Sabemos que muchos inversores en todo el mundo son propensos a adquirir muchas acciones con las que se sienten familiarizados: por ser un negocio de la zona que ven en las noticias de la noche, es la empresa para la que trabajan o sencillamente es del mismo país. Esa cercanía parece dar a muchas personas una sensación de seguridad: conocen a la empresa XYZ, por lo que parece menos arriesgado invertir en ella. Sin embargo, a nuestro juicio esta creencia puede acarrear problemas serios, especialmente para aquellos que poseen acciones emitidas por la empresa que les emplea. Por más vínculos que tenga con una empresa, no va a conseguir evitar sus riesgos intrínsecos. Además, desde nuestro punto de vista, la mayor proximidad a una compañía puede implicar que su apego emocional lo ciegue a dichos peligros.
En primer lugar, que quede claro que no estamos afirmando que deba comprar acciones con las que no se sienta familiarizado. ¡Eso sería absurdo! Investigar para conocer mejor una empresa –su modelo de negocio, la competencia en el sector, los principales motores, políticos y económicos, que afectan a su negocio y los riesgos clave que le afectan– es un primer paso sensato.
Sin embargo, para nosotros no es muy prudente limitarse a las empresas que, por razones más o menos sentimentales, siente suyas. Hay 11 sectores de renta variable en el mercado, cada uno sujeto a fuerzas y factores ligeramente diferentes; algunos son grandes y otros pequeños. Si bien no es necesario tener en cartera empresas de todos para mantener una diversificación adecuada, distribuir sus inversiones entre la mayoría de esos 11 seguramente sea una buena idea. En el mismo sentido, dentro de los sectores más grandes, contar con títulos de más de una empresa parece lo más razonable. Por ejemplo, las entidades financieras representan el 17% del MSCI World Index (un índice que mide el rendimiento de la renta variable en 23 países desarrollados). Si intentara reproducirlo en su cartera, con solo una sociedad podría incorporar mucho riesgo empresa. En este caso, distribuir las participaciones entre varias opciones no elimina el riesgo por completo, pero creemos que sí lo hace al menos respecto a que una empresa individual pueda perjudicar con severidad su cartera.
En muchos países, poseer solo empresas nacionales puede limitar su capacidad de diversificación. Por ejemplo, el MSCI Denmark Investible Market Index (IMI) –un índice de acciones diseñado para abarcar el 98% de las sociedades que cotizan en bolsa en Dinamarca– está compuesto por solo 44 valores. Además, el sector más importante, el de la salud, abarca casi la mitad del mismo y el gigante farmacéutico Novo Nordisk representa aproximadamente ¡el 30%! El MSCI Norway IMI cuenta con 61 componentes, pero un tercio del índice está en el sector de la energía. Invertir en ambos aumentaría las oportunidades de diversificación, pero esto seguiría siendo poco en comparación con un enfoque global –aunque reduzca así su familiaridad con la cartera.
Otro problema común relacionado con la familiaridad: muchas personas poseen cantidad de acciones de la empresa para la que trabajan, en base a la idea de que conocen la empresa porque son empleados de la misma. ¡Puede que incluso se codeen con los que toman las decisiones! Si bien es cierto que usted puede conocer muy bien el lugar donde trabaja, tenga en cuenta lo siguiente: poseer una gran participación en el capital de su empresa significa concentrar el riesgo, ya que sus ingresos –salario– y su patrimonio –cartera de inversiones– estarían ligados a la misma casa y puede haber riesgos ocultos que usted no haya observado.
En Estados Unidos, el tristemente célebre fraude de la energética Enron, que la llevó a la quiebra en 2001, es un ejemplo típico de esta clase de riesgo. Muchos de sus empleados, que no estaban al tanto de las ilegalidades que cometían sus superiores, mantenían muchísimas acciones de la empresa en sus planes de pensiones. Cuando la estafa salió a la luz, los mercados reaccionaron de inmediato. El 16 de octubre de 2001 sus acciones cotizaban a 33,84 dólares, día en el que anunciaron que en el tercer trimestre del año habían sufrido elevadas pérdidas y que las ganancias de los cuatro años anteriores tendrían que plantearse de nuevo por unas irregularidades. Dos semanas después, los títulos habían caído hasta los 11,16 dólares. Para fin de año valían menos de un dólar: Enron caía en bancarrota. Muchos empleados no tuvieron tiempo de vender ni diversificar –ni mucho menos de encontrar un nuevo trabajo. Así que cuando la situación se calmó, muchos ya se habían quedado sin trabajo y sus inversiones para la jubilación habían sufrido una depreciación brutal.
Si bien esto puede parecer un riesgo menor en Europa, donde los llamados planes de pensiones de «prestaciones definidas» –es decir, la empresa se compromete a pagar al trabajador jubilado una parte predeterminada de su salario durante la jubilación– son mucho más comunes que en Estados Unidos, los planes de «contribuciones definidas», en los que el empleado –y a veces el empleador– contribuye a una cuenta de inversión para su jubilación, cada vez son más populares. La aerolínea de los Países Bajos KLM, por ejemplo, ha convertido recientemente su plan de pensiones de prestaciones definidas en uno de aportaciones definidas. A medida que estos sistemas se generalicen, los empleados serán más propensos a poseer acciones de su propia empresa en el plan de pensiones. Eso podría empeorar mucho más una quiebra como, por ejemplo, la que sufrió la constructora británica Carillion. Nada de esto significa que tengamos una opinión negativa sobre los planes de aportaciones definidas, en general muy beneficiosos para los inversores de cara a jubilarse, pero, al igual que en el resto de los casos, creemos que es importante mantener la diversificación.
Además, pisar terreno conocido en la compra de títulos puede significar que usted tiene un vínculo emocional con la inversión, lo que puede impedir que vea los riesgos tal y como son. Por ejemplo, si usted es propietario de acciones de una empresa de su ciudad natal, de la antigua empresa de sus padres o de la suya propia, sus opiniones pueden tener un sesgo a favor de la misma injustificado. Vender acciones por las que siente simpatía nunca es fácil, pero no hacerlo podría ser contraproducente para su cartera.
En definitiva, debe tener cuidado con la tentación de concentrar demasiados activos de la empresa local, la que conoce o para la que trabaja. Desde el punto de vista de su cartera, la familiaridad le puede traer problemas.
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