Uno de los temores que rondan por la cabeza de muchos inversores es la irrupción y crecimiento de movimientos políticos radicales en Europa, con su caso particular conocido en España. En los medios de comunicación ha comenzado a aparecer la analogía entre el fracaso económico de Venezuela y lo que le sucedería a España en caso de que una formación como Podemos se hiciese con el poder. La analogía también se ha empleado para comparar el fracaso económico de Cuba y el de Venezuela, con desenlaces horrorosos en ambos casos pero en diferentes épocas.
Desde luego, los dirigentes de Podemos han expresado en muchas ocasiones su simpatía por el chavismo y no han ocultado sus ideas colectivistas, incluso mostraban en público su estrategia para llegar al poder. Los que creen que todo es cuestión de intenciones y un plan malévolo para cambiar sustancialmente las cosas lo tienen claro: Podemos en el gobierno sería el comienzo de una catástrofe económica, ideológica y social y llevaría a España a una situación similar a la de Venezuela. Todo esto lleva a preguntarnos si basta con que una serie de personas lleguen al poder para que un país caiga en desgracia, o cuáles son los principales factores que producen el fracaso económico y social.
Esta idea falla cuando se analiza el caso de Grecia, una comparación con España mucho más pertinente ya que comparte más puntos en común: pertenencia al euro y la firma de un memorando con la Comisión Europea que exige una política económica concreta. En Grecia, el partido radical Syriza ha cambiado completamente el rumbo de su política económica al verse frente al abismo financiero a mediados del año 2015. No es que se hayan convertido de un día para otro en reformistas proeuropeos a favor de la estabilidad financiera, sino que las circunstancias les han obligado. Tsipras vio el abismo cuando algunos países acreedores dejaron entrever que estaban dispuestos a asumir el impago y dejar de refinanciar a Grecia, lo que suponía salir de la unión monetaria de facto. Aunque la política de Syriza causó un enorme daño, la realidad ha puesto las cosas en su sitio y ha devuelto la razón a los gobernantes.
Por otro lado, el caso de Venezuela encaja muy bien en la llamada “maldición de los recursos naturales”. Aquellos países en los que abundan recursos naturales como petróleo, gas o metales preciosos (oro, diamantes) se ven condenados a una continua trampa de pobreza. Se produce la siguiente paradoja: ¿cómo es posible que los países más ricos en dotación de recursos naturales sean los menos aventajados económicamente? Solo aquellas economías que ya estaban ampliamente desarrolladas cuando se descubren estos recursos son capaces de escapar a este destino. Como ejemplos tenemos a Estados Unidos, Reino Unido u Holanda. Antes de descubrir valiosos recursos naturales, ya eran países avanzados con unas instituciones que favorecen el crecimiento económico.
El impacto económico de este fenómeno se conoce como enfermedad holandesa, en referencia al problema al que se encontraron en Holanda cuando comenzaron a explotar sus recursos de gas en los años 60. La explotación y venta de recursos naturales, como el gas natural o el petróleo, produce una entrada de divisas y recursos desproporcionada en poco tiempo, con importantes consecuencias sobre el resto de la economía. Estas rentas exógenas desplazan a otras actividades económicas, que pierden importancia ante la mayor rentabilidad de las nuevas fuentes de ingresos. En el caso de Holanda, la divisa local (el florín) se apreció significativamente, perjudicando a las exportaciones de otros sectores económicos.
Si esta nueva fuente de ingresos es extremadamente desproporcionada en relación al tamaño de la economía del país, aparecen consecuencias decisivas a nivel político. La nueva fuente de ingresos suele estar controlada por el gobierno, de forma que para llevar a cabo programas políticos de gasto público ambiciosos no es necesario subir los impuestos. Este es el sueño del colectivismo que comparten todos esos partidos políticos radicales a lo largo del mundo, un montón de dinero caído del cielo para construir la utopía sin tener que subir los impuestos a los ciudadanos. La clave es que aunque la política económica e institucional sea horrorosa, las consecuencias no se notan durante mucho tiempo. El chavismo comenzó a destrozar la economía venezolana desde el minuto uno, sin embargo, muchos se enteraron una década más tarde. A partir de 1999, cuando Hugo Chávez llega al poder en Venezuela, el precio real del barril de petróleo no paró de subir hasta 2008.
Todo lo que se hizo mal quedó oculto bajo el maná de la producción petrolera. Si el resto de actividades económicas se hundían debido a los constantes ataques a la propiedad y la intromisión en la actividad mercantil, una importante mayoría de venezolanos no veía descender su nivel de vida, más bien al contrario. Incluso algunos periodistas españoles estaban maravillados y exclamaban: ¡para eso están los recursos naturales, para redistribuir las ganancias entre la población! Siempre hay personas preocupadas por repartir y nunca por producir.
Esta historia ejemplifica muy bien cuál es el mecanismo por el cual estas fuentes de ingresos externas desproporcionadas corrompen un país hasta la médula. Los recursos fáciles ocultan el desastre económico, lo cual desplaza de la agenda gubernamental los verdaderos problemas. Los ciudadanos no sufren las consecuencias a corto plazo y los gobernantes pueden hacer mucho daño sin que sea visible. Las instituciones se corrompen y la economía se degrada ampliamente sin que el descontento crezca demasiado. Solo cuando la gallina de los huevos de oro desaparece, una parte importante de la población comprende el horror económico. Probablemente, sea demasiado tarde. Para que vuelvan a desarrollarse industrias y un tejido productivo más diversificado hacen falta muchos años.
Quizás les suene todo esto para el caso español, ya que aquí tuvimos nuestro fenómeno particular. La burbuja inmobiliaria junto con la ilimitada financiación exterior produjo un influjo de recursos en la economía española sin precedentes. Las administraciones públicas estaban encantadas con el crecimiento de la recaudación, mucho mayor que el crecimiento del producto interior bruto. Todo ello fue posible sin subir los tipos impositivos, cosa de la que se jactaba el entonces presidente del Gobierno de España. La fuente original de estos ingresos era el exterior a través del endeudamiento de empresas y familias, y mientras duró, provocó un enorme daño a la estructura económica del país. El sector de la construcción llegó a más que duplicar su tamaño en relación al total de la economía, desplazando a otras actividades. No es que las instituciones españolas fuesen un ejemplo antes de esta época, pero el ciclo económico que comenzó con la entrada en el euro acentuó aún más todos los defectos económicos e institucionales, así como corrompió los valores y expectativas de toda una generación. A pesar de todo ello, ni de lejos se alcanzó la magnitud de otros fenómenos como el de Venezuela, donde las exportaciones petrolíferas alcanzan alrededor del 90% del total. En España, el sector de la construcción no pasó del 20% del PIB.
Esta es la gran diferencia con Grecia y España en caso de que triunfasen estos movimientos políticos: llegan tarde al festín. Ya no hay maná. Cualquier mala política económica en España, Grecia o Portugal se va a notar en unos pocos meses. En Grecia se produjo un corralito en menos de medio año, cuando los acreedores lanzaron su ultimátum. En España el proceso no sería muy diferente, el incumplimiento de una política económica de estabilización financiera activaría automáticamente este proceso de feedback en el cual la realidad se pone de manifiesto. El actual esquema monetario y económico en Europa es muy complicado para los admiradores del gobierno omnipotente, estar al frente castiga demasiado electoralmente.
El verdadero campo de pruebas para ver qué sucedería en España si un partido como Podemos alcanza el poder en solitario es Grecia, no Venezuela. El curso de los acontecimientos nos irá diciendo cuál es el futuro de un país con un gobierno de ese estilo dentro de la unión monetaria, donde no hay soberanía monetaria y el comercio con el resto de países de la Unión Europea es la mayor fuente de ingresos. Como actualmente Podemos no tiene opciones de alcanzar el gobierno en solitario según las encuestas, el panorama político se parece más a Italia en las últimas décadas, un sistema de elección proporcional con tres o cuatro partidos importantes y coaliciones complejas que dificultan los acuerdos de gobierno.
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