Hace mucho tiempo que no he escrito sobre Japón. Durante estos meses, desde que publicase mi último artículo al respecto (Japón, ¿un nuevo fracaso?), he estado muy atento a movimientos muy curiosos en los mercados japoneses y en sus variables macroeconómicas. Desde el principio han tenido algo muy curioso y ha sido el no corresponderse con exactitud a lo que la teoría económica suele decir que sucede cuando se lleva a cabo una depreciación masiva. Así, ni hay inflación como ya explicamos (básicamente, por una altísima demanda del yen), ni han bajado los tipos de interés de la deuda pública japonesa (más bien se han quedado en el marco del 0,7% al 0,8%, subiendo en casi un 100% desde los mínimos del 0,4% de principios de 2013) como también explicamos (debido, principalmente, a posiciones de rentistas en deuda patria nipona que se deshacían en favor del equity y deuda corporativa) ni tampoco es que estas Abenomics nos hayan sorprendido en exceso en lo que a balanza por cuenta corriente se refiere (fundamentalmente, porque la balanza comercial ha aumentado por ambos lados, exportaciones e importaciones por encarecimiento de la energía, quedándose más o menos estables las restantes balanzas que tienen que ver con el sector exterior).
Sin embargo, y pese a que estas malogradas tontonomics no se estén saliendo del guión previsto, muchas dudas suele generar Japón. Más ahora tras un segundo trimestre relativamente malo, una deuda que supera los mil trillones de yenes (más de un 25% superior a si unimos la deuda pública alemana, inglesa y francesa), unos tipos de interés bajo control, la bolsa con la volatilidad intradía clásica de épocas estivales fruto del poco volumen negociado y una inflación que ni está ni se la espera. El problema fundamental, en cuanto a la macro, viene por el hecho de las medidas de ajuste que se anunciaron junto con las abenomics. Las abenomics no consisten sólo en un déficit del 11%, en triplicar la masa monetaria o en impulsar las exportaciones. Las abenomics también contenían ciertas medidas de ajuste presupuestario y de reducción del déficit público a partir de un nivel de endeudamiento soberano. Y como dicho nivel ya se ha más que superado ahora, en Japón, se está debatiendo sobre la conveniencia de subir los impuestos al consumo y diversos tramos de impuestos sobre las rentas.
Todo esto debiera ser el caldo de cultivo perfecto para que el país reventara. Piensen por un momento que estuviéramos hablando de nuestra querida Europa. Imaginen 23 años de crisis económica continuados, con periodos deflacionarios y recesivos junto con periodos de tímido crecimiento. Imaginen que la deuda pública estuviera muy por encima del 200% del PIB y que ni tan siquiera con una expansión monetaria que va a situar la masa monetaria en 4 veces la masa monetaria japonesa a principios de la década de los 2000. Como se pueden imaginar, Europa estaría corroída por la devaluación de activos fruto de múltiples impagos y con una inflación galopante ante la fortísima depreciación que habría sufrido el euro.
Sin embargo, en Japón el yen va de maravilla. Va tan bien que no se deprecia, sino que se aprecia últimamente. Es complicado entender esto pues los economistas observadores no tienen respuestas más allá de los cantos de sirena que oyen desde sus antieconomistas de cabecera. Probablemente, la justificación más intuitiva sería pensar que es fruto de una guerra de divisas en la que la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo han depreciado más que el Banco de Japón y, por ello, el yen se apreció. Empero, esto no sería cierto si uno mira los balances de los bancos centrales porque, ahora mismo, ninguno es tan agresivo como el Banco de Japón.
Y es precisamente en este punto en el que encontramos la justificación a la ausencia de inflación. El yen no se deprecia precisamente gracias al Banco de Japón. Esto, que puede sonar contradictorio, es la raíz de que el yen se aprecie y la inflación no aparezca. Al cabo, el Banco de Japón ha inflado los activos bursátiles, como ya expresamos, y ha generado un clima de confianza bursátil cuyas características son mucho más psicológicas que analíticas. Ello ha atraído mucha inversión a Japón, no tanto a deuda pública (donde se ha dejado de inmovilizar tanto dinero como antes) sino a la parte corporativa. En cualquier caso, supone que multitud de extranjeros están comprando ahora mismo yenes y de ahí la apreciación reciente. Claro, es una apreciación relativa (recordemos que desde enero el yen cayó con fuerza y es ahora cuando se aprecia) debido a que en un primer momento todos esos yenes inundaron el mercado internacional presionando el tipo de cambio a la baja. Ahora, cuando ciertas pinceladas optimistas se atisban en el horizonte de Europa y Estados Unidos, los inversores comienzan a desprenderse de inversiones muy seguras (deuda pública teutona y americana, principalmente) y buscan equity, y Japón gusta.
De esta manera, de unas semanas para acá han entrado más divisas internacionales en Japón que los yenes que han salido de Japón. Eso, a priori, es pésimo para Shinzo Abe quien cree que con inflación puede acabar con su crisis. Y es pésimo porque está reduciendo (o estancando) la velocidad del yen y mientras ésta esté estancada será imposible que suceda su inflación. Además, con deflación de precios relativos en sus exportaciones e inflación de costes proveniente del extranjero sus desequilibrios comerciales no se solventan.
Mientras Japón siga gustando el yen se mantendrá estable (sin locuras del BoJ mediante), puede que se aprecie o deprecie pero no esperen grandes depreciaciones. Ahora bien, ante el más mínimo síntoma de flaqueza en alguna economía que atraiga grandes cantidades de capital hacia los ya mencionados activos refugio, el yen caerá y volveremos a estar atentos a la inflación nipona en función de sus importaciones (fundamentalmente).
Queda un único tema por ver que resulte de interés (puesto que la volatilidad de su PIB no se sale de lo que viene sucediendo durante el último lustro) y es qué ocurrirá con sus importaciones. Con un yen al alza lo lógico es que éstas se redujeran (como las exportaciones). Empero, hay una variable no monetaria que afecta y mucho a los costes japoneses: la energía. El tesón con el que el intervencionismo del viejo imperio ha luchado contra todo abaratamiento energético incrementado desde Fukushima puede traer inflación a Japón de costes aún con un yen al alza. Algo que el muy poderoso sector exportador contempla con pavor.
En este delicadísimo equilibrio se mueve hoy la economía japonesa. Pero no es muy diferente al que envuelve a la eurozona y a Estados Unidos. Mientras se desatasque el dinero de los activos refugio y se canalicen hacia otras inversiones, mientras se siga demandando euros (por Alemania, claro) y dólares para después inmovilizarlos a largo plazo sin saltar al mercado de crédito la baraja no se romperá.