de
Beijing tienen margen fiscal suficiente para rescatar, o no, aquellas empresas
públicas y gobiernos locales que consideren oportuno cuando crean que deben
hacerlo. Lo señalé ya hace algún tiempo cuando salto la noticia
de la primeras quiebras de empresas chinas que a más de uno cogió con el pie
cambiado: la ordenación del balance chino es hoy, ante todo, una cuestión
política en donde la élite china, y muy especialmente el premier Li Keqiang y
sus círculos más próximos, han de decidir cómo gestionan los tiempos para
avanzar en las reformas –condiciónsine
qua non para que China prosiga por la senda de la prosperidad–, sin que esto suponga un menoscabo en el liderazgo del Partido en las
mismas. En dos palabras: alta política.
¿Qué podemos esperar en el corto-medio plazo? Difícil de decir, sobre
todo teniendo en cuenta la relativamente poca transparencia del régimen y el
carácter insondable de sus dirigentes. Con todo, en opinión de este analistas, dada la
propensión de muchos líderes locales (por no decir caciques) en impulsar
proyectos faraónicos la mayoría de veces básicamente para su auto-engrandecimiento,
me parece lógico pensar que veremos más “quiebras ordenadas” en los próximos
meses y como el sistema va depurando sus excesos de manera ordenada. Como ya
dije en su día, estas quiebras sirven de toque de atención a los cuadros del Partido y entidades gubernamentales inferiores para que tomen
buena nota de los nuevos aires que se respiran en la capital. En cualquier
caso, me atrevo a descartar por completo un escenario de aterrizaje forzoso.
En resumen, la economía china está afrontando un
momento de cierta zozobra que desde occidente muchas veces
tendemos agravar de forma automática simplemente debido a la dificultad
(justificada) de obtener una visión nítida y completa del funcionamiento,
mecanismos y singularidades de la economía china. Mi tesis es que, aun
existiendo algunos riesgos, concentrados en ciertas regiones y sectores, el
país cuenta con reservas –en su sentido literal y figurado– suficientes para
hacer frente a los desajustes que caracterizan la coyuntura actual y, en el
medio-largo plazo, proseguir con su proceso histórico de convergencia económica hacia estándares occidentales.