Ayer les comentaba a botepronto un artículo de Luis Herrero, grueso de tirular pero manso de solemnidad, cuyo link se me olvidó adjuntar. La historia de D.Luis no deja de ser la mía, la suya de Vd. y la de todos los españoles. Mi impresión es que todos los españoles mamamos de nacimiento esa manera de ser y de enfrentar la realidad. De la misma manera que todos los que nos acercamos a la bolsa ganamos la primera vez y jodemos la cuenta, o las cuentas, en las siguientes. Si no les "queda clara la idea", pueden pensar en lo que le pasó a Juan Luis Cebrián y su Grupo Prisa después de los primeros veinte o treinta años en el mercado. O lo que le ha pasado a José Carlos Díez, y le sigue pasando todos los días hasta hoy, durante su carrera como ¿economista, hombre de mercados, financiero, gurú...? Un ridículo, tras otro --el último el sábado a la noche en La Sexta-- desde que nació.
Insisto. No me malinterpreten. En España todos hemos nacido y seguimos naciendo en este ambiente y este entorno de los Iñaki Gabilondo, Elisa Beni, Luis Bárcenas, Felipe González, Juan Carlos Monedero, Jordi Pujol, el Chistorra, Pedro Piqueras o José Luis Rodriguez Zapatero... "No me quieran tanto y vótenme más" se quejaba Adolfo Suárez con aquella mirada suya entre la dignidad, la amargura y la impotencia. Suárez siempre será un grande para todos nosotros, sí, pero da la casualidad de que ante el espejo de sus valores, de sus principios y de su dignidad los españoles no vemos hasta hoy más que el retrato de Dorian Grey. Mañana ya veremos.
¿ Y cómo se consigue esto? Porque no tiene pinta de ser fácil. ¿ Cómo es posible que la grandeza de tantos españoles raros como Mariano Haro, Angel Nieto, Miguel Induráin, Mireia Belmonte, los hermanos Gasol, Severiano Ballesteros, Luis Aragonés o Rafa Nadal, las selecciones de fútbol, de baloncesto, de balonmano, de waterpolo... y los valores que les han hecho grandes, los valores y principios que les hemos visto y les vemos poner en práctica una y otra vez, repetidos ya una y mil veces a todas horas y en todas las cadenas, y con el resultado de enorme éxito tras otro, no nos influyan finalmente ni un pequeño poquito a los españolitos de a pie?
Pues no tengo ni puta idea, la verdad, pero conocedor excelso tanto del juego como de la naturaleza lerda de los intervinientes, seguro que se me ocurrirá algo ahora para cerrar el artículo e irme a dormir. Por ejemplo: pues porque los españoles, en general, soportamos mal el éxito ajeno. No por nada en especial, sino porque como le pasa a Pedro Sánchez y a todos y cada uno de los del Psoe, creemos que hablando mal del otro nadie se va a fijar en nuestra infinita "taruguéz". ( Y ya saben que esta idea mía sobre Pedro Sánchez es de mucho antes de retratarse esta noche en la tele con los críos: de vergüenza ajena, el más crío era él).
La segunda parte de esta estrategia tan española de intentar desviar la atención de la estatura de nuestros Jordi Pujol o Emilio García-Page, o del tamaño del cerebro de nuestra Pepa Bueno o Beatriz Montañez, es echar la culpa al otro de todo lo que nos lleva pasando desde que Eva mordió la manzana. Fíjense Vds. si no estoy equivocado que el amigo Luis Herrero, tras llevar años y años anunciando la muerte política de Mariano Rajoy y la debacle a la que íba a llevar irremisiblemente a "su" Partido Popular, y más que acojonado por el resultado de las últimas encuestas, en las que, no se lo pierdan, todavía no está reflejado el papelón de esta noche de los Niños y sánchez, y más acojonado todavía por el congelamiento de sus apadrinados de Ciudadanos, no ha dudado el hombre un instante en pringarse hasta las cachas de la tradición más española, más de Más y más de cateto progre contemporáneo que echar la culpa a otro mientras se marcha uno con el rabo entre las piernas: la culpa ya no es de Rajoy -- granito puro ya hasta para los ojos de D. Luis --, sino que ahora la culpa es de esos mierdas de los españoles que no dejan de revolcarse en el fango y no se enteran de ná.
Sufrir de nacimiento el éxito ajeno, echar siempre la culpa al otro y salir de natural con el rabo entre las piernas. Estás a un paso de vivir de la bolsa, chaval.