Dentro del amplio y complejo
mundo de los mercados financieros una de las grandes diferenciaciones que
podemos hacer es entre acciones y bonos. Si bien las primeras son las que
normalmente tienen un mayor protagonismo en la prensa y son, relativamente, más fáciles de
entender, son los segundos los que por volumen e importancia tienen un mayor impacto en nuestras economías modernas con lo que resulta fundamental saber que son y cómo
funcionan.
El historiador Niall Ferguson señala que tras la
creación del crédito por parte de los bancos, el nacimiento de los bonos ha
sido la segunda gran revolución en la historia del dinero. Un bono, o pagaré,
es un título que da derecho a un tipo de interés fijo o cupón al portador con
una fecha de vencimiento. Este instrumento financiero permite que gobiernos y
grandes empresas puedan tomar dinero prestado a un abanico de personas e
instituciones mucho mayor que si acudieran únicamente a un sindicato de bancos.
Los primeros bonos tienen su origen en las primeras ciudad-estado del norte de Italia
hace unos 800 años. Desde entonces su tamaño ha ido creciendo de manera imparable. Por
contextualizar de lo que estamos hablando: en 2012, la producción total del
conjunto del planeta ascendió a 85 billones de dólares; la capitalización bursátil
del conjunto de empresas cotizadas fue de unos 54 billones de
dólares (nivel de 2010); y el mercado de bonos sumaba la astronómica cifra de 100
billones. De ahí su importancia y elevada incidencia en
la vida económica.
Tomemos como ejemplo un bono a 10
años del gobierno de España (aunque en este caso el Tesoro Público los denomina
obligaciones) con un valor nominal de 100.000 euros y un tipo de interés fijo
del 4%. Este título representa el compromiso del gobierno español de pagar el
4% sobre 100.000 euros cada año durante los próximos diez a quién quiera que esté
en posesión de este bono. Con esto en mente, si alguien tiene 100.000 euros parece
lógico que la compra de bonos, a priori, sea una buena opción para ahorrar: el
capital se mantiene a buen recaudo mientras el ahorrador percibe una renta anual (en este caso de 4.000
euros) durante dicho periodo. Sin embargo, los bonos, al igual que las
acciones, cotizan y es su cotización lo que determina el rendimiento real del bono. Este tipo de interés de mercado se
obtiene dividiendo la renta entre la cotización del bono. Imaginemos que estos
bonos cotizan a 102.400 (debido a las buenas expectativas de la economía española). De esta forma, el interés de mercado del bono es: 4.000 dividido por 102.400; un 3,9%. No hemos de confundir este interés de mercado con el
rendimiento del bono a vencimiento, que tiene en cuenta la cantidad de tiempo
transcurrida antes de que el bono sea rescatado a la par por el emisor del
bono.
En el caso de las acciones,
títulos que dan derecho a una renta variable (es decir, dividendos que serán mayores o menores según los beneficios futuros de la compañía), es relativamente más intuitivo determinar qué elementos afectarán esta renta y de qué manera.
En efecto, es fácil suponer que, por ejemplo, si el conjunto de la economía crece esto tendrá
un efecto positivo en las empresas que tendrán una demanda más vigorosa y
previsiblemente más beneficios (lo que también empujará la valoración del
título arriba). En el caso de los bonos, las dinámicas que
influyen en su cotización y rendimiento son un poco más complejas.
Veamos ejemplos. Supongamos que el sentimiento
general de los inversores con respecto al gobierno de España es
mayoritariamente de preocupación con respecto a que sea capaz de cumplir con
sus obligaciones de pago de la deuda. O supongamos (notará el lector que no
tengo que tirar mucho de imaginación), que los inversores están preocupados con
respecto a la salud del euro, divisa en que esta expresada la deuda española y
en la que se paga el cupón correspondiente. Estas dos circunstancias harían que el
bono español fuese un producto financiero relativamente menos atractivo con lo
que muchos inversores,tenedores de bonos pondrían estos bonos a la venta con lo que el precio de los bonos caería. Esta caída de los
precios sería hasta un nivel de precios en donde el aumento de la percepción de
riesgo de impago del gobierno español o de una depreciación del euro quedase debidamente compensada para el inversor.
Es hipotético pero
imaginemos que la cotización del bono se desploma: lo que un día
adquirimos por 100.000 hoy lo tenemos que vender por 90.000. De esta forma el nuevo interés de mercado es 4.000 dividido por 90.000: un 4,4%. En una semana el tipo de interés
al que se endeuda el Reino de España ha pasado del 3,9% al 4,4%. Del mismo
modo, los ahorradores que tenían su capital invertido en estos bonos ven como su
ahorro se reduce de manera drástica, tanto como el precio de los bonos, en este
caso un 11,4%: lo que antes tenía un valor de 102.400 ahora vale 90.000. Bill Gross, director de PIMCO el mayor
fondo de inversión en renta fija del mundo (buen conocido en la comunidad InBestia), afirma que los mercados de bonos tienen mucho poder ya que fijan las principales condiciones sobre las que tiene que
operar una economía: coste del crédito y tipos de interés (sobre bono de
referencia) y que esto, a la postre, tienen consecuencias directas sobre el
valor de acciones, casas y todo tipo de activos.
Por añaduría, desde un punto de vista
político los mercados de bonos son poderosos porque de manera continuada evalúan
la idoneidad y credibilidad del conjunto de políticas fiscales, monetarias y
económicas de los diferentes países. Esto es así porque si los
mercados (conjunto de inversores) perciben un riesgo mayor, es decir un aumento en la probabilidad de
impago (como ha sido el caso de España durante el último cuatrienio), éstos
pueden elevar el precio de los empréstitos de los gobiernos forzando a que
éstos últimos tengan que cambiar sus políticas con el polémico y eterno debate entre
mercado y democracia que hemos escuchado durante los últimos años. Cuando las
sumas del endeudamiento son astronómicas, incluso la más ligera subida en los
tipos de interés puede dañar seriamente a un gobierno con déficit o en un
escenario recesivo y como ocurre en tantas otras relaciones financieras se
entra en un círculo vicioso del que es muy difícil salir: los pagos más
elevados de interés que exigen los mercados aumentan aún más el déficit público
y el país entra en una espiral de deuda.
Ante este escenario, el gabinete
se encuentra en una triple disyuntiva: (1) deja de pagar una parte de sus deuda
(quita), verificando así el temor de los mercados; (2) recorta de manera
drástica el gasto público con el coste político que esto conlleva; (3) procede
a subir impuestos con el efecto negativo que esto tiene para el crecimiento
económico y la prosperidad.
Tres reflexiones/conclusiones que
conviene extraer de todo lo anterior.
En primer lugar: gobierno y
ciudadanos hemos de ser conscientes que si como país nos endeudamos estamos
perdiendo libertad de acción (para bien o para mal, mi discurso no quiere ser
moralista sino simplemente realista). Es por eso que, un gobierno que se endeuda deja el parlamento del país con menos soberanía que el de otro país que no esta tan endeudado.
Esto no es ni bueno ni malo, simplemente hemos de ser conscientes de las
decisiones que tomamos y quizás empezar a penalizar a los gobiernos que, por no querer incurrir
en subidas de impuestos (lo que seguramente haría que analizáramos sus
propuestas de gasto con más cautela como votantes libres), acuden a los mercados
de deuda y así evitar escenarios en los que, cuando este gasto improductivo nos imposibilita cumplir con nuestras obligaciones colectivas de pago, no tengamos que reconducir nuestra política económica de
manera drástica a unos niveles de gasto creíbles con el consiguiente coste
social y emocional que esta macabra dinámica conlleva.
Segundo: el hecho de que un producto
financiero le pongamos la etiqueta de renta fija no quiere decir ni mucho menos
que sea un activo libre de riesgo o incluso que este riesgo (que normalmente, aunque
en mi opinión de manera muy incorrecta, medimos a través de índices de
volatilidad) no sea superior al de otros productos financieros de renta variable.
Tercero: la evolución de los mercados de bonos es el principal termómetro para medir la salud de una economía en
tanto en cuanto refleja el nivel general de confianza y credibilidad de los inversores
hacia las políticas macro de los diferentes países y gobiernos y, además, como
hemos visto, tiene una incidencia clara y notoria en la valoración del resto de
activos. Por todo ello, como inversores y como ciudadanos libres e
informados conviene que les prestemos la debida atención.