"Mira, pero si veo la pelota", dijo mi ex cuando recién operada de la vista entró en el salón y en la tele había tenis.
Decía este fin de semana Javier Marías en una excelente entrevista en El País que la época actual es mucho más cateta que la anterior. Y el asunto no es que lo dijera, el asunto es que el posterior comentario relativizador de la entrevistadora puso en bandeja a Marías la oportunidad de convertir lo que inicialmente no fue sino una frase más o menos coloquial en una aseveración inatacable. Y no la desaprovechó, no.
Otra cosa que me resultó interesante de la entrevista, en este caso por lo visual, fue el poder prácticamente palpar mientras la leía tanto los diferentes instrumentos en manos de los escritores -- tiempos, narradores, estilos... -- como las ilimitadas combinaciones que los citados instrumentos ponen a su disposición. Tan visual me resultó que hizo que enseguida me pusiera en su lugar. Y es que la experiencia en el manejo de nuestras cosas, de nuestros elementos, de nuestros instrumentos, termina creando en nosotros un universo propio en el que no solo nos sentimos seguros y dueños y señores de nuestro destino, sino que nos proporciona al mismo tiempo la posibilidad de establecer relaciones, conexiones y asociaciones de base práctica con las experiencias creadas por otras personas.
Al igual que los escritores, y a diferencia de los entrenadores, los especuladores tenemos la ventaja de trabajar únicamente con elementos inanimados, lo que se traduce por definición en la no dependencia de humores, habilidades o circunstancias personales que no sean las propias. Miramos, observamos, vemos, operamos, probamos, nos caemos, nos levantamos y volvemos a mirar, en un proceso en el que, entre todos los instrumentos utilizados, terminan sobreviviendo únicamente aquellos que en algún momento dejaron de serlo y consiguieron pasar finalmente a formar parte de nuestros intangibles.
Recuerden, aunque a veces no la vemos, la pelota siempre está ahí. ¡ Así que no se me limiten, carajo !