Las inversiones y la psicología están íntimamente relacionadas, lo cual afecta notablemente al valor de su porfolio. Al final, de esta relación dependerá el importe mensual de su pensión de jubilación o la duración de ese viaje alrededor del mundo que está planeando. Hoy quiero mostrarle por qué la «paradoja de Stockdale» es importante para quien invierte en oro y cómo puede usted evitar en su toma de decisiones los errores psicológicos que se derivan de ella.
La paradoja de Stockdale
La paradoja de Stockdale debe su nombre a Jim Collins, autor de Empresas que sobresalen(Good to Great), que acuñó este término para referirse a una tendencia innata de los seres humanos. Collins se inspiró en James Stockdale, un vicealmirante jubilado de los Estados Unidos que fue prisionero de los vietnamitas durante la infausta guerra de Vietnam, un conflicto que resultó desastroso para los Estados Unidos. Stockdale fue puesto en libertad después de haber sobrevivido a siete años de cautiverio y tortura y pasó a ser uno de los oficiales más condecorados de la historia de su país. Stockdale fue uno de los pocos prisioneros que sobrevivieron. ¿Por qué no fueron más? Cuando Jim Collins le preguntó qué tipo de personas sobrevivieron al cautiverio y cuáles no, Stockdale respondió: «Muy fácil: los optimistas». ¿Los optimistas? «Los optimistas. Eran los que decían: ‘saldremos de aquí por Navidad’. Y la Navidad pasaba y ahí seguíamos. Y luego decían: ‘Saldremos de aquí por Semana Santa’. Y la Semana Santa pasaba y ahí seguíamos. Y luego por Acción de Gracias, y después de nuevo por Navidad. Y acababan muriéndose de desánimo».
El eterno optimismo del inversor
Todo inversor tiene corazonadas, sentimientos de expectación y esperanza. Al fin y al cabo, uno compra acciones porque espera que aumenten de valor. Nuestro cerebro espera un resultado positivo. Los seres humanos somos inversores optimistas por naturaleza. Muy bien, ¿pero cuál es la trampa?
Invertir en oro: ¿se parece usted al vicealmirante Stockdale?
La trampa reside en la expectativa racional que asociamos a nuestras corazonadas. ¿Es usted como el vicealmirante Stockdale, un realista que se decía a sí mismo que su final llegaría tarde o temprano (lo cual terminó siendo cierto, por supuesto)? ¿Es usted, además, de los que entienden que el mercado puede tardar más tiempo del que nos gustaría en cumplir nuestras expectativas? ¿O es usted uno de esos optimistas que en su fuero interno no dejan de repetirse: «No pasa nada, el precio del oro subirá el mes que viene», y que al cabo de un mes vuelve a decirse: «el precio subirá el mes que viene». Se puede aguantar así un par de meses, pero llega un momento en que las decepciones se acumulan y acabamos tomando malas decisiones de inversión.
El sentimiento actual
Dejando aparte a todos los que en este momento están comprando (más) oro — incluidos quienes están en GoldRepublic — a lo largo del año pasado hemos visto muchas ventas por parte, supongo, de los «optimistas». El desánimo pudo con ellos, por así decirlo. Decepción tras decepción, dejaron de creer en el oro. Algunos inversores los llaman «jugadores débiles», y están cayendo como moscas.
Es una lástima que un año después, cuando los mercados cambian de opinión (justo cuando menos lo esperábamos), recordemos aquellos momentos con grandes remordimientos. Y mientras que la disciplina y perseverancia de un vicealmirante Stockdale pesa apenas unos gramos, el remordimiento pesa toneladas.
En este momento todo el mundo pasa por alto el hecho de que el rublo está empezando a recuperarse milagrosamente tan solo seis meses después de que el mercado se convenciera de que la moneda rusa estaba condenada y de que sus billetes sólo valían como papel reciclado. Lo cierto es que no vamos a tener que esperar mucho para que el tipo de cambio del rublo regrese al nivel que tenía antes de la anexión de Crimea. ¿Ha leído algo de esto en la prensa? Probablemente no, puesto que «no es noticia». Los optimistas vendieron su oro con el corazón partido, mientras que los realistas procuraron tener en cuenta los hechos y, basándose en ellos, decidieron mantener su inversión, independientemente de lo que hiciera el mercado.
Don Mercado: el inversor maníaco depresivo con el que usted hace negocios cada día
El legendario inversor Benjamin Graham, que fue profesor del multimillonario Warren Buffet, inventó la metáfora de Don Mercado. Don Mercado llama todos los días a su puerta y le ofrece un precio por su oro. El problema es que Don Mercado es maníaco depresivo. Unas veces no ve problemas en el horizonte y pide un precio exorbitante por una onza de oro. Otras, por el contrario, se siente tan pesimista que está dispuesto a vender a precios ridículos. Benjamin Graham recomienda que usted, como inversor, preste poca atención a Don Mercado. Es cierto que puede aprovecharse de sus frecuentes cambios de humor. Puede venderle su oro cuando le pida precios altísimos y comprarle más cuando esté desesperado y lo venda casi regalado. Pero que Don Mercado se sienta negativo no debería ser razón para vender. A usted poco le importa que su vecino esté de mal humor, ¿verdad? ¿Por qué debería ser distinto a la hora de invertir?
Cuidado con el falso optimismo
Hay muchas y buenas razones para invertir en oro. Yo mismo me arriesgaría a poner todos mis huevos en una cesta (de oro). Pero no lo haría como el «optimista», porque esperase que su precio fuese a subir mucho el mes, el trimestre o el año próximo. No. Yo compraría oro porque creo que encarna un valor fundamental, aunque el mercado no lo vea o no lo reconozca todavía. Tarde o temprano el mercado lo hará, y me da igual que tarde un año, tres o cinco. La única razón legítima para vender es que el valor fundamental de la inversión cambie. El trastorno bipolar de Don Mercado nada nos dice acerca del valor fundamental de algo, tampoco en el caso del oro. Si tenemos en cuenta el enorme paquete de estímulo del BCE, los tipos de interés al cero por ciento en todo el mundo, y el nivel de endeudamiento internacional más alto que jamás se haya visto, ese valor no ha hecho más que crecer. Y eso quiere decir que Don Mercado se equivoca. Y que usted puede aprovecharse de su pesimismo. Pero eso no significa que de repente el mercado vaya a despertar mañana dándole la razón. Hasta que llegue ese momento — y no podemos predecir cuánto va a tardar — los precios que nos ofrezca Don Mercado no importan.