Argumentaba en mi anterior artículo “precios de la vivienda y política monetaria: una relación perfecta”, la correlación perfecta entre la política monetaria y la creación de burbujas en determinado tipo de activos y me paraba a analizar más en profundidad las burbujas que se están creando actualmente en varios países del mundo.
Finalmente indicaba que, por propia definición, toda burbuja termina explotando o al menos desinflándose, y que cuando más alto sea el nivel de precios alcanzado en el mercado afectado por ese fenómeno, desde más alto se caerá. Dependiendo de las políticas de “freno” que establezcan los gobiernos, más prolongado será el ajuste. En este caso, sólo tenemos que ver lo poco que hicieron los sucesivos gobiernos españoles para frenar la creación de burbujas, luego la total apatía en formular soluciones a la crisis, y posteriormente el establecimiento de algunas medidas que en lugar de ayudar a la economía real, sólo ayudaban a la mejora de los balances bancarios, frenando el ajuste de precios. De esta manera hemos llegado a tener un 27% desempleo.
Los sucesivos “Quantitative Easing” en EE.UU. y en otros países con denominaciones más o menos sofisticadas han inundado el mercado de liquidez, sin que nuestro sistema financiero, ni nuestros gobiernos, hayan sido capaces de hacerla circular hacia la economía productiva, creadora de puestos de trabajo y riqueza real. Esa liquidez se ha ido en su inmensa mayoría a operaciones de tipo financiero, muchas veces a la denominada banca en la sombra, muy poco regulada, principalmente por su imposibilidad.
Los diferentes gobiernos, con la profunda crisis económica, especialmente en ciertos países occidentales, decidieron orientar sus recetas hacia la política monetaria, y más concretamente dotando a nuestro sistema financiero de una enorme facilidad de conseguir recursos prácticamente sin límites. Se trata de salvar al sistema financiero de la quiebra, dada su importancia para el resto de sectores, y posiblemente por motivos que ningún gobierno va a reconocer jamás, especialmente en democracias obsoletas.
Pero los tipos de interés extremadamente reducidos como los actuales, no sólo no conllevan un incremento del entusiasmo por conseguir financiación adicional a nuevos proyectos, sino que incluso la banca ve más interesante dejarlos depositados en los bancos centrales con unas rentabilidades positivas, aún siendo reducidas, que prestar a proyectos, cuyas rentabilidades y riesgos son incapaces de valorar en un entorno económico complejo, especialmente en el europeo.
Mientras tanto, a nadie le cabe duda que los tipos de interés deben regresar a tasas “normales”, niveles similares a la etapa pre-crisis. Los expertos en la materia no son capaces de ponerse de acuerdo en cómo hacerlo y especialmente cuándo y a qué ritmo. No podemos olvidar que la economía sigue débil, con altas tasas de desempleo, especialmente en Europa, y que se están formando burbujas en diversas partes del mundo, como ya he comendado en otros artículos. Por una parte, es conveniente la subida de tipos para contener las burbujas incipientes, pero por otro se teme que se estrangule a la economía definitivamente.
El problema es que si las escasas políticas de control sobre el sistema financiero establecidas después del estallido de esta crisis no llegan a funcionar, hay que tirar del control de los tipos de interés que deberán cumplir con dos objetivos que aparentemente podrían parecer opuestos, que son conseguir la estabilidad financiera al mismo tiempo que permita la recuperación económica. Si los responsables en tomar estas decisiones, empiezan a incrementar los tipos a una velocidad demasiado lenta con el fin de no perjudicar la recuperación económica, se arriesgan a que las burbujas que se están creando, lo sigan haciendo, con una repercusión nefasta sobre una economía enferma, conduciendo a una recesión económica, crisis financiera, etc. mientras que si son demasiado rápido en este ajuste, perjudicará directamente a dicha recuperación.
Sin duda, una tesitura muy compleja.