no me puedo resisitir a reproducir la genial manera de Josep Pla de narrar la famosa marcha de Mussolini sobre Roma (de la que fue testigo de primera línea), por la que consiguió que el rey le concediera el poder. Atención a la absoluta pasividad del orden constitucional vigente, que piensa que la razón está de su parte, sobre todo del rey, que efectivamente le da el gobierno a Mussolini ante la más absoluta falta de resonancia en los demás partidos e instituciones.
¿No hay una ligereza remembranza con Cataluña y la parálisis del gobierno? Mussolini, ¿no era un payaso? Un golpe de estado sin un solo tiro. (Fuente: Josep Pla: "Notas y dietarios")
... "Un buen día leí en letras capitales en la primera página de mi periódico matinal de entonces, La Nazione de Florencia, la noticia de la gran concentración fascista que se estaba produciendo sobre Milán, con gente llegada de toda el área del valle del Po y de la Alta Italia. Según La Nazione, la concentración era muy numerosa y su bloque principal había iniciado una marcha hacia Bolonia para llegar, tras haber cruzado los habituales collados de los Apeninos, a Florencia, y dirigirse, desde esta población y por la carretera directa, hacia Roma. El periódico aseguraba que Mussolini dirigía personalmente la operación, flanqueado por sus cuatro principales adláteres: el general De Bono, el marqués de Vecchi, Italo Balbo y Michele Bianchi, que al parecer encarnaba el matiz más extremista del fascismo y que, según decían, era el hombre a quien el Duce más apreciaba en aquel momento.
Acabado el desayuno (más bien escaso) de la Pensione Balestri, me asomé a la Piazza Mentana. Estaba negra de gente, la concentración humana era muy espesa. Cantaban el himno fascista. El Giovinezza. Puede que lo cantaran con un aire ligeramente expectante, pero lo hacían con cierto aplomo y en medio del jolgorio general. Como aquellos días oí cantar repetidamente el Giovinezza, voy a reproducir ahora un fragmento, para darlo por acabado.
Giovinezza, giovinezza Primavera di bellezza , Il fascismo è la salvezza Della nostra civiltà . Per Benito Mussolini , Cia, cia, a-la-là!
Confieso que leí la información de La Nazione sin inmutarme mucho, porque los hechos eran inevitables. Hacía apenas cuatro días el partido fascista había celebrado en Nápoles un congreso importantísimo. En su discurso, Mussolini había reclamado el poder por enésima vez. Había transcurrido poco tiempo, pero el tiempo transcurrido era considerado prudencial para obtener algún tipo de respuesta, oficiosa u oficial. No había existido respuesta alguna. Los jerarcas fascistas habían vuelto a Milán exasperados. Al cabo de poco de haber vuelto, Mussolini, incapaz de contener a su gente, que él mismo había exasperado, ordenó la marcha sobre Roma para forzar con el alzamiento popular (a mi modesto entender) la voluntad del monarca. Era la puesta en práctica de lo que venía anunciándose desde hacía tantos meses. La primera parte de la información de La Nazione había sido, pues, largamente pronosticada. La segunda era mucho más curiosa. Consistía en manifestar que la marcha proseguía con toda normalidad y que, durante su proceso, no se había producido el más mínimo obstáculo, el más ligero contratiempo, ni por parte de la policía del Estado ni por parte de los grupos de acción de los partidos contrarios.
Si bien lo último ya causaba bastante extrañeza, más raro parecía lo que a mi modo de ver era lo fundamental de la situación, a saber, que ante la actuación de los fascistas, el ejército, la policía y el bloque del Estado en general acababan de adoptar una postura de neutralidad de neutralidad favorable, en definitiva—. El bloque general del Estado había jurado la Constitución y era evidente que servía a la Corona. La Corona, hasta la fecha, no había dicho en público esta boca es mía. De lo que no cabía la menor duda era de que sus servidores, de puertas afuera al menos, se habían anticipado.
Bajé a la Piazza Mentana y entré en contacto con gran cantidad de gente. En la mismísima puerta del Fascio quiso la casualidad que me encontrara a un fascista importante, el onorevole Finzi, a quien conocía de los medios periodísticos locales y que en aquel momento salía de casa. Me dijo con gran vivacidad lo que yo quería preguntarle:
Non ne parlamo più, caro signore! Il Re è d’accordo, Auguri! Arrivederci ...
Salí del creciente empalago patriótico de la Piazza Mentana y me dirigí al centro de la ciudad. En un café frecuentado por periodistas, hallé a unos cuantos. Estaba formándose la concepción general. El hecho de que la marcha no hubiera encontrado obstáculos, ni tan siquiera en los sitios más adversos, era un indicio de que el fenómeno, si no avalado, cuanto menos había sido aceptado. En aquella época yo conocía muy poco poquísimo—Italia.
Me llevé una sorpresa al constatar la felicidad de los italianos ante el hecho consumado. Les gustan los ganadores. A nosotros, en cambio, parecen gustarnos los perdedores. Son dos posturas radicalmente opuestas. Ante la inmediatez de un cambio, el gran problema de un italiano es situarse de un modo favorable. Nosotros solemos entenderlo de forma diferente: a veces por dignidad, a veces por recalcitrante testarudez. Por la tarde, casi toda Florencia había llegado a la conclusión de que la marcha, aunque no prosiguiera con la bendición, había sido aceptada por las más altas instituciones. La gente iniciaba la aceptación... Cosa vuole? se oía decir a la gente—. Capirà ...
Al día siguiente empezaron a llegar fascistas a Florencia. Llegaron muchos. Todo parecía perfectamente orquestado. Llegaron primero los que venían en tren en los trenes normales, además de los trenes especiales—. Estos tenían su importancia, pero no tanta como los que venían por carretera, en una procesión interminable de medios de transporte basados en el motor de explosión: automóviles de todas las formas y categorías, de todas las edades, de todas las marcas, ómnibus, camiones, etc. Los fascistas llegados en tren habían hecho mucho ruido, pero habían resultado mucho más visibles los llegados por carretera, sobre todo la población rural, a la que Mussolini valoraba al máximo. Unos y otros llegaron a la misma hora o casi—.
Es muy posible que la marcha hubiera empezado en un ambiente más bien frío quiero decir, de fría expectación—; lo cierto es que a medida que bajaban hacia el sur el ambiente iba caldeándose. Florencia había sido, hasta hace bien poco, un covo di sovversivi. Con la llegada de los primeros pelotones, la ciudad empezó a imbandierarsi ; primero con cierta parsimonia; luego, todas las fachadas quedaron saturadas. En la Piazza Mentana no había quien diera, literalmente, un paso. Tuve trabajos para llegar a la pensión. En mi habitación había dos camas; cuando entré, un fascista dormía vestido se había desprendido tan solo de las armas—sobre la cama que yo no ocupaba. Daba la impresión de estar cansado, porque dormía como un tronco absolutamente vegetal. Abandoné la habitación de puntillas y volví a la plaza. La música, las canciones, llenaban literalmente el aire. La Giovinezza llegaba de los cuatro puntos cardinales. También se cantaban muchas canciones de la pasada guerra. Me acuerdo de aquella del Piave : E il Piave mormoró: non passa lo straniero! También se cantaban las de sabor geográfico-provincial, como aquella de Venecia, tan maltratada: Andiamo in gondola , andiamo in gondola , andiamo in gondola , a conspirar ... Y muchas más. Era sorprendente la cantidad de canciones que sabía aquella gente. Cuando acababan una, empezaban otra, sin parar, horas y horas... A medida que crecía la riada humana, Florencia iba cogiendo un aire insólito, inaudito. Por la Señoría y sus alrededores, por Santa Croce y el Museo, Tornabuoni, Santa Maria Novella, la estación ferroviaria, por los jardines de Boboli, o al otro lado del Arno, el gentío era impresionante.
¡Cuántas camisas negras! La densa negrura de las camisas le daba al aire, a las cosas, una negrura general, vastísima, continua. Florencia, que a través de su historia ha visto tantas cosas, ¿había visto nunca desde el punto de vista del color, sobre todo—semejante espectáculo? La negrura, al principio, me produjo cierta extrañeza. Después, no me gustó en absoluto. No estoy diciendo que en Italia el negro no sea un color popular el negro del duelo, de los entierros, el color de los vestidos de tanta gente, el domingo sobre todo—, pero quizá había demasiado. En los cafés, en los hoteles, en las calles, no se podía dar un paso. En las calles del centro, que no se caracterizan por su anchura, se veían coches de caballos, automóviles, carros volcados, bloqueados por la gente. ¡Y cuántas armas, válgame Dios!
En las calles estrechas, la prostitución iba a todo gas. Florencia estaba convirtiéndose en el remolino fascista de todo el norte de Italia. El desorden era considerable, prueba tal vez de que el fenómeno tenía un fondo de seguridad en los dirigentes. Este desorden quizá no llegó nunca a ser cafarnaúmico debido tal vez a la visión de las armas que llevaban los fascistas—. La gente confraternizaba, cantaba, se abrazaba, se besaba, se traslucía en su cara la temperatura de los sentimientos patrióticos. La temperatura era elevada; no había forma de ver una cara con facciones normales; todos parecían algo demudados y frenéticos. Algunos parecían un poco cansados. Había algún fascista maduro; viejos, poquísimos; la juventud menor de treinta años era abundantísima.
Observando el panorama humano, podían distinguirse grosso modo—los dos tipos: el fascista arreglado, bien vestido, generalmente con guantes, reaccionario de conversación convencional, disciplinado, perfil estilizado, pelo rizado a veces; y el fascista popular y echado a perder, hablando de cualquier manera, con las facciones ligeramente desencajadas, muy parlanchín, tránsfuga, por lo general del anarquismo y el sindicalismo los anarquistas y sindicalistas que Mussolini había convertido al patriotismo garantizándoles, probablemente, seguridad frente al mecanismo de la policía—. Estos sujetos no eran muy amantes de la disciplina, eran sentimentales y cínicos, pero el fascista de buena casa los adoraba porque constituían, en definitiva, la base popular del partido y tenían una historia de subversividad muy similar a la de Mussolini.
En aquella riada humana, no alcancé a ver o así me lo pareció—a mucha gente típica de la industria o del comercio. Había más bien clase media, empleados y muchos campesinos de toda clase propietarios, y campesinos que iban a la mezzadria—. Vi a personas de ojos azules, rubias, de piel blanca, de la parte del Véneto, que parecían algo intimidadas por aquel alboroto, y a hombres de ojos oscuros, de la Emilia, de Lombardía y del Piamonte de esta región, menos—, que se movían con mayor libertad y holgura. Aquella tarde di una larga caminata por Florencia nada cómoda y con muchos empujones—.
Cerca de la estación terminal, vi un coche con una pancarta que decía «Presse». Me acerqué. En realidad no era un coche: eran dos taxis de Milán que llevaban la pancarta «Presse». Eché una ojeada, y mi primera impresión fue que los coches estaban vacíos. La luz no les daba de lleno. Mi segundo examen fue más fructífero: vi a un hombre, con un vestido claro, tumbado en los asientos traseros de uno de los taxis. Intenté abrir la puerta. El tumbado levantó la cabeza con total indiferencia. Lo reconocí enseguida: era un periodista danés, de la Agencia Telegráfica escandinava, al que había conocido en París y tratado en la Conferencia de Génova; un hombre conocido por Tomsen pero ignoro si se llamaba así—. «Allo!», me dijo al reconocerme. Y abrió la puerta enseguida. Me hizo sentar en el automóvil y fumamos unos cigarrillos. «Mais qu’est-ce que vous faites ici?», me dijo con aire compasivo. Le respondí que al ver un automóvil que decía «Presse» había tomado la decisión de seguir la marcha hasta Roma al precio que fuera. Que no disponía de unas finanzas lo suficientemente boyantes como para tomar un taxi por mi cuenta y seguir el itinerario fascista. Que la verdadera solución sería encontrar un sitio en cualquiera de aquellos taxis alquilados por los compañeros de la prensa extranjera pagando a escote, naturalmente—. El periodista danés me dijo que en los taxis había sitio, que él, personalmente, no veía dificultad alguna en el proyecto, pero que la respuesta estaba condicionada a la opinión de sus amigos. «¿En los coches solo hay periodistas?», le pregunté. «Sí, señor. Está toda la ménagerie, como dicen en París: ingleses, franceses, un holandés, escandinavos...» «¿Y dónde están estos amigos?» «Divagando por Florencia. Están pensando en el telegrama que enviarán por la noche.» «¿Les verá usted en alguna parte?» «Nos encontraremos para cenar en el restaurante de la estación. Casi con toda seguridad, en este restaurante es donde habrá menos fascistas. La gente tiene tendencia a ir para el centro.» «¿Usted, no se ha movido?» «No, señor.» «¿No le interesa?» «Pse... Claro que sí. Pero estos espectáculos son siempre iguales. Llevo más de veinte años haciendo lo mismo. Esta noche redactaré los telegramas, que serán aproximadamente como los de los demás. Usted es joven, pero quizá me comprenda...» Le pregunté enseguida si a él y a sus compañeros les importaría que yo cenara con ellos. Me respondió que no creía que a nadie le importara. Así, para esperar la cena, pasamos el rato, sentados en el automóvil, fumando cigarrillos. La conversación se alargó en exceso. (Me figuré que la noche anterior aquel grupo de periodistas había bebido copiosamente.) De pronto, el escandinavo pareció despertarse y me preguntó bruscamente. «¿Lleva usted mucho equipaje?» «No, señor; una serviette .» «En este caso, prácticamente le puedo asegurar que viajará con nosotros. Hace bien llevando poco equipaje. Esta historia durará poco. Pasado mañana, Mussolini será presidente del Consejo de Ministros.» «¿Está seguro?» «¿Acaso no se da cuenta de que ya lo es? Mirando el espectáculo, se ve clarísimo. Falta la tramitación... Nada más.»
Estuvimos hablando muchísimo, aunque de forma espaciada, hasta la hora de cenar. De vez en cuando, el periodista se dormía, descabezaba un sueño. No podía más. De golpe, se despertaba y me miraba, triste y sonriente. En uno de sus momentos de lucidez me dijo unas palabras que me han quedado grabadas para toda la vida. Me dijo que el régimen de Mussolini sería espectacular y que, desde el punto de vista periodístico, daría un gran rendimiento. «Las agencias de noticias y los periódicos van a ganar mucho dinero. Será algo nuevo, de ahí que vaya a interesar a la gente... El resultado... comprenderá que a mí tanto me da...»
Cuando llegó la hora, fuimos al restaurante de la estación Firenze-Termini. Cené con aquellos compañeros periodistas. La cena fue silenciosa y morosa, porque los periodistas no suelen ofrecer nunca noticias antes de haberlas transmitido. Me aceptaron en su viaje hacia Roma. Después de cenar chianti abundante—, fuimos a telegrafiar. Yo llegué dificultosamente—a la Piazza Mentana para recoger una serviette. En la cama sobrante de mi habitación no había ni rastro del fascista; otro uniformado había ocupado su puesto y dormía profundamente como el primero. A las dos de la madrugada, se pusieron en marcha los coches y emprendimos el camino de Roma siguiendo la riada fascista. Era una verdadera riada. Tomar una velocidad cualquiera resultó imposible. Se impuso la cola inevitable. La noche era magnífica. Los periodistas empezaron a dormir. Las canciones habían ido muy a la baja. Se oía tan solo el ruido sordo de la carretera bajo las estrellas inmóviles e indiferentes. Íbamos encontrando a tanta gente que me pareció que la cola no tenía principio ni final. Esto me abrió los ojos: la estancia de los fascistas en Florencia había durado solamente unas horas; a medida que iban llegando, hacían salir a los que ya se encontraban allí. Internamente, la cosa parecía desorganizada; ahora bien, las líneas generales de la organización de la marcha eran perfectas. Al rayar el alba, pareció que los periodistas se despertaban. Se pasaron un poco de colonia por la cara y, a pesar de la devastación y el cansancio, parecieron reponerse. Uno - un francés—planteó enseguida un problema. «¿Dónde está Mussolini?», preguntó. El periodista holandés salió con una teoría del honor y dijo y afirmó que la vergüenza exigía que Mussolini estuviera al frente mismo de la manifestación, rodeado por los grandes jerarcas. Tal composición de lugar fue considerada tan infantil que ni siquiera se discutió. Cayó en la pura inanidad. Como el periodista francés afirmó enseguida que la primera obligación era acercarse a Mussolini, un periodista escandinavo sugirió sin empeñarse demasiado en ello—que el Duce debía de estar seguramente en la cola de la marcha, como el pastor tras sus ovejas. Un periodista inglés preguntó entonces, riendo, dónde estaba la cola de la marcha: ¿en Florencia, en los collados de los Apeninos, en Carrara? El periodista francés, sin embargo, se hizo fuerte en la necesidad ineludible de ver a Mussolini. Ante todo, ordenó que el chófer tratara de llegar como fuese a la vanguardia de la marcha; al poco, el intento fue abandonado por imposible. Le tocó el turno entonces a la segunda solución, y el periodista propuso aparcar en la boca de una carretera lateral, ceder el paso al grueso de la marcha y tratar de ver si al final estaba Mussolini.
Estuvimos parados mucho rato y casi nos dormimos, cansados como estábamos de ver pasar la procesión. El periodista francés era excelente, pero no me cabe la menor duda de que ignoraba por completo la longitud que las cosas pueden llegar a tener. Perdimos un tiempo considerable. Presenciamos el paso de los fascistas por las tierras de secano de la parte sur de Umbría: les recibieron de forma entusiástica y muchos campesinos de la más variada condición se unieron a la marcha vestidos de paisano. En cambio, al llegar a Perusa, y de esta ciudad hacia abajo, me pareció que el recibimiento dentro de la universal curiosidad, naturalmente—se volvía más frío. Llegamos a Roma después de comer y casi muertos de hambre. Lo primero que hicimos nada más llegar a la capital fue ir a la oficina estatal de prensa. Allí, le oímos decir a un portavoz oficial que Mussolini saldría de Milán en un tren expreso aquella misma noche y que a la mañana siguiente sería recibido por el rey. El funcionario dejó entrever que de la entrevista saldría la investidura de Mussolini como presidente del Consejo de Ministros.
En realidad, el fenómeno de la marcha estaba acabado. Muchos participantes ni siquiera entraron en Roma. Fueron devueltos a sus lugares respectivos. Y así empezó el Gobierno de Mussolini y la era llamada fascista, que duró muchos años y ha tenido, en nuestra época, una importancia decisiva."
estupendo artículo. Pues si, me hace pensar en la pasividad del gobierno del PP ante el golpe que se está preparando en Cataluña. No nos engañemos, un par de recursos no es actuar pues ni siquiera el gobierno se esfuerza en que se apliquen o ejecuten las sentencias haciendo dejación de sus funciones.
Sin olvidar la pasividad colaboradora del PSOE con los golpistas. Estos socialistos nuestros prefieren que se rompa España mediante un golpe separatista antes que colaborar con el PP.
Iba a escribir la derecha pero hace tiempo que también dejaron de ser tal cosa esta banda Popular.
Desde luego gente como Mas o el tuerto de ERC son payasos pero lo que no estoy seguro es de si los separatas más radicales y caprinos no pegarán algún tiro si al final un milagro les chafa el golpe. Un tiro a traición y cobarde como son ellos pero tiro al fin y al cabo.
Musolini fue como una droga con subidon en un pueblo supongo que estarian deprimidos por la crisis de esas epocas, pues como ahora , jajahajs
Cuando hay crisis brotan estas cosas, brexit, le pen , Cataluña como en el 36, antieuropeismo, coletas, etc,jajsjaja,
Rajoi hace bien en ignorarlos solo hablan y hablan y lloran mucho jajaja,,
Que ilusionante eran esas marchas fascistas tomando el pais...jajahaja de pequeño ví muchas del Frente De Juventudes,eran triunfantes,jajaja
Aqui cualquier dia vemos una marcha triunfante desde Cadiz con la bandera republicana hasta Madrid , y con gran afluencia por el camino alimentando la marcha, pero nó prefieren cobrar los subsidios, jajajaja,
Es que si nó te llenan Madrid de chabolas,jajajaja,
Los catalanes lo que tienen que hacer es una narcha triunfal a Madrid,jahaha
Pero tiene. el estomago demasiado lleno de judias con butifarra (No me acuerdo del nombre jajsjs) que por cierto estan de puta madre ,jajajaja
"Me llevé una sorpresa al constatar la felicidad de los italianos ante el hecho consumado. Les gustan los ganadores. A nosotros, en cambio, parecen gustarnos los perdedores.
Son dos posturas radicalmente opuestas."
Pujol padre, pujol hijo, Artur Más, Carod-Rovira, Turull, Junqueras, Puigdemont... En Cataluña ha tomado cuerpo una idiosincrasia única en la historia de la civilización: si no eres de los que recibían todas las hostias en el colegio no puedes ser candidato. No sé si muchas, pero unas cuantas generaciones, y algo de valentía, sí que van a ser necesarias para que consigan revertir la situación. En el mejor de los casos. S2.
Es como elegir al matón del colegio y eso seria un acto de peloteo y de servilismo , y si eliges al perdedor pues puedes ser un pringao , es mejor mamarsela al maton ,jajaja
De momento, los nacionalistas y la izquierda autoasimilada solo pueden elegir pringaos, porque otro modelo no generan. S2.
Los independentistas catalanes, es curioso yo siempre he creido que la dignidad se pierde por el culo,
Ellos han ido poniendo el culo por el mundo para que los apoyen y no han perdido la dignidad y estan tristes porque no lo han perdido,jajajaja,
La libertad siempre muere con el estruendoso aplauso de unos pocos y el silencio conformista de muchos.
En respuesta a Félix Baruque
Curiosamente, si cambiamos el sujeto de la oración por "tendencia bajista de bolsa" el contenido de la misma no pierde un ápice de valor. -))
S2.