Después
de que las economías de EE.UU y Reino Unido superasen las expectativas y
mostraran un mayor crecimiento de su economía en el tercer trimestre
del año, los inversores vuelven su atención a las acciones de política
monetaria, sin dejar atrás la incertidumbre en torno a las elecciones en
Estados Unidos el próximo día 8 de noviembre, que continúan penalizando
la evolución de los precios de los activos considerados de mayor
riesgo.
Esta
semana está siendo decisiva para tres de los mayores Bancos Centrales
(Reserva Federal de EEUU, Banco de Inglaterra y Banco de Japón), donde,
aunque la mayoría de ellos han mostrado gran predisposición a
implementar medidas de política monetaria, parece ser que ninguno de
estos termina por modificar su política ya vigente (al menos hasta
Diciembre, como es el caso de la FED). El martes ya conocíamos la
decisión del BoJ de no modificar su política monetaria, al igual que la
Reserva Federal de EEUU, y esta misma tarde tendremos las declaraciones
del Banco Central de Inglaterra.
En
primer lugar, el comportamiento durante el tercer trimestre del año de
la economía británica, ha estado en punto de mira de todos los
analistas, ya que ha reflejado el impacto del Brexit en su economía así
como las perspectivas de crecimiento, comercio e inversión. En este
sentido, los datos de crecimiento publicados señalan que Reino Unido
resistió con un crecimiento de 0,5% frente al periodo anterior, cifra en
línea con la tendencia de expansión vista desde 2015 y superior a la
estimación de 0,3%.
Todo
esto, como podemos apreciar en el siguiente gráfico, en momentos donde
la inflación se encuentra en máximos ante la fuerte depreciación de la
libra.
Conforme
a las señales anteriores y teniendo en cuenta la demora del Gobierno a
implementar una “estrategia coherente” para salir de la Unión Europea,
el Banco Central de Inglaterra parece estar dispuesto a poner en marcha
algunas políticas adicionales que resulten un seguro para el bienestar
del país, incluyendo en este sentido, un recorte en los tipos de interés
y, posiblemente, nuevas operaciones en su balance anual.
A
pesar de esto, en la reunión de hoy del Comité de Política Monetaria
del Banco de Inglaterra (BoE), no se esperan sorpresas. En este sentido,
el BoE dejará sus tipos de interés en el 0.25% actual (niveles mínimos
históricos) y no ampliará el importe de su programa de compra de activos
en los mercados secundarios. No obstante, habrá que estar muy atentos
al comunicado que emita el Comité, por si en él se hace referencia a las
expectativas de los miembros del mismo, en relación al crecimiento
económico y de la inflación en el Reino Unido tras el Brexit.
Así
mismo, no podemos ignorar las previsiones que apuntan a un aumento en
la inflación del Reino Unido en torno al 4% en el próximo año, y la
tendencia bajista que persiste en torno al crecimiento del país en
términos de PIB, como podemos observar en el siguiente gráfico:
Por
otro lado, el Banco de Japón inició a principios de semana su reunión
mensual sobre política monetaria, en la que, como era de esperar la
institución ha vuelto a posponer su objetivo de alcanzar una inflación
del 2 % ante la débil evolución de los precios en el país asiático. En
este sentido, retrasa hasta después del ejercicio fiscal del 2018 su
meta inflacionista. Recordemos que el BoJ, ya tuvo que retrasar el
pasado mes de abril su previsión de la inflación hasta el 2017 debido a
los bajos precios de la energía.
En
cambio, mantiene las previsiones sobre el crecimiento del Producto
Interior Bruto y se piensa que subirá un 1% este año y un 1,5% el
próximo año.
En
lo referente al programa de compra de bonos del Gobierno, seguirá
vigente con el objetivo de mantener el rendimiento de los bonos
soberanos en torno al 0%.
A
pesar de esto, después de su sorprendente decisión de aventurarse en la
política no convencional, incluso con tasas de política negativas, el
Banco Central japonés se ha comprometido a continuar haciendo esfuerzos
para apoyar el crecimiento y aumentar las expectativas inflacionarias.
La
tendencia de los precios del país nipón muestra que el objetivo
inflacionista continúa lejos de alcanzarse, aunque varios de los
miembros de la junta de política monetaria de la institución apuestan
por dar más tiempo a las medidas aplicadas antes de cambiar la meta.
Por
último, en lo que se refiere a EEUU, sus datos del PIB registrando la
mayor expansión de los dos últimos años aumenta la presión sobre la
Reserva Federal para que siga adelante con la normalización de la
política monetaria a finales de este año.
Según
un informe de la Oficina de Análisis Económico, el crecimiento del PIB
subió hasta una tasa anual del 2,9% en términos estacionalmente
ajustados entre julio y septiembre, frente a la expansión del 1,4%
registrada durante el segundo trimestre de 2016.
Como
podemos apreciar en el siguiente gráfico, ésta ha sido su mayor
expansión desde el tercer trimestre de 2014, causado principalmente por
un repunte del 10% en las exportaciones del país, y una recuperación en
los inventarios, mientras se desacelera el consumo personal.
También
podemos observar la tendencia alcista que recoge el gráfico en cuanto a
las previsiones de crecimiento del país en términos de PIB.
Los
buenos datos macroeconómicos publicados sobre la economía del país,
convencen cada vez más a la FED y a nosotros, los analistas, de la
posibilidad de implementar ajustes a finales de año. En este sentido,
varios responsables de la política monetaria han indicado que los tipos
de interés podrían subir en diciembre si la economía sigue en su senda
expansiva.
Sin
embargo, el FOMC anunció ayer sus conclusiones políticas tan sólo unos
días antes de elecciones presidenciales de la nación, donde, como era de
esperar se han abstenido de hacer ningún movimiento, y mantienen los
tipos inalterados en un rango entre el 0,25% y el 0,5%.
Los
acontecimientos de esta semana reflejarán una vez más, hasta qué punto
la implementación de unas buenas medidas en cuanto a política monetaria
se refiere están siendo socavadas por la incertidumbre política e
institucional.
La
aplicación de estas medidas implicaría alejarse de la dependencia
prolongada y excesiva de los bancos centrales y en favor de una
respuesta más amplia que incluye reformas estructurales a favor del
crecimiento, una gestión de la demanda más equilibrada, el fin del
apalancamiento por endeudamiento excesivo, y el fortalecimiento de la
arquitectura económica en Europa.