Escribía hoy D. Miguel Navascues (aquí) sobre el deslizamiento del gasto público debido a nuestro proceso electoral. Al leer eso del deslizamiento se me ha venido a la cabeza alguna que otra metáfora. Voy con una.
En mi opinión, D. Miguel, este es un síntoma más del "deslizamiento mental patrio" que nos rodea cual negra abrazadera y de manera secular. Cualquiera podría decir que eso se hace en otros países, y que es una institución que se conoce como "ciclo presidencial": ajustar el plan de acción al período de tiempo de la legislatura. Al principio lo imprescindible, lo necesario, lo impopular, etc., etc., etc. para que vaya surtiendo efecto a lo largo del período de gobierno; y con el fin de poder recoger los frutos de las mismas en la parte final de la legislatura, abrir la mano entonces y encarar la reelección en las mejores condiciones. Pero no me voy a quedar ahí.
(Como no tenía posibilidad alguna de gobernar ni jarto de grifa, Zapatero no tenía ni plan, ni políticas, ni equipo para llevarlas a cabo. Sin embargo, llegó un día y de repente se vio sentado al frente del Consejo de Ministros. Sin dos dedos de frente tampoco, siquiera para escuchar a los suyos, le pasó lo único que le podía pasar, lo único que tenía en el menú. La putada fue que era el Presidente).
El asunto es que ahí se acaban las coincidencias de las que echar mano sin que se nos ponga la cara colorada. En mi opinión, el nuestro no es un problema de instituciones, ni jurídicas ni consuetudinarias, ni de nada que se le parezca. Nosotros no tenemos un problema ni de idelogías, ni de teorías económicas, ni de nada que tenga que ver con esas materias -- las cuales, por otra parte, cuando falla lo fundamental se convierten inexorablemente en simples instrumentos de jibarización social y de envilecimiento de masas en manos del iluminado de turno--. Yo creo que el nuestro es un problema previo a las ideologías, previo al pensamiento, y previo, si me apuran, incluso al nacimiento de la palabra. El nuestro es un problema de atavismos. Un problema de atavismos que se traduce en que a lo largo de nuestra existencia común no hemos sido capaces de desarrollar una gota de inteligencia colectiva, una miaja de responsabilidad como modo de vida, o una pequeña ración, aunque fuera mínima, de coraje ciudadano. Y esta carencia radical de fuste colectivo, inherente a españoles viejos, nuevos o mediopensionistas, y que Pérez Reverte achaca de siempre a nuestro "pasapalabra revolucionario en el XVIII", está grabada a sangre y fuego en la idiosincrasia española como hierro de ganadero en trasero terneril.
Es como si, a diferencia de lo que ocurre en los países centrales de Europa, donde tras cada estampida histórica la polvareda comienza a elevarse, el aire se va limpiando poco a poco y finalmente el horizonte, aunque a lo lejos, comienza a estar a la vista de todos, aquí en España los procesos históricos, entendidos estos como períodos de gestación de un nuevo ser, hubieran perdido su naturaleza finita, y en consecuencia los españoles estuviéramos abocados como nación a vivir para siempre en la Edad Media.
(Al hilo de esto de andar perdido, procesos vitales, infancias y cárceles se me viene ahora a la cabeza una escena de "Toma el dinero y corre". Es esa en la que el psicólogo de la prisión recibe por primera vez a aquel particular enemigo público número uno al que daba vida Woody Allen: "No, mi padre solo me pegó una vez: empezó el doce de marzo de mil novecientos treinta y dos, y terminó el...").
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