Los eventos extraordinarios no se anuncian, suceden.
Y es en estos casos dónde los movimientos en los mercados lejos de ser lineales pasan a ser exponenciales. Súbitos.
Cuando tienes el titular del año encima de la mesa ya no hay tiempo para reaccionar.
Por tanto, cuando a un inversor le toca vivir uno de estos momentos tiene que hacerlo con la ropa que lleve puesta.
Es decir, patrimonialmente hablando, va a disfrutar (o sufrir) los rendimientos que le generen su posicionamiento previo.
No hay atajos.
Es evidente que uno no puede estar invertido en base a riesgos de cola (escenarios posibles pero poco probables) pero tampoco debería perderlos de vista.
Ahora mismo, la geopolítica es capaz de darnos escenarios binarios como hace años que no veíamos. Es posible, el todo o el nada.
Por la parte negativa, poco podemos hacer ante escenarios apocalípticos.
Por la parte positiva, hay que tener cuidado que todo el pesimismo actual nos nuble la vista ante la tentación de estar posicionado de manera de manera defensiva. Esto nos llevaría a perdernos lo que podría ser el movimiento más relevante de los próximos trimestres.
Si por lo que fuese el conflicto bélico se solucionase “de repente”, (a priori) el euro y la bolsa europea volarían con una rapidez tal que seria muy difícil reaccionar. Los tipos (bajando), las primas corporativas (bajando) y muchos otros activos también podrían dejarnos pensando cómo no hemos hecho nada antes para beneficiarnos de esta posibilidad.
En los conflictos bélicos, al igual que en los mercados, los hechos se suceden gradualmente, hasta que dejan de hacerlo.
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