“Lo que es bueno para la General Motors, es bueno para los Estados Unidos, y viceversa”. Estas palabras fueron pronunciadas en 1955 por Charles E. Wilson, presidente de una de las efigies del capitalismo americano. Tras ser nombrado en 1953 Secretario de Defensa de los EEUU por el presidente Eisenhower y, lejos de renunciar a sus loables ambiciones empresariales, continuó mando en plaza al frente del gigante de la automoción y la logística. En agradecimiento a sus denodados esfuerzos por el infatigable apoyo prestados al ejército de los Estados Unidos, fue condecorado con la Medalla al Mérito Civil algunos años previos.
Eran tiempos del Rockabilly, del apremiante florecimiento de las clases medias americanas y del revisionismo moderado de la Doctrina Monroe: “América para los americanos”. Como la Historia y la Economía son disciplinas de cómplice retroalimentación: cíclica la primera, praxeológica la segunda, asistimos muchos con la indolente sensación de haber visto ya esta película.
El contemporáneo enrocarse en la doctrina Monroe parece resultar un pilar maestro de la próxima y furibundamente vilipendiada Administración Trump. La soberbia que transpiramos en Europa cada vez que miramos al horizonte donde acaba el charco nos lleva a la necedad, sobre todo la de las minorías estultas que con altanería miran desde una pútrida atalaya a la democracia más longeva de la historia y primera potencia mundial.
Tímidamente despejado el barullo mediático de las Elecciones Presidenciales en los Iueséi, la realidad es que tampoco hay para tanto. Al margen de diatribas de carácter sexista, mucho ruido de martillos neumáticos cimentando el muro con México y que la firma de Cupertino vuelva a morder sus manzanas en suelo yanqui, poquito sabemos de un programa huérfano de concreción.
Rebajas fiscales, dejando un tipo marginal único del 15% en el Impuesto de Sociedads, derogación expedita del “Obama Care” (seguramente la mayor estupidez de los demócratas) y proteccionismo de entidades y monopolios locales son el pobre detritus que hasta ahora deja el multimillonario neoyorkino que hasta el año 87 y durante 2001 y 2009 militó en las filas del Partido Demócrata; tiene guasa la cosa.
Además de su remisa y afrodisíaca esposa, que tendrá que graparse las comisuras de la boca a los lóbulos auriculares cuando vengan mal dadas, Mr. President no lo va a tener nada sencillo. Un gran equipo de técnicos y gestores serán la guardia armada del señor pico de plátano. Pero lo que de verdad mola es que una parte considerable de su propio partido no puede verlo ni en pintura: liberales, conservadores, tea party, Unión Demócrata Cristiana, etc.
La síntesis es que no podrá hacer lo que le plazca. Con una agenda política donde el denominador común es la incertidumbre, la recuperación de confianza en política exterior y la ya desabrida legislación migratoria, Donald tiene al enemigo en casa. Olvídense de que tiene mayoría en el Senado, en la Cámara de Representantes y en la Corte Suprema. El hombre más poderoso del mundo libre no puede, ni tan siquiera en su macrocefalia más extrema, pastorear la existencia vital de 320 millones de personas.
No te lo van a permitir Trump. O te portas bien, o te van inflar a collejas.
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