La educación es la base de un país, y en España, bajo el lema de “no dejar a nadie atrás·, se fomenta la ignorancia. Despreciando el hecho de que la educación es la base de una sociedad democrática, ya que permite adquirir la capacidad de reflexión y discriminar entre las alternativas que nos proporciona la vida, entre ellas las políticas. Motivo por el que la ignorancia contribuye a facilitar la manipulación de masas y el populismo.
Sin embargo, la educación no influye sobre la democracia exclusivamente a través de construir la capacidad de reflexión. La educación permite la creación de capital humano. Y este por una parte permite la independencia económica y contribuye a evitar el clientelismo político. Es decir, la compra de voluntades a través de subvenciones, lo que degrada la calidad democrática de un país.
Pero la creación de capital humano tiene todavía connotaciones más profundas, ya que el conocimiento y la I+D+i es lo que hace avanzar el país. Es el factor fundamental que permite la diferenciación, calidad, mayor productividad y competitividad, lo que se traduce en mayor crecimiento económico y mayor calidad de vida.
Sin embargo, en este país se ha despreciado la educación continuamente. Utilizándose como herramienta política, huyendo de los consensos necesarios para dar estabilidad a un proyecto educativo que debería considerarse una cuestión de estado como elemento esencial del bien común.
Lo que sumado a la paupérrima inversión en I+D, e ineficiencia del gasto nos ha conducido a que, a pesar de ser la cuarta economía de la UE-27 en términos de PIB, seamos la catorceava en términos de PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo, siendo este un 14% inferior a la media del área euro en 2019.
Esta situación es consecuencia de haber primado el gasto público social sobre la inversión, ya que el gasto público mantiene a la parroquia contenta y contribuye a comprar votos. Hecho que pone de manifiesto la miopía política en general de la población, que no contempla las consecuencias a largo plazo de las decisiones tomadas hoy.
Estas políticas de gasto, responsabilidad de los políticos, desconozco si son producto de la ignorancia e incompetencia, o simplemente de que lo que importa son los sillones y no los ciudadanos y la sociedad. Pero esta visión cortoplacista me hace recordar la frase de Churchill: “Un político se transforma en estadista cuando piensa más en la próxima generación que en la próxima elección”.
En cualquier caso, este tipo de políticas forman parte de construir la casa por el tejado. Se prioriza el gasto social sin crear una estructura económica previamente que permita mantener el estado de bienestar que deseamos. Lo que por otra parte en cierto sentido, también supone un acto de insolidaridad intergeneracional, ya que privamos a nuestros hijos de una vida mejor.
Y en esta situación nos hemos encontrado con la COVID-19. Esta desgracia podría ser un revulsivo que, aprovechando las ayudas europeas, nos ayudara a transformar la estructura económica del país.
Sin embargo, las esperanzas son reducidas. Por una parte la experiencia nos muestra como se ha ejecutado entre 2014-2020 solo un 34% de los fondos asignados, lo que denota incapacidad de gestión. Y la segunda parte del problema radica en la asignación de esos fondos, ya que exclusivamente hacer de flotador del tejido industrial actual, sin discriminar los sectores en función de su potencial desarrollo, supone únicamente hacer más de lo mismo, crear empresas zombie que lastrarán la recuperación, y no haber aprovechado la situación para transformar una crisis en una oportunidad.