Jugando a las cartas
Imaginemos que estamos echando una partida de cartas con la familia y que nos estamos jugando la calderilla que llevamos en los bolsillos. Supongamos que somos muy malos jugando y que nos quedamos sin dinero para pagar la última ronda, que, como no, acabamos de perder. En ese momento, podríamos escribir en un papel «vale por 20 céntimos de euro», y dárselo a aquel familiar que ganó la última ronda. Si este familiar confía en nosotros, aceptará el papel y lo guardará, para reclamarnos ese dinero en otro momento.
Pensémoslo fríamente: de alguna manera, acabamos de pagar una deuda de juego, con otra deuda que acabamos de generar de la nada (el papel que nos compromete a pagar 20 céntimos). Pues, por tonto que parezca el ejemplo, esto es básicamente lo que hacen los bancos cuando nos otorgan una hipoteca, un préstamo para comprar un coche o para hacer un viaje: generan una deuda llamada depósito a la vista (de pago inmediato, como el vale por 20 céntimos que nos salvó del apuro) y nos la prestan a largo plazo.
Esto nos deja dos conclusiones directas: la primera, es que los depósitos que tenemos en el banco (nuestras cuentas bancarias) no son dinero, sino promesas de que algún día, tan pronto como lo demandemos, se nos dará dinero. La segunda conclusión, es que cuando hacemos transacciones en nuestra cuenta bancaria, lo que se mueve no es dinero, sino deudas del banco, que utilizamos para pagar todo tipo de servicios.
Y es que nuestro vale por 20 céntimos de euro puede tener validez en nuestro entorno familiar, pero no sirve para pagar en el supermercado. Lo que hace tan especiales las promesas del banco, es que son aceptadas de forma generalizada y sirven para realizar prácticamente cualquier transacción.
¿Por qué confiamos en las promesas de los bancos?
Como hemos visto hace un momento, cuando un banco nos otorga una hipoteca o un préstamo al consumo, previamente genera un depósito a la vista que en algún momento tendrá que pagar. Sin embargo, en el momento en el que oficializa el préstamo, el banco no tiene dinero con el que pagar esa deuda: ni ha ahorrado antes de hacernos el préstamo, ni ha pedido prestado a alguien con la voluntad de no requerir el dinero en un tiempo al menos tan prolongado como dure nuestra hipoteca. Simplemente, el banco genera una deuda a la vista, que debe satisfacer tan pronto como se le pida, pero que no tiene capacidad de devolver en el momento presente.
De hecho, los depósitos a la vista son una deuda cierta; es decir, siempre que alguien quiera retirar su depósito el banco tendrá que proporcionarle su dinero, pero el cobro de las hipotecas o de los préstamos que otorga, especialmente de aquellos a más largo plazo, tiene cierto grado de incertidumbre.
Y, sin embargo, cada vez que vamos a un cajero a sacar dinero, los bancos disponen de los billetes suficientes. ¿Cómo es esto posible? La razón es sencilla: tan solo una pequeñísima parte de los depósitos a la vista de los bancos son retirados a diario, y muchas veces para volver a ser ingresados al día siguiente. Es normal, por tanto, que el gran público confíe en las promesas del banco. Al fin y al cabo, todas las veces que un cliente quiere su dinero, lo consigue. Y por esta misma razón, porque los clientes confían en las deudas del banco y como consecuencia no sacan su dinero del mismo, es por lo que los bancos crean más depósitos de los que son capaces de devolver en el presente, pues confían, a su vez, en que sus clientes no irán todos a la vez a recuperar su dinero.
¿Cuándo dejamos de confiar en las promesas de los bancos?
Hemos visto que los bancos tienen deudas a muy corto plazo llamadas depósitos, pero que esto no impide que, en condiciones de estabilidad, puedan hacer frente a los compromisos frente a sus clientes. Sin embargo, la confianza de los clientes en los bancos radica en el hábito, y no en sus fundamentales. Los bancos son gigantes con los pies de barro.
Pensemos, por ejemplo, en un hipotético escenario de crisis. Normalmente, tanto familias como empresas llegan a las crisis endeudados: han comprado bienes de consumo duradero como casas, coches o bienes de capital para la producción, y lo han hecho con el crédito que les han proporcionado los bancos, proveniente de una cantidad creciente de depósitos a la vista.
Las crisis comienzan con pequeñas pérdidas empresariales alrededor de los sectores que producen estos bienes de consumo duradero: empresas de construcción, de maquinaria… Estas pérdidas empresariales hacen que se produzcan los primeros impagos a los bancos, tanto por parte de las empresas como de las familias, que ven como algunos de sus miembros comienzan a perder el empleo.
En ese momento, los impagos en las hipotecas o los empréstitos se traducen automáticamente en pérdidas para el sector bancario. Como consecuencia, los ciudadanos con más conocimiento financiero serán los primeros en darse cuenta de que la solvencia de los bancos ha quedado deteriorada, e irán directos al banco a pedir su dinero.
Al trabajar con coeficientes de caja tan bajos, es decir, al tener tan poca liquidez para devolver una gran cantidad de deudas a corto plazo, estas salidas de dinero, que podríamos llamar extraordinarias, harán que el coeficiente de caja se reduzca drásticamente, empeorando aún más la solvencia de los bancos.
Este círculo vicioso tendrá una irremediable consecuencia: en poco tiempo, serán muchas las personas que vayan al banco a sacar su dinero, provocando una corrida bancaria.
¿Qué puede hacer un banco para intentar devolver sus deudas?
Supongamos que vamos al banco a pedir una hipoteca de 20 años de duración por 200.000 euros. Finalmente, el banco nos la concede, y crea un depósito a la vista por esa cantidad. En el balance del banco figurará dicho depósito en el pasivo y la cédula hipotecaria (el derecho a cobrarnos mensualmente) en su activo.
Imaginemos que pagamos nuestra casa a un promotor que, por simplificar, deposita su dinero en el mismo banco. Pasado un tiempo, la economía empeora y este promotor comienza a tener pérdidas. Para mantener su negocio a flote, se ve obligado a sacar esos 200.000 euros del banco.
¿Qué podría intentar hacer el banco para darle el dinero al promotor?
Por un lado, puede darle el dinero que tenga disponible. Pero si la economía ha empeorado, habrá un número creciente de impagos y muchas personas tendrán el incentivo de sacar su dinero del banco para garantizarse el cobro.
Entonces, si el banco no tiene dinero suficiente, podría vender el derecho de cobro sobre la hipoteca que nos ha dado a nosotros, y con el dinero que saque pagar al promotor. El problema -y esta es la raíz del problema del sistema bancario-, es que ese derecho de cobro no es líquido: si, como es lógico, hay otros bancos vendiendo cédulas hipotecarias para devolver el dinero a los depositantes, el valor de dichas cédulas caerá mucho; si, además, el cobro de dichas cédulas hipotecarias es incierto porque hay pérdidas empresariales y paro creciente, entonces el banco difícilmente podrá obtener 200.000 euros por la cédula que intenta vender.
Es decir, el problema de los bancos es que financian activos ilíquidos con deudas muy líquidas. O, dicho de otra manera, financian con deudas a muy corto plazo y muy seguras, activos que vencen en plazos que se miden por décadas y que no están libres de riesgo.
Solución al problema
Para que un banco pueda devolver con solvencia sus deudas, es necesario que empareje los riesgos y plazos de su activo con los de su pasivo. Esto significa que, si el banco quiere otorgar una hipoteca, deberá financiarse a un plazo al menos tan largo como la duración de la hipoteca.
Por ejemplo, un banco podría pedir prestado a los inversores lanzando un bono al mercado a 30 años, y dar hipotecas a sus clientes de la misma duración. El negocio del banco estaría en el arbitraje entre el interés que le piden los inversores y el interés que le pide el banco a sus clientes. El valor añadido del banco sería evaluar la solvencia de los tomadores de hipotecas; no en vano, casi todo el mundo deposita su dinero en el banco, dotando a los bancos de una información esencial para otorgar préstamos, como pueda ser la regularidad de la renta de sus clientes.
Una forma en la que el banco podría utilizar los depósitos a la vista – aquí el debate está servido- sería para financiar activos cuyo vencimiento sea muy próximo al presente y cuyo cobro sea excepcionalmente seguro. El caso más recurrente sería el descuento de letras de cambio. Este descuento consistiría en adelantar unos pocos días el dinero a un vendedor cuyos productos tienen una demanda estable y predecible, y cuya venta a un tercero ya ha formalizado, aunque esté pendiente del cobro.
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Artículo de David Sánchez Ariznavarreta