Esta semana ha terminado la última edición de Supervivientes. Un alivio no volver a oir a Fortu, ni volver a ver a Lola pintada como una puerta después de haberla visto al natural. Pero también una putada no volver a ser testigo de la relación sencillamente acojonante entre Rafi Camino y su hermano; y otra -- mucho más grande para ella además -- ver a Isabel hija caer otra vez en las garras, entre otras mucho más cercanas, de esa jauría lerda de iluminati que son los empleados de Berlusconi del Sálvame. Unos cracks los de Selección de Personal.
Por cierto, Vds., que ni lo han visto ni lo han oído, no podrán nunca imaginarse la variedad y cantidad de trucos, patrañas, engaños, chapuzas y tretas -- a cada cual más zafia -- que los que están al otro lado del pinganillo al que tienen colgados a los jorjejavieres, padillas y raquelessánchez de turno han puesto en práctica para intentar que los veinticinco centímetros de polla de Nacho Vidal llegaran lo más lejos posible en el concurso: lo que se dice "toda la carne en el asador". Y no sean malpensados. Yo no creo que el porcentaje de gais por metro cuadrado que hay en la casa haya tenido nada que ver en el asunto. Para mí que eso venía de arriba. De hecho, a quien Jorge Javier se ha pasado el concurso entero tirándole los tejos no ha sido al de Mataró sino a Christian, el prístino y efebo ganador. Pero no nos liemos. En el momento de la verdad la audiencia, soberana y española, decidió que los veinticinco centímetros de verga que tuvieron a Miguel Bosé entre interesado y subyugado durante una larga temporada quedaran finalmente en un segundo plano.
A pesar de su mango, me cae bien Nacho Vidal. Nunca le he visto pasado de vueltas a lo Bambi, Pajares, Bárcenas o Monedero. Nunca le he visto ir de sobrado: es como si ese punto de niño que nunca ha perdido se lo impidiera incluso en las peores circunstancias. Seguro que hay quien no comparte mi juicio, quizá por benévolo, pero creo oportuno añadir aquí un matiz que considero relevante para intentar comprender este fenómeno en toda su magnitud: y es que vivir en la España de y post Zapatero con eso colgando entre las piernas, y que no se te termine yendo la olla, no es que no esté alcance de cualquiera, sino que está al alcance de muy, pero que de muy pocos. Puedo errar, qué gracia tendría nada si no, pero mi impresión es que la experiencia en la isla hondureña es un punto de madurez personal que Ignacio Jordá no va a dejar escapar de ninguna de las maneras. Le va a durar.
(Mañana segunda y última parte.)