Mariano Rajoy Brey se ha convertido con el tiempo, ante la desesperación de muchos, el desconcierto de la mayoría y la sorpresa de todos, en un político ganador. La confianza lograda por el Presidente e.f. ante los ciudadanos a través de su sólida carrera política domina por completo el centro del tablero político español desde hace años; y desde ahí, claro está, el juego entero. Desde mi punto de vista, nos encontramos ahora en un momento y una situación en que todas y cada una de las demás piezas y jugadores tanto de dentro como fuera del tablero necesitan moverse si quieren ocupar los cuatro cuadros principales, ganados desde hace años por el Presidente Rajoy a base de inteligencia, tranquilidad y talento. Y no solo eso, sino que algunos de ellos padecen esa imperiosa necesidad de movimiento, de hacer y decir lo que sea, no ya para ganar nada sino sencillamente para poder seguir estando en el lugar adonde aprovechándose de la corriente acaban de arribar, y donde anhelan poder seguir viviendo del cuento y sin dar un palo al agua ya durante el resto de sus vidas.
Y ese es el asunto, amigos y amigas, que dada la naturaleza intrínseca de lo que queda del Psoe, de Podemos, de los separatistas y de los regionalistas de todo pelaje y condición, todo movimiento ajeno individual o colectivo, simple o compuesto, termina fortaleciendo por definición la posición de Rajoy y de su partido. Como quieren el poder a toda costa, quietos no se pueden estar. Pero dada su naturaleza sectaria, trilera y floja, resulta que cuanto más se mueven, se muestran y hablan a mí más alto, más guapo y más grande se me hace Rajoy.
Y aquí es donde quería yo llegar desde el principio de lo que ha devenido finalmente en trilogía, pero es que me lío y me sale rococó. El pobre Toharia y su Metroscopia detectaron, qué craks, que los ciudadanos españoles estaban hartos de sí mismos y de sus políticos, y que, abrumados por la situación durante muchos años por ellos mismos creada, suplicaban ahora a los políticos por ellos mismos elegidos nada más y nada menos que diálogo, acuerdo y pacto: vamos, las características básicas de la idiosincrasia española desde tiempo inmemorial en general y las de la izquierda española desde su nacimiento en particular. Descubierta la buena nueva, el hombre no pudo menos que contar jubiloso el feliz descubrimiento a sus infelices criaturas y recetarles, ¡ ya en junio de 2015 ! y a través de su homilía habitual en El País la medicina que curaría todos sus males y todos los nuestros: diálogo, acuerdo y pacto. Y no solo eso, sino que ya presumía entonces en público de lo bien que le estaban haciendo los deberes sus pequeños pavitos frente a los de las demás. Mamá pava henchida e hinchada, vamos. Vuelvo a dejarles aquí el artículo de José Juan Toharia en cuestión, con el que inicié esta trilogía sobre el sectarismo contemporáneo en España, pero me declaro incapaz de no regocijarme de nuevo facilitándoles pero ya el último párrafo del mismo, el de la conclusión, por si se quieren ahorrar el resto:
"Ahora ya es probablemente tarde para tratar de rebobinar lo sucedido y lo que parece más sensato es no desconocer la nueva realidad, esforzarse en adelante en verlas venir a tiempo, y aprender a manejarse en una nueva escena política, con nuevos papeles, nuevo vestuario y, sobre todo, con radicalmente nuevos estilos de actuar y decir, como ha empezado ya a hacer el PSOE y no parece aún decidido a hacer el PP."
Tras la ruina a la que Juan Luis Cebrián había llevado al Grupo Prisa con su decisión de aumentar el ya gran endeudamiento del mismo en el peor momento posible, y los miles de empleos que la misma terminó produciendo, de pie, micrófono en mano, y mirándole sereno a la cara, un extrabajador o todavía trabajador del Grupo le explicó un día al impertérrito, pero por helado, Cebrián, quien desde arriba del escenario y en el centro del Consejo de Administración de aquella Junta de Accionistas de la empresa no podía creer que aquello le estuviera pasando a él lo siguiente: "...es Vd. un pobre hombre...". Un tiempo después, pero solo cuando el Gobierno socialista ya había vuelto a arruinar España de nuevo y no estaba ya en el poder, el amigo Juan Luis no desaprovechó una ocasión para decir entonces aquello de "yo nunca he sido del Psoe". De la misma manera que nunca fue franquista, ni él ni su padre ni su familia. Nuevo cambio de chaqueta, y vuelta a empezar.
Pero la cabra tira al monte como la madre que la parió, que diría Luis Aragonés. Emerger los de Podemos aprovechándose de las consecuencias de la crisis y volver a cambiar de nuevo de chaqueta ante la nueva ventana de oportunidad para volver a las andadas fue todo uno. Al momento ordenaron a toda máquina, esta vez en alianza con su "sociólogo de cabecera" Toharia y su Telescopia, a "estructurar la realidad" y "a crear nuevas historias" "con nuevos escenarios, nuevos vestuarios y nuevos estilos de actuar y de decir". Ahora toca diálogo, acuerdo y pacto porque yo lo valgo. Pues a liderar. Lo de estos es liderar. Y en eso están ellos, los pobres, sin darse cuenta de que su delirio liderador desde la nube de al lado de la de los Monedero, Iglesias y Zapatero les convierte automáticamente en carne de cañón para ese lidiador excelso de sectarios de cualquier hierro u hojalata que es el Presidente Rajoy.
Conocedor de los mansos de raíz como la madre que los parió, el Presidente les deja irse sin molestarles, rajados enteros por la pata abajo, hasta que se acorralan en tablas. Se lo he visto hacer cien tardes en otras tantas faenas con los de la ganadería de Artur Mas y los separatistas catalanes; y una vez allí se planta como siempre en el centro, esta vez en el centro de allí junto a las tablas, y comienza a dominar la lidia del inválido con el mismo control y el mismo tacto que lo hacía Antonio Ruiz "Espartaco" con las reses inofensivas o moribundas: una tanda de seda, y otra, y otra; con una mano, con la otra y con la otra, y sin permitir en ningún momento que los desvalidos le toquen la tela y mucho menos que se le lleguen a caer. Sabe el maestro que los sectarios de todo pelaje, chaqueta, condición y traje le son más útiles vivos que muertos. Y sabe el Presidente que de lo único que se trata es de no despertarlos de su sueño. Ese sueño que a la vez que les mantiene en constante movimiento les lleva inexorablemente hasta ese instante fatal de su desplome sin puntilla: el sueño de la última bala.