- Me sorprende que no se haya insistido más en los paralelismos apreciables entre la llegada de Trump y la Reagan, hace ya treinta y seis años. No son personajes idénticos, pero como Trump, Reagan fue calificado en la prensa "seria" poco menos que el personaje de un cómic, que apenas había leído unas páginas del "Reader Digest".
Así se refleja en el libro biográfico de Alan Greenspan, que antes de la llegada de Reagan a La Casa Blanca había llegado a su máxima cumbre de influencia y autoridad, hasta el punto que el presidente Ford no tomaba una decisión sin contar con su aprobación. Nada menos que Henry Kissinger tuvo que replegar velas en uno de sus proyectos ante la reticencia de Greenspan. Se le conocía por "El Hombre que sabe" o The Man who Knows, (título del libro de Sebastián Malaby, altamente recomendable ) cuya opinión era la más valorada. Y es que no en balde había vencido incluso a Friedman en un debate sobre la inflación.
Reagan no era Trump, ni este es un seguidor de aquel. Pero el libro, tal como lo describe, hace imposible no ver esos paralelismos, que obviamente no ocultan las diferencias de carácter de ambos; estoy hablando sobre todo de la sorpresa inicial ante sus apariciones, el total desprecio hacia sus capacidades intelectuales, es decir, a cómo los medios los veían, aunque la gente les votó. Extraigo el siguiente párrafo sobre la visión de Greenspan sobre Reagan cuando todavía era un candidato a presentarse a las primarias, y estaba obsesionado con el patrón oro, para reimplantar el cual buscó la complicidad de Friedman y luego de Greenspan, encontrando una frialdad que no se esperaba. Reagan creía en una América renovada, prístina, puritana y sencilla, lectora de la Biblia, por supuesto creacionista (anti Darwin), en la que bastaba que el oro circulara en monedas para que la economía fuera sobre ruedas. En el párrafo se aprecia la simplicidad mental de Reagan,
He [Greenspan] had planted one foot in the Reagan camp with the help of Martin Anderson, but by January 1980, Reagan’s emerging stance on economics was a bad caricature of Greenspan’s. Greenspan had long favored tough monetary policy, but Reagan’s belief in gold was simpleminded, as Greenspan had tried to tell him. Greenspan had long favored tax cuts, but Reagan embraced these naïvely—without any of the spending cuts that would make them affordable. From Greenspan’s perspective, Reagan was congenial in his small-government instincts, but alarming when it came to policy detail; and on social issues he was anathema. In the words of David Stockman, a brilliant young congressman and Greenspan protégé, Reagan stood for “the anti–gun control nuts, the Bible-thumping creationists, the anti-Communist witch-hunters, and the small-minded Hollywood millionaires to whom ‘supply side’ meant one more Mercedes.”
Aunque luego demostró que sabía escuchar y era dúctil ante la opinión ponderada de los demás.
¿Será Trump un nuevo Reagan, o una cómica imitación de éste? Recordemos lo que decía Karl Marx de la historia: lo que una vez fue una tragedia, luego se repite como una tragicomedia.