Habiendo escrito sobre este asunto en varias ocasiones desde hace años (sólo este año, en enero, febrero y marzo), aunque el primero que recuerdo fue en enero de 2012, con el sugerente título (ésa era mi intención) de “La desaparición de la clase media”, no deja de ser menos preocupante que la tendencia que vislumbré antes de esas fechas, no sólo no se aminora sino que parece que el fenómeno se agranda cada año que pasa.
Declaraba en todos ellos que no se trata de una cuestión meramente social (que también lo es), sino que lo más preocupante para el sistema es que la regla por el que se sostiene es que, hasta ahora, ha sido capaz de crear la demanda necesaria para consumir lo que producía. Roto este enlace, el sistema capitalista entraría en barrena, tal como pronosticó, sí, Carlos Marx en El Capital.
Para las personas interesadas en estos asuntos, les sugiero leer, además del artículo enlazado más arriba, también “Crisis por ineficiente distribución de la renta”, “Relación entre distribución de la renta y generación de cris económicas”, “La realidad que nos avergüenza”, “Crece la desigualdad en la Unión Europea. Coeficiente de Gini y presión fiscal”. Con estas lecturas se entenderá mucho mejor el presente artículo, que es una confirmación de que las cosas han empeorado y que parece que lo seguirá haciendo en un futuro.
Efectivamente, no se trata sólo de una preocupación social, que también, sino un problema que afecta a la raíz del propio sistema. Una economía que no genere su propia demanda, tiene los días contados por exceso de capacidad productiva. Todo lo que se pueda argumentar sobre esta cuestión, sólo son ideas complementarias del problema central, que es justo el que he enunciado.
Siendo cierto que el sistema económico acelera estas desigualdades, no es menos cierto que éste no tiene mecanismos que lo autorregulen. El fenómeno se sigue acentuando y a fecha de hoy, el 0,1% de la población norteamericana acapara más riqueza que antes de la Gran Depresión, factor considerado como uno de los acicates que coadyuvaron a la misma.
Por norma general, tal como se aprecia en el siguiente gráfico, en Estados Unidos (y por extensión a prácticamente todos los países desarrollados) se produjo un acortamiento de las distancias después de la Gran Depresión, produciéndose un acercamiento más pronunciado a partir de la II Guerra Mundial y hasta finales de los años 70. “Motivos, como la liberalización de una buena parte de la economía, la desregulación de los mercados financieros, la eliminación de fronteras para el movimiento de capitales, la permanencia y/o ampliación de los paraísos fiscales, la menor amenaza de la guerra fría,… y otros elementos, han producido que en las últimas décadas, (…), la distribución de la renta sea cada vez más desigual.”
“La concentración excesiva de la renta en una pocas manos no hace que se incremente el consumo, ni siquiera la inversión. El consumo individual tiene sus límites y la inversión se ha demostrado que va en buena parte, no a la economía real productiva, sino a la economía especulativa.
¿Qué ocurrió en 1975? Según (el economista) Robert B. Reich, alrededor de esa fecha se produjo dos hechos relevantes desde el punto de vista de la sincronización de la renta real respecto a la productividad: la disminución de la tensión de la Guerra Fría y la instauración paulatina de la creencia de que una reducción de los tipos impositivos en las clases de mayores ingresos generaría un incremento de las inversiones, del crecimiento económico y del bienestar de la sociedad. Esa falsa creencia perdura aún y forma parte del ideario de una buena parte de la clase política de los países desarrollados.”
Tal como indica Emmanuel Saez, profesor de la Universidad de Berkeley in California y reputado economista, la desigualdad creciente hasta la década de los 90 no se percibía como un problema debido a las altas tasas de crecimiento de la economía. Añadiría yo que, debido a la reducción de ese potencial de crecimiento, el consumo siguió creciendo durante una década más debido al endeudamiento creciente y masivo de las familias, empresas y gobiernos. Pero, como es lógico, y todo el mundo sabe, el endeudamiento infinito no es posible.
El final de ese período de creciente endeudamiento terminó abruptamente en el 2007, como todos sabemos, y las consecuencias del mismo las estamos padeciendo aún.
Tal como indica este autor, junto al conocido profesor Thomas Piketty, la tendencia a la desigualdad sigue creciendo, apreciando que durante los años 2000 a 2007 los ingresos de la parte inferior del 90% de los asalariados aumentaron un 4%, mientras que los del 0,1% más rico fue del 94%, en términos reales, una vez ajustados los efectos de la inflación.
Sin embargo, esa tendencia fue interrumpida como consecuencia de la recesión, especialmente por la depreciación de los valores de las acciones en manos de los más ricos. No obstante, la participación en el ingreso del 1% se ha recuperado desde entonces. Los datos que esos dos economistas publicaron en Marzo mostraron que el 1% de los más ricos tenían prácticamente sus ingresos idénticos sólo un año más tarde el comienzo de la recesión.
Tal como he indicado en repetidas ocasiones, no se trata sólo de una cuestión de equidad social, sino que el ensanchamiento de esas diferencias en la obtención de riqueza produce una demanda a todas luces insuficiente para absorber nuestra creciente capacidad productiva, y con ello, nos acercamos cada vez más al nivel en que el sistema económico se desmorone. En ese momento, no sólo es que la clase media haya desaparecido por completo desde tiempo atrás, sino que el sistema económico tal como lo conocemos habrá terminado.
Por supuesto, el mundo no se va a acabar. Si no ponemos remedio a lo que está ocurriendo, otro nuevo sistema económico tendrá lugar, sin que podamos saber en estos momentos a qué nos estamos refiriendo exactamente.