Los repasos de lo acontecido en un año recurren casi
siempre más a lo cuantitativo que a lo cualitativo. Básicamente porque rebatir
una cifra o un hecho contrastado con algo demostrable, resulta algo complicado
pese a que muchas veces utilizamos la información de manera sesgada. Por eso,
en mi último post del año no voy a entrar en los datos numéricos o estadísticos
que componen la macro.
Es indudable que la batería de datos del último
semestre ha sido favorable. Pero tampoco nos engañemos, nada ha sido excepcionalmente
positivo como para tirar cohetes. Es muy probable que hayamos visto una ruptura
en la tendencia negativa de algunos indicadores y estoy de acuerdo que algunos
son lo suficientemente importantes como para poder hablar de posible inversión en
la tendencia. De lo que reniego es de la idea de interpretar las cifras en
clave plena de crecimiento, al menos del que necesita la economía española.
¿Por qué digo esto? Por los factores cualitativos que
mencionaba. El FMI ha alabado las reformas llevadas a cabo y yo digo que, aun
valorando algunas de las medidas, el plan de acción del Gobierno merece más un
tirón de orejas que una palmada en la espalda. Dos años después del inicio de
lo que iba a ser una profunda senda de cambio en la obesa estructura pública
española, nos encontramos en que nada ha cambiado. Seguimos acumulando una
espectacular capa de tejido graso que cada vez veo más difícil de eliminar. Por
ejemplo, las “mareas blancas y verdes”, las de los sindicatos, seguirán sacando
sus pancartas pero con la cara más colorada que nunca cuando comprueben la
gravedad de la situación. Ya veremos si cambian su eslogan y si corean el
verdadero sentido de la protesta que no es otro que la defensa de sus bien
aposentados culos en la silla del que les paga.
El gasto público no se ha reducido. La estructura
sigue sobredimensionada. El Estado ha elevado en más de 30 rúbricas impuestos y
tasas y no ha conseguido frenar el déficit más que con maquillajes contables ni
evitar que la deuda supere el 100% del valor de lo que se produce, incluido el
gasto público. Esa herencia sigue siendo la de nuestras futuras generaciones y
seguirá siendo tan aterradora como lo era antes. El problema es que se le
añaden nuevos problemas como el de las pensiones, insostenibles a todas luces.
Volviendo a los detalles no cuantificables, el final
de año es muy significativo. 2014 comenzará con un intervencionismo borrico en
el mercado eléctrico que pone de manifiesto la brutal caída en cuestión de
confianza a la que nos enfrentamos a una década vista. La inseguridad jurídica
en este país es elevada, del calado de alguna república militar. Se han
modificado esquemas retributivos reconocidos a través de reales decretos,
injustos o no, pero tramitados de acuerdo a un marco legal. Eso ha saltado por
los aires. Se ha intervenido en un mercado en el que infieren oferta y demanda
en condiciones de supuesta libre concurrencia, mediante un decretazo sin igual.
Sin respetar a los actores que en su momento aceptaron las reglas del juego,
insisto, fueran o no las debidas.
España ha caído en ridículos importantes, como fue la
candidatura olímpica de Madrid o el fracaso de Eurovegas. Uno por forzar lo
imposible y el otro por vender la piel del toro, que no del oso, antes de
torearlo. Vergüenza política. De acuerdo que tras bambalinas quedan las
negociaciones, las mentiras, los pagos de favores y las traiciones, pero esos
son factores que nunca salen a la luz y la realidad es la otra. La imagen de un
país caído es muy importante y queda demostrado que salvo en lo deportivo, la
bandera española no ondea alto.
A este país
llegan inversores, si, pero no los necesarios, no los que apuestan por una
economía y traen dinero fresco. No los que invierten, ni los que planifican a
20 años buscando retornos sostenibles. Vienen los inversores financieros, los
Gates o Soros de turno, los fondos inmobiliarios, los private equity, que dicho
sea de paso representan un interés que siempre he defendido, pero que
capitalizan gran parte de la visión que se tiene de este país fuera como de
mercadillo en liquidación. Todo ese capital, como ha ocurrido en cualquier
crisis de la historia, es un dinero que entra, busca su rentabilidad, arriesga
y se va. Nada queda, ni un empleo. Ese capital es bueno, y diría que necesario,
pero mucho más si viene acompañado de capital productivo. 4.500 millones de
euros es lo que aproximadamente ha entrado en el país en industria establecida.
No se abre ninguna fuente de crecimiento, ni mencionar el I+D, el desarrollo
del conocimiento… nada.
La imagen de desmembramiento es también importante.
Hay una evidente fractura social producto de una lucha intestinal política que
no tiene ningún tipo de solución. Las partes están tan enfrentadas y los
intereses tan contrapuestos que no soy capaz de afirmar que el país vaya a
seguir unido como hasta ahora en un plazo superior a diez años. Ese mal causado
por la cesión de poder político al libre albedrio choca con un estereotipo de políticos
corruptos. Hay cientos de causas abiertas por corrupción y los imputados y, aun
más, los inculpados se cuentan con los dedos de una mano.
No es justo, lo sé, pero para un inversor foráneo la
imagen es la de que tiene que arriesgar su capital en un país estructuralmente
varado, de un fuerte intervencionismo público, retrasado en muchos aspectos
básicos del desarrollo, que además tiene que lidiar con políticos cuya imagen
no es limpia.
La visión que tengo para 2014 es la de que durante un
tiempo nos moveremos a favor de la inercia de los datos. Pero que nadie se
engañe, todos vivimos en la gran mentira que es hoy en día Europa coronada por
su banco central. La fragmentación del continente es para mi más evidente que
nunca, pues los países se dividen entre acreedores y deudores. Los países
entregaron su soberanía monetaria y lo harán más en términos de regulación pero
las deudas, los apalancamientos excesivos, la elefantiasis socialista que se
empeña en defender esa versión trampeada del “estado del bienestar”, seguirán
denominadas en una divisa que nadie controla.
Creo que los pasos se dieron en la buena dirección
pero nos quedamos cortos, siguen siendo titubeantes y faltos de ritmo. Se confunde
la regeneración necesaria con un mayor intervencionismo y control publico. Si
la banca estuvo en el epicentro del mal, los poderes públicos en continuo
contubernio histórico la defendieron y lo seguirán haciendo. No es una
afirmación "quince-eme", es que desde la ruptura de las leyes del
derecho romano que regían los contratos mas elementales así ha sido y por lo
que estamos viendo, seguirá siendo.
Mi falta de fe se sustenta en el hecho de que no veo
nada que posibilite invertir la espiral en la que nos encontramos. ¿Esperanza
en 2014? Muy tenue, me temo. Ojalá me equivoque y pueda reescribir sobre mis
reflexiones.
Feliz año nuevo y mucha suerte, la necesitaremos