¿Realmente son seguros los bonos de los gobiernos?

26 de mayo, 2015 0
Dickson Buchanan Jr. es Director de Desarrollo Internacional y Asesor Principal en Euro Pacific Precious Metals, una empresa del reconocido autor... [+ info]
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Una de las ironías más llamativas de nuestra economía moderna es que los bonos del gobierno son considerados inversiones en terreno seguro, mientras el oro es una “reliquia de bárbaros” que debe ser evitada a cualquier costo. Desde el colapso financiero de 2008, el mercado de bonos ha tenido una buena racha. Esto sólo ha servido para reforzar la noción tradicional de que los bonos de Gobiernos son “seguros”.

Mientras tanto, los medios financieros sostienen que el oro ya no es relevante para los inversionistas actuales. Convenientemente ignoran el hecho de que el oro ha sido terreno seguro por miles de años, mientras que el papel moneda del Gobierno sólo ha existido por un puñado de décadas.

Sin embargo, los bonos del gobierno quedan cortos a los objetivos de inversión tradicionales. Un vistazo a la historia de los bonos emitidos por el gobierno en el siglo 20 revela un desempeño terrible. Al aplicar este conocimiento histórico a nuestro clima económico actual, los bonos no tienen posibilidad alguna comparados con el lingote de oro ya probado por el tiempo.

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Los bonos de Gobierno –una trayectoria abismal

Al realizar cualquier tipo de inversión –ya sea en bonos del gobierno, bienes raíces u oro – un inversionista prudente tiene como objetivo no sólo ganar intereses sobre el capital, sino también obtener la totalidad del capital de vuelta. Esto es de “Inversión 101″. De hecho, con inversiones en terreno seguro, la preservación del capital es el objetivo primordial y cualquier ganancia adicional es simplemente un condimento. Así que una manera obvia de juzgar la efectividad de un activo que supone estar en terreno seguro, sería observar qué tan bien preservó las inversiones de capital en el pasado.

Cuando se trata de pagar el capital de su deuda, los gobiernos tienen una fea –y larga– historia. Hoy subrayaré sólo ese periodo en la historia que más se parece a nuestra “Gran Recesión” actual –la Gran Depresión que siguió a la Primera Guerra Mundial.

La Liga de las Naciones –la precursora de nuestras modernas Naciones Unidas– emitió un reporte mostrando 62 estados soberanos que habían prestado un total de $149 mil millones por el año 1936. Para finales de ese año, 27 de los 62 gobiernos estaban en mora tanto en el interés como en el capital de esos préstamos. Esa es una tasa de fracaso de más de 40%.

¿Quién en su sano juicio prestaría dinero a alguien que sólo se compromete a pagar una fracción del capital?

Si observan sólo los préstamos que los Estados Unidos hicieron a otras naciones, la tasa de morosidad empeora. De 40 estados soberanos a los que el gobierno americano emitió préstamos después de la Primera Guerra Mundial, 23 fallaron a las obligaciones de su deuda. ¡Eso es cerca del 60% de tasa de morosidad! Si ustedes hubieran estado vivos en aquel entonces, sus probabilidades de volver a ver si quiera un poco de su capital en la deuda del Gobierno eran menores que lanzando una moneda al aire. Me pregunto en qué categoría cae eso en las evaluaciones de Moody’s o Standard & Poors.

El país más notable al momento de fallar a sus obligaciones fue Gran Bretaña. Su moneda, la libra esterlina, era la moneda de reserva mundial. La inhabilidad de Gran Bretaña para pagar sus deudas en su totalidad después de la Primera Guerra Mundial fue una precursora de la pérdida del papel privilegiado de la libra.

Para ser justos, los Gobiernos tienen un registro casi perfecto en lo que se refiere a pagar el interés de sus deudas. Pero esto nos regresa a la noción primera de usar terrenos seguros para la preservación del capital. ¿Quién en su sano juicio prestaría dinero a alguien que sólo se compromete a pagar una fracción del capital? Eso no es prestar, es caridad.

¿Estamos más seguros hoy?

Regresemos a la actualidad. El Gobierno de Estados Unidos ha pedido más préstamos que nunca, con más de US$17 billones en deuda. En consecuencia, el balance de la Reserva Federal se ha disparado a la cifra sin precedentes de casi $4,5 billones. De ese monto, alrededor de $2.5 billones están en las notas del Tesoro del Gobierno, mientras 1.7 billones están en seguros respaldados por hipotecas.

Esto representa un enorme riesgo sistémico para la liquidez de todo el sistema financiero. El Gobierno carece tanto de recursos como de voluntad para pagar esta deuda. Como acabamos de ver, la Historia muestra que esta carencia de voluntad es la regla, no la excepción. Esto resulta cierto incluso si tu moneda es la moneda de la reserva mundial, como fue el caso de Gran Bretaña.

La posición actual de los Estados Unidos no es muy distinta. Del mismo modo en que Gran Bretaña entró en la Segunda Guerra Mundial en una situación económica vulnerable, los Estados Unidos se están preparando para una nueva y costosa ofensiva (ya no utilizan la palabra guerra) en Irak. La Segunda Guerra Mundial puso el último clavo en el ataúd de la libra esterlina, y tal vez la aventura militar del Gobierno de los Estados Unidos en el Medio Oriente hará lo mismo con el dólar.

Los números no mienten y las conclusiones son obvias. Cuando se trata de recibir realmente el capital entero del préstamo propio, la deuda pública es una de las inversiones más especulativas que un individuo puede hacer.

Bienvenidos al manicomio monetario

Hoy vivimos en un manicomio monetario erigido por nuestros bancos centrales. La distorsión y la irregularidad prevalecen, no la claridad y la estabilidad. En lugar de inversionistas privados que busquen oportunidades de beneficio donde todos ganen en un mercado libre para el dinero y el crédito, tenemos bancos centrales usando “orientación de avanzada” para dictar hacia dónde debería fluir el capital. El mercado de bonos actual y el gigantesco balance de la Reserva Federal son un resultado directo de su intervención.

Casi todos los bonos de Gobiernos se compran en base a la especulación de la tasa, y rara vez se mantienen hasta su vencimiento. ¿Qué significa eso? Estos bonos se negocian sin prestar atención a si verán o no un centavo pagado en capital. El mercado de bonos se basa, casi por completo, en hacer dinero en base a los cambios en la tasa de interés.

Entendamos esto

En cualquier otro mercado, el prestamista se preocupa por si los intereses y el capital serán remunerados en su totalidad. El prestamista no se desprendería de sus fondos si el reembolso del capital no fuera garantizado.

Este no es el caso con el Gobierno. El Gobierno puede pedir préstamos como ningún otro. Mantiene la ilusión de solvencia al pagar tan sólo el interés y extenderse sobre las obligaciones de su deuda antigua mediante la emisión de nueva deuda como reemplazo. Esto significa que el carrusel de la deuda sigue girando pero nunca se paga nada. Esto es más que suficiente para hacer que la cabeza de cualquier gerente de crédito comience a dar vueltas. El caso reciente de Argentina pone el caso más claro que cualquier otro.

La deuda pública simplemente no es un juego seguro en los mercados actuales. Es o especulativa o suicida. En cambio, acerca del oro no hay especulación alguna. El valor del metal amarillo ha permanecido relativamente estable por miles de años sin la promesa del Gobierno. El oro no es una “reliquia bárbara” –es nuestra salvación financiera.

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