Lo que va a hacer Puigdemont.

"Creía uno que lo cristalino lo era para todos". (Richard).

La preocupación, el estrés y la desesperación no son sino síntomas de la incapacidad del ser humano para adaptarse a la realidad de los hechos en un determinado momento. En estas situaciones es frecuente buscar refugio en mundos imaginarios o en mundos paralelos de manera natural y transitoria. Sin embargo, sabido es que hay personas que terminan cayendo en universos como el de los estupefacientes, las ludopatías o mismamente en el delirio político.

El origen, el denominador común o la clave de bóveda de todas estas situaciones es la incapacidad de adaptación por parte de una o más personas ante una realidad de datos, hechos, situaciones o escenarios que en un determinado momento dado terminan escapando a su control. No estamos hablando de la realidad de los sueños, tampoco de los individuales, sino de la realidad de los hechos en una sociedad siempre cambiante como la que a todos toca vivir.

Puede llegar un momento, por tanto, en que una determinada conjunción no escalonada de hechos y vivencias terminen por hacer emerger ante nosotros otra realidad no solo relevante, sino que a la vez nos ha estado conformando desde el momento en que nacimos. Se trata de la civilización, entendida como las experiencias y conocimientos vitales del ser humano a lo largo de los siglos sintetizados en un conjunto de normas básicas de comportamiento y que tiene su fundamento tanto en el instinto de supervivencia como en una dinámica de actualización consciente o inconscientemente aceptada por todos.

La Convergencia i Unió del clan Pujol, Artur Mas, Puigdemont y todo su régimen clientelar catalán se cambian de chaqueta de manera marcial y todos a una tras quedar a la vista de la ciudadanía las inatacables pruebas de su naturaleza choriza básica. Las consecuencias de la crisis, primero, y la clarividencia y firmeza de Mariano Rajoy, después, suponen el fin del suministro de estupefacientes a discreción característico de los gobiernos anteriores en la que bautizo ya como la primera etapa de la Transición. Ese corte en el suministro de existencias ha dejado a muchos en la Cataluña de hoy no solo con el culo al aire, sino sin el único tipo de de existencia que han conocido en su edad adulta. Lo repito, no conocen otra.

Estamos hablando de miles y miles de personas organizadas en un circuito engrasado desde hace décadas y que ni conocen ni quieren conocer otra forma de vida que suponga el mínimo cambio en su posición de privilegio actual. Miles y miles de personas que viven de lo que todos sabemos y que a la voz de "ar" se hicieron conversos, se cambiaron de nombre y se autoproclamaron independentistas, diríamos que en el mismo día, a la misma hora y en la misma notaría. Miles y miles de personas que a la voz de "ar", pero sin haber cambiado de cerebro, de inteligencia, de costumbre y mucho menos de corazón, se cambian de equipo sin rechistar.

Sin entrar a valorar si además de eso puede que no sean solo sino una manada de hijosdeputa, la realidad de los hechos es que de lo que sencillamente estamos hablando es de un grupo de miles y miles de chorizos existenciales pillados de repente con las manos en la masa. Miles y miles de chorizos existenciales no solo engrasados y organizados desde hace años, sino quizás conocedores también de que las naturalezas y las idiosincrasias lo son para siempre a menos que te lleven a la indigencia política, a la indigencia personal o quién sabe si incluso a ambas. De hecho, si se fijan, raro es el Arzalluz, el Ibarretxe, el Zapatero, Bárcenas, Iglesias, Otegui, Echeminga, Pujol, Mas o Puigdemont que vuelve de allí "por su propio pie".

Parece, por tanto, que al final Mariano Rajoy va a ser un hombre con recursos y capacidad de adaptación más que de sobra tanto para los que se sienten ahora de repente como delante de un Miura como para los que en peores plazas hemos toreado. En mi opinión, lo único que ha vuelto a hacer estos días el Presidente es dar a una persona como Puigdemont la oportunidad de elegir si desea firmar ser juzgado y condenado por desobediencia, sedición y rebelión y, en consecuencia, pasarse el resto de su vida en la cárcel o, por el contrario, el amigo Carles se acepta iniciar otro tipo de relación con las ludopatías, con la inteligencia y con la vida en general. 

No deja de ser, por tanto y a la vez, sino otra muestra más de lo que pueden llegar a alcanzar con el tiempo personas de la talla de Mariano Rajoy: una extraordinaria capacidad de leer los partidos en tiempo real, una no menor capacidad de adaptación a las circunstancias y, como consecuencia de las anteriores, un timing sencillamente demoledor. No sería extraño, por contra, que Puigdemont no acertara a terminar con el juego en el que anda metido desde hace ya no pocos años. Lo que sí sería es una pena.