En la reciente cumbre de la UE hemos asistido al mismo espectáculo de siempre, de negociaciones hasta la madrugada y acuerdos in extremis. Deberíamos acostumbrarnos, porque es la lógica férrea, como dice Cristina Losada, de un tablero de juego en el que unos y otros se hacen los gallitos, pero al final hay una sola lógica: los miembros de la UE son naciones soberanas, nada dispuestas a ceder más, y cada una guarda sus propios intereses tal como vienen definidos por la democracia de cada una. Y la verdad es que se puede palpar que esa democracia es muy sólida en los países llamados frugales, en los que la opinión pública no quiere oír hablar de concesiones gratuitas a los países “cigarras”, como España.
En otras palabras, hay una sintonía entre los gobiernos de esos países y sus representados que no se aprecia en estos lares.
Por ende, la UE no es una unión política, ni lo será a menos que cambien mucho las cosas. España ha preferido desde hace años, o décadas, ir de mendicantes ante Europa “la rica”, cosa que nos ha perjudicado gravemente. En vez del orgullo y la sensatez, la buena gestión, que lucen los países del Norte, ya vamos declarando desde el principio que queremos un trozo gratis de la tarta que otros hacen, pero resulta que del reparto de esa tarta se encargan políticos votados que deben a sus electores explicaciones que les permitan repetir mandato, porque allí hay una oposición muy dura contra el despilfarro. El propio primer ministro holandés, líder de éstos países frugales, va a tener en las próximas elecciones que enfrentarse a verdaderos tiburones que le harán sangre.
De la letra de acuerdo podemos deducir que Sánchez e Iglesias mienten descaradamente, y que el numerito de la recepción entre aplausos en la Moncloa da bochorno, porque las cifras finales de préstamos y donaciones están más que condicionadas. Otra cosa es que esas condiciones se lleven a rajatabla o no, como siempre sucede en Europa, pues las circunstancias mandan. Nos tememos que Sánchez tendrá oportunidades de hacer populismo, y sólo le reprenderán al final, cuando sea demasiado tarde y la deuda sea estratosférica, que ya lo es, pero más. Pero al final los países ricos también habrán visto aumentar sus deudas - con fundamento - por lo que entonces sí, el rescate será muy duro.
Días de vino y rosas durante unos meses, y luego un resacón y un país descuajaringado, con unos mercados más cautivos y con un sector público proporcionalmente más potente que un sector privado que se enfrenta a una segunda ronda de COVID, por las noticias que van llegando.
Nada estimulante pero casi determinante.
Otra cosa que llama la atención es que, por primera vez, se emite deuda conjunta para financiar el paquete total, lo que ciertamente es un paso hacia una UE más unida. El BCE tendrá un punto de apoyo más para hacer su política monetaria, estableciendo un tipo de interés de la misma según vaya el ciclo. Pero ese dinero no irá ya a tal o cual país como cuando compraba deuda del mismo, por lo que será interesante ver hacia dónde va esa liquidez. Es esperable que vaya a los mercados y emisiones de los países más fiables, como parece indicar el diferencial creciente entre el Ibex y otras bolsas. Con todo, es una novedad que será interesante ver cómo se gestiona y cómo funciona, y si efectivamente se reducen las primas de riesgo entre países.
En suma, las cantidades que se manejan para España no serán realmente útiles si no se utilizan para lo importante: ganar tiempo para hacer las reformas importantes de una Seguridad Social quebrada por las pensiones, una deuda cada vez más abultada, un mercado de trabajo escuchimizado, y un gasto que amenaza con rendirse al populismo que tanto Sánchez como Iglesias desean aplicar. Son más las amenazas latentes que las esperanzas.
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