El independentismo catalán se rindió el 27 de octubre después de declarar unilateralmente la independencia. No hubo celebración. No había plan.
Escribió el periodista Oriol March en su libro 'Los entresijos del procés' (Catarata) que Carles Puigdemont intentó disuadir a los suyos: ‘Para que se entienda: no tenemos nada. No tenemos estructuras de Estado, no tenemos a los Mossos, no tenemos ningún fondo económico, no tenemos ningún mediador internacional’. Ni aún así; la mística procesista, la atracción por el abismo y la ‘virtuosa’ indolencia Marianista, que vio el farol, hicieron el resto.
El desenlace es por todos conocido. Objetivamente, las consecuencias de esta decisión ingenua y ‘simbólica’ han sido nefastas para los intereses del secesionismo catalán. O no.
La aplicación del artículo 155 fue marianil: indignó, por razones opuestas, a casi todos. El gobierno español intentó legitimar la deposición de un gobierno elegido democráticamente, que desafió y burló al Estado poniendo urnas de plástico compradas en China, con la convocatoria inmediata de elecciones; esta vez, con las urnas ‘de sempre’.
Mariano, como de costumbre, tuvo muchas dudas. ‘Había que cargarse de razones’, le dijo a Carlos Alsina. Legitimismo galaico.
El avispero no fue tal. El Estado tomó el control en veinte minutos sin rastro de oposición. Unos pocos huyeron despavoridos, pero plenos de dignidad. Tiempo atrás, Artur Mas justificó su conversión aduciendo que se trataba de un movimiento de ‘abajo hacia arriba’. No apareció nadie. Alguien de los de arriba debió tocar la corneta.
El presidente español detesta decidir. Judicializó el ‘procés’ y política perdió el control: mig govern a presó, preventiva y sin fianza. Los fugitivos en el ‘exilio’, al amparo del la justicia del Estado compuesto belga, socio de España, que arrogante, duda de la justicia española y sus garantías. También pondrán en cuestión el principio de confianza mutua Alemania y Escocia.
Hace más de 18 años que el voto nacionalista, ahora independentista, obtiene aproximadamente el 48% del voto efectivo (https://politica.elpais.com/po...). El 21 D no fue diferente.
Puigdemont, en el ‘exilio’, jugó la baza del legitimismo y le salió bien: contra pronóstico le come la tostada a ERC por unas decenas de miles de votos.
El PP, en palabras de Pilar Rahola, quedó ‘en el culo del Parlamento y no son más que cuatro gatos en Catalunya’. Varapalo para la estrategia de Rajoy. O no.
Ciutadans, con una candidata joven y brillante, de origen andaluz, con un nivel notable de catalán , y castellano hablante sin complejos, es la fuerza más votada del país. La mayoría independentista en escaños disimula la humillación de la derrota.
Se rompen las costuras. Los ‘consensos’ pujolianos; la escola catalana, la TV3…se ponen abiertamente en cuestión. Los unilateralistas todavía no entienden como la mitad de la población, que inexplicablemente no sienten la pulsión nacional ni la sacrosanta necesidad de utilizar el catalán, dudan ahora de ‘consensos’ trabajados con esfuerzo durante 30 años de apabullante dominio institucional nacionalista.
Pocas propuestas, poca política; pero muchas emociones. Puigdemont, que adelantó a la Esquerra en la última curva, adquiere un poder omnímodo. Se la tiene jurada a los republicanos, en especial a la prófuga Marta Rovira, que entre sollozos lo chantajeó emocionalmente para declarar la República de Freedonia: ‘No le podemos hacer esto a la gente’. El ex president ya había cobrado las ‘155 monedas de plata’. Pero in extremis, viró. Después se fue a Girona: 'No estaba muerto leré, estaba tomando cañas' .
Lo que ningún político de élite del govern jamás había podido imaginar fue la reacción del 'autoritario' Estado español. Hasta el momento todo había transcurrido como la seda. Lo normal cuando un Estado pierde el control de una parte de su territorio.
Al president le gustaba fotografiarse con las resoluciones del Tribunal Constitucional y subirlo a las redes sociales: ‘ni un pas enrere, seguim’. Después de cuarenta años de dominio absoluto poder institucional y 'tanta gent al carrer'…Carles se creía inmune.
Seis meses después de enredos, victimismo, regodeo en la melancolía y superioridad moral; el caudillo ungió al vicario. Un sectario xenófobo. Un candidato inaceptable en cualquier democracia moderna. Y lo saben, diría el Julio Iglesias del whastapp.
Elegir la estrategia política, como todo en la vida, tiene coste de oportunidad: Puigdemont pudo optar por Elsa Artadi, pero temió que lo apuñalara como él hizo con más. Nadie como él conoce las irresistibles mieles del poder. Tuvo que elegir entre decencia democrática o el seguidismo acrítico que sólo un integrista puede proveer. Prefirió garantías para sí mismo y asumir la demolición del activo más eficaz del independentismo: el relato. Resulta que al lacayo del líder de la revolución de las sonrisas, que puso las urnas para traer la libertad al 'pueblo catalán oprimido', considera que sus compatriotas que hablan castellano son ‘unas bestias carroñeras que tienen un bache genético’. Consideraciones propias del abyecto leninismo. Ni el nacionalismo español más rancio y reaccionario tendría la desfachatez de presentar un presidenciable con este bagaje.
La acción del Estado está siendo implacable. Cualquier rectificación sería un acto de traición. Llarena cohesiona al soberanismo deshilachado. En este contexto, los diputados de esquerras, ¡sí, los progresistas!; también los radicales y anticapitalistas, guardianes del tarro de las esencias (sito en Suiza y custodiado por Anna Gabriel) y poseedores del patrimonio de los buenos sentimientos; silentes y sumisos acatan el trágala del líder mesiánico.
Muchos creyeron en un nacionalismo moderno, abierto, tolerante e integrador. Y haber-lo hay-lo o había-lo. ¿Qué hay más digno que los políticos separatistas que por sus ideas y por la ‘libertad de un pueblo’ están dispuestos a perder su patrimonio e ir a la cárcel? Suponiendo que querer imponer unilateralmente tu proyecto a la mitad de tus conciudadanos no sea totalitario sino la lucha por la libertad de un ‘sol poble’, cada día vemos centenares de discriminaciones, injusticias, y miserias atroces por las que ningún político pone nada en riesgo. ¿Qué encomendación divina recibe quién abraza la llamada de ‘terra’? ‘Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé !’
Torra es un subproducto de lo peor de la política catalana, del sentimiento de superioridad y la deshumanización y negación del diferente.
El 21 D votó el 80% del censo y el resultado fue un parlament con siete partidos. Pero según el molt honorable 131º president (https://www.elperiodico.com/es...), el verdadero mandato democrático se produjo en 1º de octubre en un referéndum ilegal convocado, votado y contado por independentistas.
Es de suponer que en este caso, como burlona y miserablemente justificó Toni Comín los deleznables artículos del president de tothom, se trata de 'hipérboles irónicas, habitual recurso periodístico'.
Mariano Rajoy no suele dar puntada sin hilo. Ha fulminado a todos sus rivales a fuego lento. Es consciente de la magnitud que ha tomado la cuestión catalana y puede que, empujado por la necesidad de apoyo del PNV, incluso considere conveniente el diálogo. Pero sabe también que dejar hacer a su antagonista Torra los designios de Puigdemont con afanada radicalidad debilitará al independentismo catalán ante la comunidad internacional.
El presidente Rajoy es especialista en hacer que sus rivales se cuezan en su propio caldo. Pero hay varios elementos que condicionan su habitual modus operandi:
- En los últimos 18 años el nacionalismo, después independentismo, obtiene el 48% del voto.
- El PP, y el PSOE también, tienen ahora la competencia de Ciudadanos, que recibe réditos en la estrategia de la confrontación radical.
Vienen tiempos de teatralización, simbolismo, grandes palabras y poca política. A Puigdemont le gusta el manbo , Torra es ‘Quim of the bongos’ y a Rivera y a Sánchez después de ver en las encuestas que Cs pesca en caladero socialista les va la marcha.
The show must go on! ¡Quién tuviera un chalé con piscina para aislarse de esta patulea!