A propósito de Tsipras, Varufakis y el corral griego

     Como ya saben los que me leen, soy jugador de fútbol porque nunca he dejado de sentirme otra cosa. Y soy, siempre lo he sido, jugador técnico. De los que tienen en todo momento todo el campo en la cabeza, y son incapaces de pensar en los equipos sino como un todo: como una orquesta con su director al mando. Entre otras cosas, esto se traduce en que salvo a Kiko Narváez, así a botepronto, no me importaría lo más mínimo que a todos los demás charlatanes que retransmiten y comentan de fútbol por la tele se les fundieran las cuerdas vocales al mínimo contacto con un micrófono. Mención especial en este apartado para Juan Carlos Rivero, José Antonio Camacho y Manu Carreño. ( Y ya que me pongo, una cita especial también para Florentino "Gil y Gil" Pérez, que teniendo a Ancelotti de entrenador le ha cambiado por un tal Benítez: acojonante. Esto de los iluminati se está convirtiendo hoy en día en una plaga.)

     Desde que mi hijo empezó a jugar de crío en el colegio, acaba de terminar su etapa juvenil, disfruto yendo a verle jugar. Faltando este año seis o siete partidos para finalizar la temporada, fui a verle contra el Basurto, en el barrio bilbaíno al lado de San Mamés donde se encuentra el histórico hospital del mismo nombre. Tanto ellos como nosotros, el Portugalete, teníamos todavía posibilidades de optar a la tercera plaza, que daba derecho al ascenso. Pero los nuestros estaban haciendo un partido garrafal. Tanto es así, que a los veinte minutos del segundo tiempo íbamos perdiendo 5-0. El entrenador, de unos cuarenta años de edad y que había dejado recientemente de jugar, fue realizando desde ese momento y de uno en uno todos los cambios que permite el reglamento hasta agotarlos; y terminó dejando solo en el banquillo al único jugador de la convocatoria fijo en todos los entrenamientos y que llevaba más de dos meses sin jugar ni un solo minuto. Al terminar el partido, el chaval entregó la ropa y ya no volvió más.

     Ayer por la mañana, y en relación a mi artículo de este sábado (aquí), un lector tuvo la amabilidad de compartir sus reflexiones conmigo. Me decía que era posible que "el todopoderoso" no fuera ni Tsipras, ni Mas -- a Hitler, Ibarretxe, Arzalluz o Zapatero no los mentó --, sino que quizá lo fuera este que les escribe; que Tsipras podía no pagar la deuda, y Mas no acatar la ley; y que qué sabe nadie qué cartas podía tener Mas todavía guardadas en la manga. Fue terminar de leer su argumentos y venírseme a la cabeza el partido de Basurto, la desilusión de aquel chaval, y las palabras de la madre de otro jugador, también testigo de aquella secuencia completa: "¡ Es que eso lo tenía que saber el entrenador !". 

     Pues eso.