Durante el Barsa-Bayern de la semana pasada le envié un whatsapp a mi hijo, quien se encontraba de cena de fin de curso: "0-0 en el minuto quince; al Bayern le pueden caer diez". El partido no transmitía otro mensaje hasta ese momento, ya que el equipo catalán había salido en tromba desde el principio y estaba desarbolando una y otra vez, cuando y como quería, a los alemanes. Pero, al igual que sucede en los mercados financieros (MM.FF.), en el fútbol las plusvalías no llegan hasta que no consigues cerrar la operación. Pep Guardiola no tardó en reaccionar. Él y su mariscal de campo, Xabi Alonso, dieron en esos minutos siguientes una lección magistral que bien podría terminar en la escuela de entrenadores para futuras promociones: comprimieron el tamaño del grupo de manera transitoria con el fin de reducir el espacio ajeno y la hemorragia propia, y, a partir de ahí, el cuidado del balón, su arropamiento, y la no poca calidad de sus hombres hicieron que tanto el estiramiento de las posiciones de los jugadores como el de las posesiones de balón dejaran de ser una exclusiva de los de Luis Enrique. El "entrenador teutón" había conseguido reequilibrarle esa infernal tendencia inicial a "su" propio Barsa en el Nou Camp ( y de paso, dicho sea con todos los respetos, había conseguido también que poco a poco a Boateng le volviera el color).
Así se llegó al descanso y así comenzó la segunda parte. En el minuto setenta -- es curioso cómo se nos quedan grabados pequeños detalles cuando los vemos como parte de un universo propio, particular, íntimo -- la pantalla nos mostraba prácticamente los mismos datos que al inicio del encuentro, tanto en goles como en posesión: 0-0 y 51-49%. Como si nada hubiera pasado. Lo que no decían los números ni los porcentajes es que Guardiola había retocado posición con el objetivo de ganar posesión, como siempre, pero lo había hecho sin conseguir crear peligro alguno. Como nunca.
En comparación con la vida misma y con la inversión en los MM.FF., los partidos de fútbol se desarrollan durante un espacio temporal mucho más corto, por lo que las consecuencias de la combinación de factores que en los mismos influyen e interactuan se producen de una manera no solo más rápida sino además de forma siempre inexorable. O sea, tienen la misma complejidad que todo lo relacionado con la naturaleza humana, pero una posibilidad de verificación de hipótesis mucho más rápida: noventa minutos, para ser exactos. Imagínense, por ejemplo, que la verificación sobre la hipótesis Zapatero, la verificación sobre la hipótesis Mas o sobre la de Susana Díaz, la tuviéramos disponible en noventa minutos. ¡¡ Sería la hostia, ¿eh? !! Pues esa misma sensación me produjo a mí el otro día el entrenador del Barsa, Luis Enrique, justo un instante antes de tocarle el codo al que estaba a mi lado en el bar -- en casa no tengo el Plus --, y a quien veía por allí por primera vez : "Luis Enrique tiene calentando a Xavi Hernández por si meten gol", le dije. Arqueó los ojos hacia arriba, comenzó a asentir con la cabeza a la vez que la giraba, y cuando ya vió quién le hablaba me contestó levantando la mano cerrada con el pulgar hacia arriba con la misma cara de sorpresa que yo un instante antes. Minutos después -- en el 77 puse en el mensaje -- Messi abría el marcador y Luis Enrique, antes de que Guardiola sacara de centro, metía a Xavi en el campo. En el ochenta Messi hacía bajar la mirada de nuevo a los ultras de Cristiano, y a poco del final -- "ya lo estamos viendo", me había contestado mi hijo tras el segundo -- el 3-0 definitivo nos mostraba no sin crueldad que solo los dioses están exentos de conjugar el espacio temporal.
Un saludo.
