La edad solo es un número. Por más trascendencia que pueda tener, no debería ser la única variable que tenga presente al decidir su asignación de activos de inversión. Dado que esta es la combinación de títulos de renta variable, renta fija, activos monetarios y otros que conformarán su cartera de inversiones, su relevancia es indudable. Las gestoras de inversión, los profesionales financieros y los particulares pueden afrontarla valiéndose de diferentes maneras: un método conocido se basa en la edad. Algunos le sugerirían que restara su edad actual a otro número –por ejemplo, 100– para determinar qué porcentaje de la cartera debe reservar a acciones. Incluso podrían llegar a atreverse a afirmar que una persona de 65 años debe tener una cantidad de acciones determinada, una de 75 años otra, y así sucesivamente.
No creemos, con todo, que esas simples recetas universales guarden sintonía con sus objetivos de inversión. A los profesionales financieros les resulta más fácil fundamentar su asesoramiento en una única variable. Pero ¿es la manera correcta de hacerlo? ¿El «cuanto más fácil, mejor» es lo que necesita para abordar sus inversiones de cara a la jubilación? Pensemos en dos individuos de idéntica edad que hayan ahorrado el mismo dinero para la jubilación.
Juan y Roberto tienen 65 años y sus carteras tienen el mismo tamaño. Juan es viudo y tiene un hijo treintañero que ha conseguido ser independiente económicamente, conque actualmente no requiere de ninguna ayuda de su padre, ni espera hacerlo en el futuro. Los padres de Juan fallecieron siendo septuagenarios y el propio Juan ya ha sufrido dos ataques al corazón. Necesita el dinero como principal fuente de ingresos durante la jubilación, si bien no ha previsto dejar apenas ninguna cantidad.
Roberto está casado con una mujer 10 años más joven que él. Tienen dos hijos que, ocasionalmente, reciben ayuda económica de Roberto. Dispone de varias rentas aparte de la cartera de inversiones, de la que espera vivir durante la jubilación. Sus padres pasaron de los 90 y él no ha padecido ninguna enfermedad seria. A Roberto le gustaría que sus activos financieros contribuyeran a mantener a la pareja, a su esposa cuando él no esté y a sus hijos también si hiciera falta.
Ambos inversores tienen la misma edad y los mismos ahorros para la jubilación, a pesar de lo cual se encuentran en situaciones muy diferentes. ¿Tiene sentido que Juan y Roberto posean la misma cartera de inversiones? En cada caso el dinero ha de atender a exigencias diferentes: su esperanza de vida, su situación familiar y sus objetivos financieros no coinciden, pero en general las dos circunstancias son habituales. Mucha gente puede identificarse con Juan o Roberto, un poco con los dos o quizás incluso su situación personal sea única. Por consiguiente, ¿por qué la edad debería ser el aspecto decisivo? No puede obviarse como un factor más, cierto, pero consideramos que ni es el único ni el más importante.
Entonces, ¿cómo perfeccionamos nuestra elección? A nuestro modo de ver, debería mantener un punto de vista más integral al seleccionar la asignación de activos. Valore qué es lo que demandará a su cartera cuando esté jubilado. Tres cuestiones que debe incorporar al análisis son el horizonte temporal de inversión, las expectativas de rentabilidad y los requerimientos de flujos de efectivo.
El horizonte temporal de inversión es el tiempo que necesita que sus activos «rindan». Para muchos, erróneamente, este responde a la edad. Pero no es así, ni siquiera con su edad de jubilación estimada, sino con el tiempo que necesitará que el dinero le mantenga a usted y, tal vez, a un cónyuge u otra persona que le sobreviva. Su edad actual es relevante, si bien ha de considerar su esperanza de vida en función de su estado de salud, la longevidad de sus padres y no olvidarse de que los avances médicos podrían permitirle vivir más años. Si su pareja u otras personas son más jóvenes, también deberá calcular cuánto tiempo dependerán de la cartera. ¡Su horizonte de inversión puede ser de 5, 10, 20, 30 o incluso más años! Es ineludible que lo evalúe.
La rentabilidad esperada también se relaciona con sus coyunturas personales. Algunos inversores ansían una verdadera preservación del capital, es decir, conservar los activos y no arriesgar nada, incluso a costa de renunciar a la revalorización que igualaría a la inflación o que satisfaría sus necesidades a largo plazo. Lo cierto es que muchos dependen de cierto crecimiento, ya sea con vistas a obtener un flujo de efectivo más adelante, para hacer frente al aumento de los gastos con el tiempo o quizás para llegar hasta una cifra que deseen legar a sus herederos o a una entidad benéfica. ¿Cuánto deberán revalorizarse sus inversiones? Piense en el crecimiento que su cartera puede requerir para satisfacer sus necesidades.
Por último, los reembolsos de efectivo no son un tema baladí. ¿Utilizará las inversiones para cubrir sus gastos cotidianos? ¡La mayoría de los jubilados lo hacen! ¿Qué importes cree que deberá financiar mediante la cartera? Quizás solo pretenda que sea un complemento a otros ingresos. En todo caso, es importante que también lo analice.
Si ha tomado en cuenta las consideraciones anteriores, se habrá hecho una mejor idea de lo que debe pedirle a su cartera y cómo repartir sus activos en función de ello. Resulta crucial, ya que, si se equivoca, puede tener repercusiones que más tarde sea complicado o imposible corregir. Por más decisiva que sea la edad en su horizonte temporal de inversión, no olvide que no deja de ser una pieza más del rompecabezas.
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