El desconcierto actual de los Bancos Centrales sobre la política monetaria significa en realidad que la Macroeconomía académica ha fallado rotundamente. Toda la Economía está desorientada - como lo está en realidad están sociedad decadente y sin norte. Desde la total esterilidad de el dogma de Robert Lucas y su Expectativas Racionales, hasta los modelos llamados Neokeynesianos que usan los bancos centrales (que en realidad no tienen nada de keynesianos; yo los llamaría Neofriedmanianos) todo se ha vuelto de una insignificancia absoluta.
Los Bancos centrales, hoy, se están jugando su dorada existencia alcanzada en la década del 1990 y parte del siglo siguiente; digamos hasta 2019. El que asentó la buena cimentación fue, desde 1987, Greenspan, al que aplaudió calurosamente Friedman al final de su vida. Friedman, premio Nobel, fue el primer economista que dio forma, con aciertos y errores, a un teoría monetaria aplicable. Los errores quedaron tapados por su gran capacidad propagandista, de tal modo que con el tiempo, combatiendo a Keynes, se hizo con el monopolio y borró el dominio de que habían gozado los Keynesianos. Friedman comenzó combatiendo la inflación y acabó combatiendo la deflación. En su gran obra, “Historia monetaria de EEUU”, con Ana Swartz, descubrió al mundo que la gran crisis de 1929 fue causada por la Reserva Federal por haber permitido que la oferta monetaria se contrajera brutalmente, en vez de haberla sostenido. Esto era una revolución de las ideas ortodoxas: ¡la FED culpable por no expandir la liquidez!
Dejemos las criticas recibidas - por ejemplo el olvido del papel que jugó el patrón oro al que estaba comprometido EEUU, y cuya defensa forzó inevitablemente la contracción de la oferta monetaria -. Pero en el fondo, Friedman acertó, y fue un aldabonazo a los defensores del Patrón-oro (Hayek y liberales) , que en 1929 apoyaron la contracción y la deflación con la argucia de así caerían las empresas ineficientes, haciendo una “purga” limpiadora muy saludable. Lo que pasó fue que cayeron al hoyo todas, las eficientes como las que no, pues cuando hay falta aguda de liquidez porque la gente atesora dinero (pánico), una empresa sana con problemas de liquidez acaba en una crisis de solvencia: tiene que vender a la baja sus mejores activos y despedir empleados, o cerrar.
La crisis 1929 se acabó en EEUU cuando llegó Roosevelt en 1933 y abandonó el patrón oro, por lo que el dólar cayó más de un 60% y la oferta monetaria se expandió . Inglaterra abandonó el patrón oro en 1931, tras haber entrado en él en 1925 con una paridad absurda: la anterior a la Guerra del 14, creyendo que así recuperaría su poder económico y su credibilidad (ya lo avisó Keynes en 1925, “Consecuencias económicas de Mr. Churchill”).
Con este breve recorrido por la historia, volvamos al presente. Si en 1929 había una total confusión hoy estamos igual o más desconcertados. No sabemos qué hacer con esta inflación, y no sabemos si la acción contractiva de los bancos centrales para pararla no nos brindará una aguda recesión. La guerra es, por su parte, básica por su efecto no sólo en la inflación, también en la incertidumbre y las expectativas que genera.
Si se leen los medios más especializados, o las opiniones de lo más insigne de la profesión, se ve un mar de ideas tan opuestas que se anulan entre sí. Ningún modelo destaca sobre los demás, por lo que los políticos tiran de los modelos que en el pasado aparentaban ser los mejores... Pero las cosas han cambiado. En los años en que funcionaron esos modelos, todavía Occidente parecía ser el modelo y la guía a seguir; habíamos metido a China en la globalización, la cual había sido, a su vez, la fuente de la no inflación, incluso deflación. Pero los bancos centrales se adjudicaban a sí mismos los méritos. Los modelos que manejaban eran suficientes, había una armonía entre la academia y las decisiones de política económica que no dejaba ver más allá, hasta que en 2007 vino la crisis financiera y el derrumbe de muchas instituciones, hasta la caída de Lehman Brothers, que puso en acción q la FED y su presidente, Ben Bernanke. Era tiempo de combatir la insidiosa deflación que se adivinaba.
Lehman cayó, pero la FED paró como pudo otras caídas, y decretó el QE o expansión de la oferta monetaria mediante la expansión de sus activos y, paralelamente, de su pasivo líquido, aprovechando que no había patrón-oro, el dólar era dinero Fiat (un banco central no puede quebrar). La deflación se paró a medias, pero durante una década la economía crecía poco. Mientras, no obstante, los mercados financieros subían en una evidente burbuja, financiándose a tipos de interés cero o negativos. La pandemia se solventó bien, al menos en EEUU... y entonces llegó la inflación y la guerra. Es un nuevo escenario con grande su riesgos al frente antagónicos, haciendo muy difícil diagnosticar y decidir qué hacer.
Un ejemplo del caos que nos cierne es Inglaterra, cuya credibilidad y confianza está hundiendóse a ojos vista, por decisiones políticas que han obligado al banco de Inglaterra a comprar masivamente deuda pública, que es un tiro en el pie contra la lucha contra la inflación. “Desaroi” dirían los franceses. Por cierto, que este país, Francia, también está tocado, pero simula mejor. Estamos en crisis profunda de ideas, y lo peor es que se extiende por todo el globo.