(Aficionados del F.C. Barcelona, con banderas de España, tarareando el himno nacional. Copa del Rey 2016.) Nota: ha pasado lo mismo en distintos estadios, tanto en Madrid, como en Valencia -en que cantaron el himno de Valencia, después del español, que en el comienzo de su letra dice “Para ofrendar nuevas glorias a España”-, así como en otras capitales de toda España.)
La gente que va al fútbol es de todas las clases sociales, de todos los partidos y de todas las regiones de España. Quiero decir que, si hay algún grupo de gente representativo del pueblo, seguro que está en un partido de fútbol.
Supongo que nadie discutirá que una fracción de las noventa y nueve mil personas que caben en un estadio, tarareando, que, no cantando, porque no pueden, debido a que su himno no tiene letra, está mandando un mensaje muy particular.
¿Qué mensaje es ese? ¿Es normal que un himno de un país no tenga letra? ¿Por qué no se le ha puesto letra? ¡Elemental querido Watson!: quien tenía que ponérsela no se la ha puesto. ¿Y por qué no se la ha puesto, si el pueblo, es evidente que la echa en falta, porque la tararea para seguir el himno?
Tesis: Algunas élites españolas, tienen un grave problema con el pueblo español, no con España.
Los grupos sociales, y los grupos nacionales dentro de ellos, funcionan de una forma particular. Están compuestos de la mayoría, que no tiene posturas muy marcadas respecto a nada, ni respecto a ideas políticas, ni respecto a ideas morales, ni respecto a ideas filosóficas, ni respecto a ideas científicas. Solo viven su vida y son lo que son. En Francia son franceses, en Inglaterra son ingleses y en España son españoles, a partir de ahí, van descendiendo en sentimiento de pertenencia a regiones, municipios, hasta llegar a su barrio, su casa y su familia. Esto es así salvo que alguien ejerza presión ideológica sobre ellos para que se invierta ese sentimiento de pertenencia. Me explico: si hay premio por declararte más catalán o vasco que español, la gente, por puro instinto, se adscribirá a la región antes que, a la Nación, precisamente porque tiene “premio”. Otra cosa será lo que sienta por dentro.
Sobre esa mayoría nacional se sitúan las élites, los grupos sociales que pasan por ser rectores o directores, que, apelando a su esfuerzo y su excelencia, lo que les permite una posición desahogada dentro de la sociedad, ofrecen modelos de conducta y posicionamiento frente a todos los diferentes aspectos de la vida social común a ese grupo nacional.
Las elites nacionales pueden ser de muy diversa índole, no solo se trata de las élites políticas, hay elites literarias, artísticas, periodísticas, deportivas, científicas, etc.
Pues bien, en España, hay un cierto tipo de élites que tienen un profundo problema con el pueblo español, no tiene nada que ver con la idea de España, simplemente desprecian a ese pueblo porque, entre otras cosas, ha habido varias veces en la historia de España que las ha dejado en ridículo, en el más absoluto y escandaloso ridículo. Ahí van algunos ejemplos, no todos.
El primer gran ridículo se lo llevaron en la guerra de la Independencia de 1808, contra la Francia del emperador Napoleón Bonaparte. Esas élites, parece ser que, partiendo del cambio de dinastía, producido unos años antes en la Guerra de Sucesión, de los Austrias a los Borbones, decidieron ponerse de perfil y dejar de generar una idea de España que ofrecer al pueblo, porque hubiese supuesto mostrar los inmensos logros del Imperio Español bajo el gobierno de los Austrias, cayendo en desgracia porque eso no les gustaba a los Borbones que en aquella época eran la voz de su amo: Francia.
Cuando quedó claro que Francia ocupaba militarmente España y se llevaban a la familia real, ningún personaje perteneciente a esas élites alzó su voz públicamente, al contrario, se allanaron, y tuvieron que ser dos alcaldes (poco de élite tenían) de Móstoles, Andrés Torrejón y Simón Hernández, el 2 de mayo de 1808, los que emitieron el Bando de la Independencia, con motivo del levantamiento, ese mismo día, del pueblo de Madrid, contra las tropas francesas acantonadas en la ciudad. ¡Y el resto del pueblo español, de la gente de España, les siguió de cabeza!
“Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mi el alcalde ordinario de la villa de Mostoles.
Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre. Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son.
Dios guarde a vuestras mercedes muchos años.
Móstoles, dos de mayo de mil ochocientos y ocho.
Andrés Torrejón
Simón Hernández”
El segundo gran ridículo se produjo cuando, después de perder la guerra civil, las elites republicanas se exiliaron rápidamente dejando a la parte del pueblo, que les había seguido, solos ante la inevitable represión, que se preparaba por parte de los ganadores. No tuvieron la vergüenza torera de aguantar y pactar una rendición, para proteger a sus seguidores, que eran la mitad de los españoles. Para mi abuelo, que lo vivió, solo había alguien a quien odiar más que a Franco: a Azaña, a Negrín, a Largo Caballero, al presidente Alcalá Zamora. Ni que decir tiene que se llevaron todo el oro del Banco de España, que un exilio bien llevado es muy caro, una parte a Rusia y la otra parte a Méjico, donde se afincó el gobierno republicano en el exilio, dejando a los que se quedaban, la mitad eran sus seguidores, por cierto, no solo abandonados a la represión, sino también a los pies de los caballos, en materia económica.
Como el régimen de Franco acertó a pacificar la situación, que había llegado al paroxismo debido a “La Revolución Española” (Ensayo historiográfico de de Stanley G. Payne), logrando a trancas y barrancas (gracias entre otras cosas al turismo, tan despreciado por las élites actuales) conectarse a la ola de prosperidad europea de la posguerra, la población española le pago con su afección, incluida la afección de la población comprendida en el ex bando republicano (terrible humillación para las élites, que, bien calentitas, esperaban a que el pueblo se levantase).
Tercer gran ridículo: atentado del 11 marzo de 2004. La gran sospecha es que fue un atentado de falsa bandera, dispuesto para desestabilizar las elecciones que se habían convocado para la semana posterior. Las élites, políticas, intelectuales, periodísticas, no supieron ofrecer una imagen ni valiente, ni adecuada, ni convincente de lo que había pasado. No supieron ofrecer la verdad al pueblo. Las pruebas se eliminaron. Solo algunos periodistas siguen en pie de guerra, pero en general las elites españolas (políticas de todos los bandos, sociales, culturales, periodísticas) en su conjunto, reaccionaron con miedo y oscurantismo, no hubo discusión, y el hecho de que poco después esas elites admitiesen sin discusión alguna el pacto con ETA, realizado en secreto, de espaldas al pueblo y a la opinión pública (todavía no se conocen las actas de los acuerdos a que se llegaron, aunque algo se barrunta, por el panorama de hoy en día) generó una gran desafección hacia esas elites. Creo que la palabra más acertada, cuando se conozca la verdad, va a ser, elites humilladas, miedosas y ridículas una vez más.
¿Y cuál es la venganza de esas elites por la desafección del pueblo que ellas mismas han generado?: Vivir de espaldas a ese mismo pueblo, condenar la “idea de España” a la cancelación, expulsarla de la escuela primaria, expulsar cualquier celebración de la unidad del pueblo, sin darse cuenta que la “idea de España” no es lo esencial, porque lo que existe es el pueblo español, al que le importa un comino esa idea, porque simplemente son… españoles.
¿Y cuál es la respuesta del pueblo español?: Pasar de sus élites. Por ejemplo, al pueblo español le importa un comino que sus élites tengan ideología atea, antirreligiosa o anticatólica: la gente se pelea en Semana Santa por llevar los pasos y mantiene en todas las regiones la costumbre de las cofradías, que gozan de perfecta salud. Al pueblo le importa dos pitos que nuestras élites se hayan vuelto antitaurinas. En muchísimos pueblos, cuando llega la primavera o el verano, se hacen toros por las calles, incluso se están extendiendo los encierros, copiando los encierros de Pamplona…, en resumidas cuentas, si sus élites no les proporcionan la letra del himno, ¡lo tararean!
Sin embargo, para ser justos, hay una parte de esas élites que nunca han perdido su contacto con el pueblo español, del que nunca han renegado: son las elites artísticas, deportivas, taurinas… posiblemente sea porque por la índole de su medio de vida, los espectáculos, en los que participa el pueblo de una manera muy directa, nunca han perdido, ni perderán el contacto con el pueblo español. No es nada raro ver corredores de motos, corredores de formula uno, atletas de élite, artistas, declarando su españolidad sin ningún tapujo, sin que medie coacción alguna o portando la bandera espontáneamente, con la moto, en la vuelta de triunfo al circuito.
No sé si existe España en el ideario común, pero lo que si se, es que existe el pueblo español, que el pueblo español tiene conciencia de si mismo, así como de que no es querido por sus élites ¡y les paga con la misma moneda!.