Cuando uno escribe en el buscador de Google “Keynes vs Hayek” aparecen la friolera de 1.360.000 resultados. Un dato bastante concluyente para explicar el interés que, especialmente en los últimos tiempos, ha suscitado el resucitado debate entre las dos escuelas de pensamiento económico a las que representan ambos autores (el keynesianismo y la escuela austriaca).
Las similitudes de las condiciones económicas que estamos viviendo en los últimos años y las que tuvieron que hacer frente ambos economistas son inequívocas, y muchos han desempolvado los libros de historia económica para comparar situaciones e intentar encontrar recetas aplicables a los problemas que vivimos. Además, el sonado debate que se produjo en la LSE e incluso el video a ritmo de rap que se extiende por la red [enlace] como la pólvora, han ayudado de forma importante a que el tema se haya puesto de moda, e incluso tenga repercusión en los medios más generalistas.
Pero lejos de pretender encontrar respuesta al debate con argumentaciones simplistas “tipo tertuliano”, me gustaría profundizar algo en ambas figuras y su pensamiento.
Para comenzar con Keynes, convendría partir de algo bastante obvio. A Keynes le tocó vivir en una época determinada y en unas circunstancias determinadas. Es un hecho que en aquella época las crisis que pudieron ser observadas por Keynes mostraban un componente monetario importante. Y precisamente la falta de liquidez que generaba este tipo de crisis, era la razón última por la cual Keynes abogaba por realizar políticas fiscales expansivas que pudieran compensar los desequilibrios de la demanda efectiva, producidos -precisamente-, por dicha falta de liquidez.
Creo que reducir la aportación de Keynes a un “¡ arriba el gasto público !” no pone en la adecuada perspectiva el enfoque keynesiano. Obviamente, es innegable que Keynes otorga poca importancia a la política monetaria. Sin embargo, eso no quiere decir que la despreciara.
En este sentido es importante darse cuenta de que Keynes consideraba el tipo de interés a largo plazo como una variable poco “manejable”. Entre sus argumentos destacaba que los Bancos Centrales, al ser aún entidades “medio privadas”, no podían realizar operaciones para alterar dichos tipos de interés sin que éstas llevaran aparejadas riesgos de pérdidas no asumibles. Pero es que, además, esos tipos de interés a largo plazo dependen también en gran medida de las expectativas de los agentes económicos, un factor difícilmente cuantificable.
Keynes, el azote de los liberales. Fuente Google.
Para mas inri, Keynes supone que las dos patas de las política monetaria, el ahorro y la inversión, vienen determinados por factores distintos. Para él son actividades totalmente independientes y no existe ningún mecanismo que posibilite un ajuste automático de ambos. Así, pese a que, respecto a la inversión, asume los planteamientos clásicos (es dependiente del tipo de interés), en cuanto al ahorro Keynes supone que no depende tanto del tipo de interés como de los ingresos disponibles. De esta hipótesis nace su concepción. Al ser definidas ambas variables como independientes, Keynes estima que parte del ahorro generado por los agentes económicos puede no regresar al mercado, generando por tanto insuficiencias en la demanda agregada. Si este desequilibrio entre el ahorro y la inversión se prolonga en el tiempo la consecuencia es un enorme desajuste macroeconómico.
Así las cosas, el pensamiento keynesiano se centra en las políticas fiscales para solucionar los males de la época: el paro y la falta de crecimiento económico. Keynes considera que por debajo del nivel de pleno empleo, la economía no es capaz de alcanzar por sí misma un nivel de equilibrio en el mercado de trabajo. Para Keynes, el paro no es otra cosa que la consecuencia de una debilidad de la demanda agregada. Los trabajadores quieren trabajar, pero los empresarios se ven incapacitados para contratarles porque no hay suficiente demanda de producción. Por ello aboga por sus famosas políticas intervencionistas, no exentas además de medidas de índole proteccionista.
Para Keynes la circulación de dinero es el riego sanguíneo de la economía y el factor fundamental para sostener el crecimiento. La recesión aparece cuando los agentes económicos dejan de hacer circular el dinero. Para combatir este hecho, Keynes propone que sea el Estado el que provea de más dinero al sistema a través de políticas intervencionistas o ejerciendo políticas monetarias expansivas. Otorgar mayor liquidez a los agentes económicos les llevará a aumentar el gasto.
Una de la mayores críticas a Keynes es su visión cortoplacista(bastante influenciada por las graves consecuencias de la crisis del 29). Su repetida y, probablemente, desafortunada frase “a largo plazo todos muertos”, es utilizada a diario por todos los detractores del modelo keynesiano. Ciertamente, no cabe duda de que la financiación a largo plazo de las medidas expansivas sugeridas por Keynes, supone uno de los principales puntos “delicados” de su argumentación.
Por su parte, Hayek ha sido identificado como la otra cara de la moneda. Pero antes de entrar en sus propuestas, es obligado aclarar que el austriaco – aún considerándose a sí mismo básicamente, economista – extendió su campo de trabajo mucho más allá (el derecho, la política, la moral…). Creo importante destacar este hecho, pues como él mismo afirmó: “la respuesta a muchos de los acuciantes problemas sociales encuadran su base de sustentación en campos que caen fuera de la técnica económica”. Esta declaración es, a mi juicio, toda una declaración de intenciones. No es que el autor desconfiara de la aplicación práctica de modelos matemáticos (que también), sino que su pensamiento no se limita a una lista de recetas que solucionen determinados problemas coyunturales. Más bien sus ideas se encuadran dentro de una especie de “filosofía vital” y una forma de entender el mundo que nos rodea.
Pero, ¿por qué Hayek se convirtió en el contrapunto de Keynes?
Hayek -partiendo del trabajo de Ludwing Von Mises y de su concepción de las dificultades de ordenar una economía planificada – establece como base de todo su pensamiento económico el sistema de precios. El sistema de precios no es más que un instrumento a través del cual los distintos agentes económicos se ajustan a las condiciones y exigencias del mercado, coordinando de esta manera toda la economía mundial de forma automática. Por tanto, todo queda recogido en los precios y son éstos los que nos dicen como debemos acomodarnos a las circunstancias que nos rodean (incluso cuando no somos conscientes de la existencia de esas circunstancias).
Para Hayek las crisis acontecen cuando ese sistema de precios es modificado de forma artificial. Es por ello por lo que su apuesta radica en restringir al máximo el papel del Estado. Es sólo el Estado el que tiene capacidad de provocar una distorsión de la realidad, de presentar a los agentes económicos una ilusión.
El bueno de Hayek, abanderado del mini-Estado. Fuente Google.
De esta idea parte la teoría de los ciclos, una teoría ligada de forma consustancial a la política monetaria, pues es precisamente ésta la que altera la realidad, distorsiona el sistema de precios y termina por realizar una mala asignación de los factores productivos.
En este sentido Hayek establece, básicamente, dos periodos diferenciados. En un primer momento, se produce un “boom” económico debido a una política monetaria expansiva que deprime los tipos de interés a corto plazo (¿les suena?). La bajada de tipos trae consigo un cambio en las preferencias temporales de los agentes económicos, pues aparenta que existe un mayor ahorro disponible. Todo esto fomenta los procesos de inversión, ya que los tipos artificialmente bajos provocan que muchos proyectos no rentables en condiciones normales se conviertan en proyectos viables. Al haberse provocado una especie de distorsión de la realidad, antes o después el mercado volverá a ajustarse a la estructura real del capital a través de un “crack”.
Sin embargo, el verdadero punto de desacuerdo entre los dos autores es el papel que juegan las políticas fiscales expansivas como mecanismo de ayuda en una situación de crisis profunda. Como veíamos antes, esas políticas expansivas son para Keynes el arma definitiva. Sin embargo, Hayek opina que disimular la depresión incrementando el gasto público (subvenciones, subsidios, inflexibilidad del mercado laboral, intervención en los mercados financieros y bancarios, etc.) lo único que fomenta es una prolongación en el tiempo del periodo de ajuste.
Pero alejémonos un poco de las teorías sobre el papel y centrémonos en su aplicación práctica. Es innegable que el desarrollo de las teorías keynesianas dominó las políticas económicas hasta la década de los 70. Roosevelt y su New Deal son el claro ejemplo de ello. Tras el estallido de la crisis del 29, nos encontrábamos en EEUU con una sociedad deprimida, con tasas de paro elevadas y con la actividad económica en modo parada. La opción de Roosevelt consistió en un aumento del gasto público a través de la obra pública que creció exponencialmente, pero además se regularizó el mercado de trabajo (establecimiento de salarios mínimos, esquemas de pensiones, fortalecimiento del poder sindical) y también el mercado financiero (controles a la comercialización de productos financieros). Sin embargo, fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial lo que permitió reactivar realmente la economía. La maquinaria productiva estadounidense volvió a la senda del crecimiento gracias al tirón de una “industria de guerra” que empleó a hombres y mujeres hasta entonces desempleados.
Comportamiento del paro. Fuente Wikipedia.
Comportamiento del PIB. Fuente Wikipedia.
Hayek tuvo que esperar algo más para que su voz fuera tenida en cuenta. El desplazamiento de las políticas keynesianas debido al auge del monetarismo de Friedman a principios de los 70, nos metió en una nueva era económica. Desde ese momento, muchos periodos de crisis de mayor o menor profundidad fueron aconteciendo, y en muchos de ellos el factor detonante no fue otro que la aparición de burbujas motivadas por la expansión de crédito, como había predicho Hayek.
Lejos de ser un talibán de cualquiera de las dos corrientes, mi opinión al respecto es más bien mixta. Cierto es que en términos “filosóficos” ando más cerca de la concepción del mundo que presenta Hayek, aunque esto no significa que piense que haya que desechar a Keynes. De hecho, no hay que desechar a nadie…
Verán, para mí esto no es como ser del Barça o del Madrid. Desgraciadamente, la necesidad casi innata de pertenencia al grupo hace que el ser humano tenga la manía de etiquetarse, de posicionarse dentro de una escala de valores estática, que impide ver más allá de lo que el grupo adopta como verdades únicas e irrefutables. Este hecho es particularmente consustancial a la clase política que nos rodea. Su rigidez de miras, determinada casi siempre en último extremo por necesidades cortoplacistas (véase proximidad de elecciones generales o intereses personales varios), es el verdadero cáncer de esta sociedad.
Buen rollo en el Ecofin. Fuente Google.
La sociedad, la economía y los procesos de relación entre los seres humanos son entidades cambiantes. Por ello, mantener concepciones estáticas no es más que un síntoma de miopía intelectual. El terreno de juego cambia a cada poco y las soluciones a los problemas también deben cambiar. Es absurdo “ser keynesiano” porque comulgo con una filosofía política de izquierdas, o “ser austriaco” porque me considero un liberal.
Cada circunstancia, cada problema, requiere una solución. Tirar porque sí del “manual de estilo ideológico” para adoptar (el Gobierno), o criticar (la oposición) las políticas a llevar a cabo, es un error y una muestra más de cómo la clase política sigue considerando a la ciudadanía como a una pandilla de impedidos intelectuales.
[Si le ha gustado, más en www.cronicasalmon.wordpress.com]