Domingo pasado Jérôme Kerviel atravesó la frontera que separa Italia con Francia, después de un largo peregrinaje desde Roma, y lo detuvieron. El ex-trader francés acusado de crear un agujero de 4.900 millones de euros al banco Société Générale durmió en prisión después de que la justicia francesa esperara su regreso al país. Le han perdonado la multa, que sumaba el mismo valor que las pérdidas de sus operaciones, pero estará encarcelado durante 3 años por un crimen que algunos no consideran suyo.
La trayectoria profesional de Kerviel, durante los buenos tiempos, fue fantástica hasta el año 2008. Financiero de profesión, se movió de posiciones para conseguir hacerse un lugar entre los operadores de derivados del banco Société Générale, con sede en París. Se ganó la confianza de sus supervisores y durante años sucesivos, con especulaciones arriesgadas en activos de todo el planeta, registró beneficios millonarios para la entidad francesa.
El primer medio millón lo consiguió con una apuesta contra la aseguradora alemana Allianz, en el 2005. Un año más tarde sumó once millones y en 2007, una apuesta que se beneficiaba de una posible crisis en el sistema financiero internacional, le reportó hasta 1.400 millones de euros a partir de un capital inicial de 28.000 millones de euros. Estos eran los números que gestionaba un asalariado de banca. Hasta entonces, ni accionistas, ni directiva habían cuestionada las maniobra de la división de inversiones, ni tampoco el registro de beneficios de su empleado modélico.
Pero el salto a la fama de Jérôme Kerviel no fue hasta el año 2008, con 31 años, a consecuencia de una especulación fallida que esperaba con optimismo una recuperación de los índices bursátiles. Su tesis era incorrecta y, al contrario de los que se imaginaba, el mercado de capitales no estaba preparada para volver a coger el ritmo. El resultado directo: pérdidas escandalosas. La operación del trader tenía como subyacente un capital movilizado de hasta 50.000 millones de euros, superaba el valor patrimonial del propio banco, y no había ningún supervisor de la entidad que estuviera al corriente de sus maniobras. Eso dicen.
Juristas, partidos políticos y especialistas del sector financiero dudan de la culpabilidad de un único responsable a quién colgarle el muerto. “No hay traders deshonestos, solo hay bancos deshonestos” escribía el bloggerBarry Ritholtz en su columna del Washington Post. Cualquier operación realizada por un banco pasa una sucesión de barreras de diferentes áreas operativas: informática, valoración, compliance... En definitiva, "el descubrimiento de un fraude significa admitir que una compañía está mal supervisada”. O muchos de los estamentos han pasado por alto un elemento de alta peligrosidad.
Matemáticamente, es muy posible que los empleados al cargo de operaciones con un alto nivel de apalancamiento tengan algún día pérdidas. Las teorías de los especialistas también fallan. Pero el trabajo de los estratos superiores es identificar cuáles son los trabajadores que no saben encontrar el equilibrio entre el riesgo y los rendimientos, y son capaces de transformar pequeños gastos en colapsos financieros.
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