Cuenta Buffett que tras años trabajando a las órdenes de sus admirados maestros finalmente decidió un día volar por su cuenta. Volvió a estudiar empresas del mercado, seleccionó una de ellas y la compró. Para él, y desde el punto de vista del negocio, el balance, y las posibles estrategias de mejora, la cosa era coser y cantar, ya que sus años de "universidad" le habían proporcionado unos conocimientos y experiencias teórico-prácticas que hacían que lo que ahora estaba haciendo no fuera sino lo que había estado viendo hacer una y mil veces a sus padres, primero; y exactamente lo mismo que había hecho otras una y mil veces "junto a sus padres", después. La única diferencia es que ahora el padre era él.
Ser padre es, y que me corrija alguno si no, una de las maneras más naturales y rápidas de disfrutar, obtener, ganar un nuevo punto de vista sobre todas las cosas. Y no uno pasajero y fugaz, como el que nos proporciona la lectura de un libro, o de un artículo, sino un nuevo punto de vista sin fecha de caducidad, permanente, eterno: en el mismo instante en el que oímos ese primer llanto en la sala de partos nace en nosotros ese nuevo punto de vista que ya nos acompaña para siempre. (Cosa diferente es cómo el mismo nos afecte a cada uno de nosotros.) Pues poco más o menos esa es la sensación que me quedó cuando leí al Oráculo de Omaha hablar de aquellos días: que se encontraba viendo, escuchando y haciendo lo de siempre, pero por primera vez la empresa era suya. Seguía viendo, al momento entendiendo, y controlando como pocos las relaciones entre los distintos elementos del balance; y seguía viendo al instante la mejor estrategia para mejorar la cuenta de resultados; pero por primera vez en su vida vivía en sus carnes la experiencia de ser él mismo quien aplicara la estrategia cara a cara con los interesados. Ahora era él, y no otros a miles y miles de kilómetros, el que volvía a casa tras haber tenido que comunicar, y aplicar en persona y ante otras personas, las medidas necesarias para mejorar, reestructurar y fortalecer el balance y la situación de la empresa.
Hay cientos, miles; miles y miles de personas que podrían contar experiencias parecidas a esta, pero probablemente nos sobren dedos de una mano para contar las que son capaces de hacerlo con esa mezcla de naturalidad, sencillez y humildad con la que lo hace el Warrent Buffett. Enseguida se dio cuenta de que aquello no era lo suyo, de que había personas con más capacidad y talento que él para hacer aquel tipo de tareas, y de que, aunque había conseguido racionalizar, fortalecer y mejorar la situación de la empresa de acuerdo con sus análisis y previsiones previas, aquella parte del negocio no era para él, aquella parte del negocio no le hacía feliz. Y con esa mezcla de humildad e inteligencia de de esas personas grandes que saben que su talento no les convierte en todopoderosos, le faltó tiempo para deshacerse de la empresa y orientar desde entonces su vida a lo que mejor le hacía sentir, y a lo que, por tanto, mejores resultados le íba a proporcionar: en su caso, seleccionar e invertir empresas rentables dirigidas por gestores contrastados.
Aceptar las propias limitaciones es algo que no tiene más que ventajas. Y viceversa, como podemos ver en el caso del actual presidente del Real Madrid, Florentino Pérez: un gestor de éxito en el mundo empresarial y de los negocios convencido de que para él no hay sector, tarea ni función que se le resista; y que sin darse cuenta, y por mor de sus delirios de grandeza, decide pasarse de un sector que conoce, domina y en el que lleva ejerciendo toda su vida a otro en el que sencillamente no tiene ni puta idea. ( "Pues ha ganado esto y lo otro" dirá alguno. ¿ Y quién no ha ganado eso y más en el Madrid si hasta el Sanz ha conseguido más títulos que él y en menos tiempo ? Eso sí, siempre podrá presumir de que él lo hizo mejor que Boluda.) Y es que conocer nuestras limitaciones no tiene más que ventajas. Y viceversa: una de las cosas que te pueden pasar es que tengas en la cabeza la idea de un Madrid grande y señor y no se te ocurra otra cosa que fichar a Mouriño. O sea, grandeza y señorío en la misma frase que Mouriño. No me digan que no es acojonante. Hay otra que tampoco es mala, verán: y es que, existiendo un tal Leo Messi a los ojos de este mundo global y televisado, resulta que a este hombre se le ocurre la feliz idea de intentar convencer al personal de que Cristiano es el mejor jugador del universo. ¡ Acojonante, no era nada lo del ojo, y lo llevaba en la mano...! Porque sí, porque yo lo digo, y porque a mí me ha dicho Emilio Butragueño que yo soy de otra galaxia. "Extraterrestre", podría haberla clavado el Buitre... ¿ Y qué les parece esta otra, amig@s ?: resulta que tengo de entrenador a Carlo Ancelotti; quien además de haber demostrado quién es durante toda su carrera en Europa, y en el Madrid también, ganando títulos, títulos y más títulos, ha conseguido tener a todos los pesos pesados, y a los ligeros también, como en mis cincuenta y tres años de vida no he visto a ninguna plantilla confiar y estar con su entrenador, y no se me ocurre otra cosa que cambiarle por Rafa Benítez. Y vuelta la burra al trigo: grandeza y señorío, ¿Rafa Benítez?. ¡ Realmente acojonante! Vamos, que me pinchan y no sangro... Y ya para terminar, que me quiero ir a la cama, no conocer tus limitaciones te coloca cada dos por tres en el escenario al que todo el mundo está mirando a la vez que se descojona de risa. Tanto es así, que de repente te ves obligado a ir a confesarte a escondidas y de madrugada ante un personaje como Ramón de la Morena. ¡ Acojonante ! ¡¡ Pero en qué cabeza cabe, alma de cántaro, tener ya dos porteros de la edad y calidad de Keylor y Casilla, y volver a poner el foco en la portería del equipo !! ¡¡ Pero en qué cabeza cabe, alma de cántaro !!
Sinceramente, Florentino: sé que estás solo, muy solo, y que no hay nadie a tu lado. Lo sé. Como no lo había al lado de Michael Jackson, ni al de Maradona, ni al de Zapatero; y como sé que no hay nadie al lado de Iñaki Gabilondo, de Juan Luis Cebrián o de Artur Mas: alguien que se atreva a jugarse el puesto, la posición o los garbanzos no ya llevándote la contraria sino siquiera a contrariarte lo más mínimo. Lo sé. Pero no les hagas caso, tú házme caso a mí, que sé de esto: vuélvete al pueblo, pequeño saltamontes.
De nada.