Cuando compramos una acción, no adquirimos una abstracción ni un número, sino una participación real en la propiedad de un negocio concreto y tangible. Un negocio es un proyecto empresarial concebido a largo plazo, vivo y flexible, que ofrece unos bienes o servicios que la sociedad valora. Como propietarios del negocio, participamos en los beneficios derivados de esa valoración, que es variable. Si el negocio es bueno porque ofrece un bien o servicio muy valorado por la sociedad, difícil de copiar por otros y bien dirigido, los beneficios serán perdurables. Nuestros ahorros invertidos a largo plazo en acciones dependerán, pues, en este caso, de la calidad del negocio elegido y de las personas que lo dirigen.
Frente a esa opción, están los activos monetarios que emiten los gobiernos o entidades para financiar las inversiones del estado o la compañía con la promesa de una rentabilidad determinada. Nuestros ahorros, en este caso, dependerán de gobernantes que trabajan con un horizonte temporal marcado por períodos electorales y que respaldan su promesa con una moneda sujeta a inflación.
El pasado es la única referencia para tratar de anticipar en alguna medida el futuro. Y la realidad es que las acciones, con su volatilidad ineludible en el corto plazo, han sido históricamente el activo más rentable y seguro a largo plazo, con una diferencia sustancial. 1$ de 1802 invertido en acciones serían 704.997$ de 2012. 1$ invertido en bonos, serían 1.778$. 1$ invertido en oro, material habitual de refugio, serían 4.52$. 1$ guardado en casa se habría convertido en 5 céntimos de poder adquisitivo.
La creación incesante de negocio y el intercambio ilimitado de bienes y conocimiento ha producido un crecimiento económico mundial continuo. Invertir en acciones a largo plazo es, en definitiva, invertir en algo seguro: el afán constante e inacabable de mejora del ser humano.