La economía española ha perdido más de 4 millones de puestos de trabajo en los años de crisis. Todos estamos de acuerdo en que la responsabilidad de esa situación debemos buscarla en la restricción crediticia que estrangula nuestras empresas y sus inversiones, el ajuste fiscal que reduce el gasto público, una nefasta política fiscal que constriñe el consumo privado, la crisis internacional que limita nuestro potencial exportador, los problemas financieros que hace que sea económicamente más interesante para nuestra banca que su dinero esté en forma de depósitos en el BCE que prestarlo a proyectos con dudas sobre su viabilidad.
Supuestamente, el mercado de productos de lujo es el único al que le va bien, reflejando un crecimiento de las capas más ricas. Es falso. Muchas marcas de lujo también se tienen que apretar el cinturón y algunas ya han caído.
En España el mercado de coches de lujo, por ejemplo, no llega ni al 1% del total. Además, un incremento de ese mercado, incluso del 100%, no repercute prácticamente en nada sobre nuestra tasa de desempleo, por lo que una estrategia basada en el mismo no nos va a solucionar el problema.
A estas alturas no hay datos sobre la reducción de la clase media en España y otros países avanzados. En unos meses supongo que EE.UU. publicará algunos datos y poco a poco nos iremos enterando de cómo va Europa con este asunto. Lo que sí es cierto es que se está produciendo una dicotomía económica en la sociedad: las clases con ingresos más bajos se están incrementando de forma alarmante. No se trata de ideología política o de idealismo, sino de que la reducción de la clase media en occidente conllevará unos cambios sociales y económicos para los que nuestros gobiernos ni reconocen, ni están capacitados para resolver.
La importancia de la existencia y predominio de la clase media no es una cuestión residual. Por una parte, sabemos que las clases medias y bajas tiene una propensión marginal al consumo muy superior a las clases más altas. Si pensamos que nuestra economía y la salida de esta crisis pasa por el incremento del consumo, resulta que con la reducción de la clase media, vamos justo en el sentido contrario.
Por otro lado, y sin ánimo de ser exhaustivo entre otras cosas porque dudo mucho que dispongamos de estadísticas fiables, deducimos que la inmensa mayoría de los emprendedores (recordemos que las PYMES son las grandes generadoras de puestos de trabajo) proceden de esta clase social. Reduciendo ésta, se minora también las posibilidades de crear empleo.
En la misma línea podemos hablar de que es ésta la gran aportadora de personal cualificado, mandos medios, técnicos, científicos, profesores, investigadores, químicos,... que toda sociedad avanzada necesita.
En resumen, la reducción de la clase media en los países desarrollados hará no solamente que la crisis se alargue más en el tiempo sino que a largo plazo nos encontraremos con una sociedad donde no existirán trabajadores formados para las demandas de la economía. Por tanto, lo que nos espera es una reducción de las capacidades potenciales y un estrangulamiento mayor de la economía.
Hemos superado el triste récord de los 6 millones de desempleados según la EPA, con datos dispares en comparación con los datos que ofrece el antiguo INEM donde se registran los desempleados que aún confían en esa entidad. Sin embargo, lo importante en realidad es el número de afiliados a la seguridad social. Frente a los comentarios optimistas de nuestra triste clase política con los datos de empleo en el mes de Agosto (31 nuevos empleos netos), lo cierto es que en ese mes nuestra Seguridad Social perdió exactamente 99.069 afiliados. Ése es el dato real.
A fecha de hoy el gobierno solo ha desarrollado políticas contractivas de la economía, sin hacer ninguna propuesta para la reactivación. Y esas medidas restrictivas ayudan a reducir aún más el papel de la clase media: por ejemplo el aumento de los tipos impositivos empiezan a ser importantes a partir de los 20.000 euros, y se acentúa a medida que sube, justo donde se encuentra la clase media. Si tenemos en cuenta la desaparición de puestos de trabajo, la enorme incertidumbre existente, los ingresos menguantes y los impuestos crecientes, junto con una propensión marginal al consumo mayor que en las clases altas, nos encontraremos con una reducción aún mayor del consumo. Una buena parte del tejido productivo existente no lo podrá resistir.
Adjunto cuadro donde se ve claramente que la clase media en España está soportando una presión fiscal mucho mayor que la de las otras mayores economías de la UE.
El origen del problema
El anterior texto, actualización de un artículo de 2012 que titulé “la desaparición de la clase media”, coincide con las mismas impresiones y temores de algunos economistas relevantes, como Joseph S. Stiglitz y Robert B. Reich, donde han analizando un hecho que poco a poco se va instaurando en nuestra economía y que conlleva el fomento de las crisis: la creciente mala distribución de la renta. La crisis actual y la producida por el crack del 29 tienen esa misma característica.
Mis afirmaciones en relación a la clase media no se basaban en datos estadísticos (que posiblemente no los haya de forma fiable) sino en una apreciación que puedo constantar diariamente en mi profesión: las rentas del trabajo van menguando y la clase más afectada de todas es la clase media, aquella que tiene más propensión marginal al consumo, y de donde provienen los profesionales liberales, los investigadores, los profesores universitarios,… es decir, de donde procede el grueso del motor que dinamiza cualquier economía desarrollada.
Estas mismas afirmaciones, pero desde una óptica algo diferente, las he descubierto en una publicación de Robert B. Reich, “Aftershock, the next economy and America’s future” y en una charla de Joseph E. Stiglitz (premio nobel de economía y ex-vicepresidente y ex-economista jefe del Banco Mundial) publicada en una de mis páginas favoritas de economía, Economist’s View (editada por el economista Mark Thoma).
Ambos coinciden en que la mala distribución de la renta disponible es perjudicial para el crecimiento, la estabilidad y la eficiencia, además de promover una mayor frecuencia y profundidad de las crisis económicas.
Para ilustrar estas ideas, me ayudaré de dos gráficos extraídos de la publicación de Robert B. Reich en el que pretende demostrar que la crisis actual y la iniciada con el crack de la bolsa de Nueva York en 1929 tienen más similitudes que las que reconocemos.
En el gráfico siguiente (fuente: Thomas Piketty and Emmanuel Saez, “The evolution of Top Incomes: A Historial and International Perspective”), vemos la evolución de los ingresos del 1% más rico en Estados Unidos en porcentaje de la renta total disponible desde 1913 hasta 2007. Podemos apreciar que la renta en los años previos a la crisis del 29 subió hasta casi el 25%, es decir, que el 1% de los ciudadanos con mayores ingresos percibían casi la cuarta parte de la renta nacional.
Esa misma tendencia la vemos en los últimos 35 años (desde 1975 aproximadamente) donde se pasa de la zona del 8-10% de la renta a la zona del 20-22%, y con tendencia al alza.
Motivos, como la liberalización de una buena parte de la economía, la desregulación de los mercados financieros, la eliminación de fronteras para el movimiento de capitales, la permanencia y/o ampliación de los paraísos fiscales, la menor amenaza de la guerra fría,… y otros elementos, han producido que en las últimas décadas, no sólo en Estados Unidos, sino en una buena parte de los países más desarrollados, la distribución de la renta sea cada vez más desigual.
En el siguiente gráfico vemos una comparación de la retribución real media por hora trabajada en EE.UU. (descontada inflación) con la productividad (fuente: Economic Policy Institute, basados en datos del gobierno) (en varias ocasiones este asunto ha sido objeto de mis escritos, como por ejemplo en “Productividad versus desempleo”). La idea es muy clara: la productividad por hora trabajada en Estados Unidos (por extensión en todos los países desarrollados) se mantiene al alza en todo el período de tiempo analizado. Hasta aproximadamente el año 1975, la retribución real por hora iba a la par con dicho incremento de la productividad, de esta manera los consumidores tenían suficientes recursos para el consumo que mantenía y hacía crecer la economía. El ciudadano tenía suficiente dinero para comprar nuevas casas, coches, electrodomésticos de todo tipo, vacaciones a sitios cada vez más lejanos, restaurantes, moda, ocio, cultura, etc. Al menos durante el período contemplado, los estadounidenses vivieron lo que ellos llaman “el sueño americano”. No sólo esto, el crecimiento permite una mayor contratación de personas, mayor crecimiento de la producción, exportaciones, menores tasas de desempleo, más hijos se pueden permitir estudios superiores en universidades cada vez mejor dotadas, mejores infraestructuras, mejores servicios de todo tipo,...
La concentración excesiva de la renta en una pocas manos no hace que se incremente el consumo, ni siquiera la inversión. El consumo individual tiene sus límites y la inversión se ha demostrado que va en buena parte, no a la economía real productiva, sino a la economía especulativa.¿Qué ocurrió en 1975? Según Robert B. Reich, alrededor de esa fecha se produjo dos hechos relevantes desde el punto de vista de la sincronización de la renta real respecto a la productividad: la disminución de la tensión de la Guerra Fría y la instauración paulatina de la creencia de que una reducción de los tipos impositivos en las clases de mayores ingresos generaría un incremento de las inversiones, del crecimiento económico y del bienestar de la sociedad. Esa falsa creencia perdura aún y forma parte del ideario de una buena parte de la clase política de los países desarrollados.
Yo también añadiría otro hecho: la creencia absurda en el crecimiento económico como la panacea de nuestra sociedad para conseguir el pleno empleo y altos niveles de renta y, sobre todo, pensar que ese crecimiento se puede producir de forma indefinida. Lamentablemente, autores como Stiglitz o Reich aún no hablan de esa cuestión.
El problema del no crecimiento del consumo al mismo tiempo que crecía la productividad, asunto tratado también en “Productividad versus desempleo”, se solucionó durante algunas décadas con el endeudamiento creciente y masivo de consumidores, empresas y gobiernos. El crack producido por la imposibilidad de un endeudamiento creciente sin límites, es el motivo por el que nos encontramos en esta crisis.